5.08.09

Preparando la solemnidad de la Asunción

La solemnidad de la Asunción de la Virgen nos recuerda su tránsito, su paso, de este mundo al Padre. Aquella que, desde el primer instante de su concepción inmaculada, es sólo de Dios entra para siempre, transcurrido el curso de su vida terrena, en Dios, en la gloria de Dios: “En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Te trasladaste a la vida porque eres Madre de la Vida, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas”.

De algún modo, el primer “tránsito” para todos nosotros es la creación. Dios, libremente, por el poder de su palabra, nos ha llamado de la nada al ser. No provenimos del azar, ni de un destino ciego, ni de una necesidad anónima, sino que nuestro origen, y nuestro destino, está en Dios, que ha querido que participásemos de su verdad, bondad y belleza.

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4.08.09

Cumpleaños

No estoy de cumpleaños, pero sí lo está una persona muy cercana a mí: mi madre. Ahora mismo ya tengo una edad que recuerdo perfectamente haber visto en ella y, desde entonces hasta ahora, no ha pasado, subjetivamente hablando, tanto tiempo. El tiempo, nos dicen, es la duración de las cosas sujetas a mudanza, a cambio, a variación. Nada tan mudable como la vida humana, como ese breve y caprichoso intervalo que se extiende desde el nacimiento a la sepultura.

El cumpleaños es el aniversario del nacimiento de una persona. La misma palabra, “aniversario”, se emplea para conmemorar la muerte; al menos, el primer año del fallecimiento.

¿Cómo resumir una vida? ¿Qué cuenta de verdad al final de ella? ¿Cuál es el criterio adecuado para hacer el balance de las cosas? Los años son una especie de mojones artificiales; signos que se colocan en el despoblado de nuestra existencia. Pasan los años, pero nosotros somos, aún somos, hasta que llegue el momento, aquí en la tierra, en el que ya no seremos. Cumpliremos el éxodo obligatorio que nos convierte en recuerdo; ese último preludio del olvido, que llegará tan pronto.

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1.08.09

El pan de vida

Jesús tiene en cuenta nuestras necesidades materiales; entre ellas, la necesidad del pan, del alimento cotidiano. El Señor refleja así la solicitud de Dios por los hombres. En el desierto, Dios envió el maná para que su pueblo pudiese continuar el camino sin pasar hambre.

Para la Iglesia y para cada uno de nosotros, cristianos, dar de comer a los hambrientos es “un imperativo ético”, como recuerda Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate 27. Son muchas las personas que padecen una extrema inseguridad de vida a causa de la falta de alimentación. Para toda la sociedad, para el mundo en su conjunto, eliminar el hambre es una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta.

Cuando rezamos el “Padrenuestro” imploramos el sustento diario: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Pedimos el pan “nuestro”; lo pedimos para nosotros y lo pedimos para los demás. Esta oración entraña el compromiso de hacer todo lo posible para que a nadie le falte el alimento. El Evangelio nos impulsa a salir del “yo” para alcanzar el “nosotros”; nos mueve a compartir, a ser generosos, a sentirnos concernidos por la suerte de los demás.

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29.07.09

La soberbia de los entendidos

En la antigüedad cristiana, los gnósticos pretendían tener un conocimiento intuitivo y misterioso de las cosas divinas. Los iluminados, la elite, gozaban de un conocimiento secreto, esotérico, reservado a los iniciados. El vulgo tenía que conformarse con la doctrina católica, accesible a todos.

En un interesante ensayo, titulado “El misterio del Padre - Fe de los apóstoles. Gnosis actuales - ” (Madrid 1998), M.J. Le Guillou advertía que la confusión doctrinal existente en la Iglesia era una nueva crisis gnóstica y que el camino para superarla era, de nuevo, la confesión de la fe apostólica.

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26.07.09

Un viaje a Polonia

He tenido la fortuna de visitar por segunda vez Polonia. En 1991, al mes de mi ordenación presbiteral, participé en la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Czestochowa. Dieciocho años después he vuelto a ese país, siguiendo las huellas del itinerario vital del Papa Juan Pablo II. Realmente, si uno quiere conocer Polonia, no ha de recurrir necesariamente a las guías turísticas al uso. Puede optar por otra fuente, por otro recorrido, aquel que, por ejemplo, marca el mismo Juan Pablo II en su libro “Don y misterio”.

En el quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal, Juan Pablo II evocaba los lugares decisivos de su biografía: “Wadowice”, la localidad de su nacimiento; “Cracovia”, la histórica ciudad a la que se trasladó para cursar sus estudios en la Universidad Jaghellonica; el santuario mariano de “Kalwaria” y tantos otros nombres que han pasado a ser familiares, en la medida en que, en ellos, se desarrolló la vida de un padre común; la vida del Papa, del siervo de Dios Karol Wojtyla, al que pronto, eso esperamos, podremos venerar como beato y como santo.

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