12.10.09

Esfuerzos y resultados

¿Se corresponde, en la vida pastoral, el esfuerzo con el resultado? ¿Hay una ecuación exacta que vincule el empleo enérgico de las propias capacidades con los efectos deseables de nuestros desvelos? Si existe esa ley, yo la desconozco. Ya sé que no faltará quien ponga ejemplos que, aparentemente, desmentirían mi sospecha. Que si unos religiosos son muy “observantes” - ¿qué es ser “observante”? – y tienen numerosísimas vocaciones; que si unas monjas llenan su noviciado a causa de la atracción que ejerce la pureza evangélica de sus vidas; que si tal párroco – es menos frecuente, por cierto, el elogio a los párrocos – “consigue” llenar la iglesia cada domingo.

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¿Es tan difícil ser católico?

Leyendo aquí o allá, cuando se escucha denunciar supuestas - o reales - deficiencias en la predicación o en la celebración de la fe, uno puede llegar a pensar: ¿Es tan difícil ser católico? ¿Supone el entrar a formar parte de la Iglesia de Cristo un esfuerzo ímprobo, una búsqueda sin término, una investigación ardua y laboriosa, al alcance sólo de unos pocos? Y si uno ha nacido en el seno de la Iglesia, ¿es verdaderamente cuasi imposible permanecer en ella? ¿Están los fieles tan desasistidos como algunos dicen estar?

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10.10.09

La pregunta de la vida

Domingo XXVIII TO (B)

El Evangelio según San Marcos (cf 10, 17-30) narra un encuentro con Jesús. Un joven, de excelentes cualidades, se acerca al Señor y, de rodillas, le formula “la” pregunta de su vida: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. No se conforma este joven con indagar acerca de aspectos marginales de la existencia. No quiere saber cómo labrarse una carrera, cómo ser admirado por los demás, cómo alcanzar el éxito. Quiere saber lo único decisivo: cómo hacer que su vida sea una vida lograda; una vida con sentido, que alcance su meta, su finalidad, su fin. En ello, en saber para qué vivimos, radica la sabiduría; esa sabiduría que Salomón prefería a los cetros y a los tronos, a las piedras preciosas y al oro, a la salud y a la belleza (cf Sabiduría 7, 7-11).

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9.10.09

Entonces tendríais que salir de este mundo

Es una advertencia de San Pablo que me gusta mucho, por su realismo: “Pues entonces tendríais que salir de este mundo” (1 Cor 5,10), les dice el Apóstol a los Corintos, previniéndoles contra una interpretación rigorista e intransigente de sus propias instrucciones: “Os escribí en mi carta que no os mezclaseis con los fornicarios. Pero no me refería, ciertamente, a los fornicarios de este mundo, o a los avaros o a los ladrones, o a los idólatras” (1 Cor 5, 9-10). San Pablo hace ver a la pequeña comunidad cristiana, que vive rodeada de paganos, que corten las relaciones con los cristianos que recaen en un modo de vida impropio de su condición de seguidores de Cristo. Pero no les prohíbe relacionarse con los paganos. No quiere que la pequeña Iglesia sea una secta, ni un gueto. Quiere, eso sí, que siga siendo Iglesia.

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8.10.09

Contra el aborto, evangelización

No tengo que hacer esfuerzos para estar a favor de la vida y, en consecuencia, en contra del aborto. En mí esa actitud, esa predisposición, surge de manera espontánea. No puedo entender que se justifique el matar a un ser humano en gestación con el pretexto de que su nacimiento acarreará incomodidades o conflictos. Lo propio de un ser racional es resolver de forma razonable las dificultades. Y no es razonable eliminar un problema dando muerte al “implicado” más inocente.

Algunas personas me dicen: “Nadie aborta por gusto”. Como si ese desagrado, que en sí mismo es ya un signo elocuente, nos obligase a contemplar esa acción, la de abortar, con total indulgencia. No soy seguidor de Stalin ni partidario de su opinión según la cual “la muerte resuelve todos los problemas”. Salvo a un psicópata, a nadie le gusta matar. Y no porque exista un motivo – una razón que mueve a hacer algo – se disculpa a un homicida. A esa razón se le suele llamar “móvil del crimen”.

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