Cuando el Justo resulta insoportable
Domingo XXV TO (B)
Pocas cosas nos sublevan tanto como el sufrimiento del justo, del inocente, de aquel que está libre de culpa. El libro de la Sabiduría profetiza el rechazo y la condena de Jesús en la figura enigmática de un justo que es sometido “a la prueba de la afrenta y la tortura” porque le resulta insoportable a los impíos. Es el destino de Jesús. Su pasión – escribe el Cardenal Vanhoye – “fue provocada por la maldad de los hombres. Jesús, que siempre hizo el bien, que se mostró tan generoso y misericordioso con todos, fue criticado, perseguido, acusado y condenado precisamente por eso”.
Jesús es el Hijo del Hombre, entregado en manos de los hombres, humillado por una sentencia injusta y por una muerte infamante. Pero esta suerte no abrevia el amor benevolente del Padre que, conforme a su designio de salvación, nos lo da todo, entregándonos a su propio Hijo. Dios ha permitido la crueldad con el justo, los actos nacidos de la ceguera de los hombres, para quebrar la distancia que nos aparta de Él y para abrir, en nuestros corazones, un nuevo comienzo. Al igual que a los primeros discípulos, también a nosotros nos cuesta comprender esta lógica de la entrega, la misteriosa compatibilidad aparente entre el pecado más grande y el amor más grande que se perfila, a los ojos de la fe, en la Cruz del Salvador.