18.12.20

La Navidad, el Sol y san José

En uno de sus poemas Lope de Vega se imagina a Jesús dormido en los brazos de José. Jesús es el “sol que nace de lo alto” (Lc 1,78). No conviene, nos dice Lope, que el sol duerma, para evitar que el tiempo quede sin gobierno.

El poeta insta a san José a despertar al sol, al Niño, para que haga su carrera desde el pesebre a la cruz: “despertadle, José, si tanto olvido/ no le disculpa vuestro amor paterno./ Mirad, que hasta los ángeles espanta/ ver que se duerma el sol resplandeciente/ en la misma sazón que se levanta./ Dejad, José, que su carrera intente,/ porque del pesebre a la Cruz santa/ es ir desde el Oriente al Occidente”.

Desde Oriente a Occidente. Desde el pesebre a la cruz. Y san José velando. He encontrado este bello texto en la selección de Yolanda Obregón, “400 poemas para explicar la fe”.

La figura de san José, tan presente en el Belén y en la cultura cristiana, cobra si cabe más actualidad en el año dedicado a él por el papa Francisco con motivo del 150 aniversario de la declaración del Esposo de María como Patrono de la Iglesia por parte del beato Pío IX en 1870. Francisco ha escrito, al respecto, una carta apostólica titulada “Patris corde”, “Con corazón de padre”.

La Iglesia, en sus primeros tiempos, no celebraba la Navidad, sino la Pascua. No el nacimiento de Jesús, sino su Resurrección de entre los muertos. No tanto el pesebre como la cruz, el misterio pascual.

Hipólito de Roma, allá por el año 204, afirmó que Jesús nació el 25 de diciembre. Algunos expertos dicen que ese día se celebraba la Dedicación del Templo de Jerusalén, instituida por Judas Macabeo en el 164 antes de Cristo.

En el siglo IV la celebración cristiana de la Navidad asumió una forma definitiva, sustituyendo a la fiesta romana de “Sol invictus”: Cristo es la verdadera luz que vence sobre el mal y el pecado. Se entiende así la exhortación de Lope de Vega a san José para evitar que la luz se duerma, sumergiendo otra vez el curso de los tiempos en las tinieblas.

Podemos hacernos cargo del temor del poeta. Si se apaga el sol, se apaga todo. Si se apaga Cristo, si ya no captamos su luz, se apaga nuestra humanidad. Porque es justamente esta, la humanidad, el terreno común entre Dios y el hombre. Sin Dios, no hay humanidad que dure a largo plazo. Sin hombre, prescindiendo de él, no encontraremos la auténtica revelación de Dios.

Hay algo de profético – en el Credo decimos del Espíritu Santo que “habló por los profetas” – en la doctrina de los concilios de la Iglesia. Por ejemplo, en la del Vaticano II: “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.

“Velar por Dios y velar por el hombre”: “No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo”, decía Benedicto XVI en Santiago de Compostela.

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12.12.20

Eutanasia, oración y ayuno

“¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?” preguntaron los discípulos a Jesús a propósito de un muchacho poseído por un espíritu inmundo. Jesús respondió: “Esta especie solo puede salir con oración y con ayuno”.

Es inevitable evocar esta página del Evangelio al leer la nota de la Conferencia Episcopal Española ante la previsible aprobación en el Congreso de los Diputados de la Ley Orgánica de regulación de la eutanasia.

Estamos ante una especie de mal muy difícil de combatir: “Es una propuesta que hace juego con la visión antropológica y cultural de los sistemas de poder dominantes en el mundo”, dice la nota.

Unos pocos cristianos frente a los sistemas de poder. David frente a Goliat. La convicción de la fe y de la razón frente a la fuerza aplastante de la propaganda y de la mentira, la debilidad de lo verdadero frente a la potencia de lo falso disfrazado de verdad. La impotencia de la piedad frente a la falsa piedad.

Unos pocos, tildados de fanáticos, en contra de la dictadura de lo políticamente correcto. Unos pocos, defensores de la vida, en contra de la “cultura de la muerte”. La sociedad “alimenta la «cultura de la muerte», llegando a crear y consolidar verdaderas y auténticas «estructuras de pecado» contra la vida”, decía san Juan Pablo II.

La oración y el ayuno son actos de confianza en Dios. Lo que nosotros no podemos lograr, Él sí puede hacerlo. Y son, igualmente, acciones de protesta frente a lo que no debe ser; son acciones que ponen límite al mal, que lo señalan como mal, que le quitan la máscara con la que se presenta.

Todo lo que rodea la cultura de la muerte es siniestro y oscuro, lleno de doblez. El mal no muestra abiertamente su rostro, sino que se viste de compasión. Todo se teje durante la noche: “La tramitación [de la ley] se ha realizado de manera sospechosamente acelerada, en tiempo de pandemia y estado de alarma, sin escucha ni diálogo público”, dice asimismo la nota de los obispos.

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29.11.20

Buda y las tiendas de decoración

Todos los días intento caminar durante una hora. Es un propósito que cumplo a rajatabla, rigurosamente. Y es un propósito que me gusta cumplir – no tanto otros -.

En este paseo puedo ver, casi de refilón o más detenidamente, muchos escaparates de tiendas. Me gustan mucho las que están dedicadas a la decoración. Una casa, una morada, gana mucho si resulta agradable para vivir en ella.

Los meses de confinamiento, o de semi-confinamiento, quizá nos hayan hecho más sensibles a la importancia de nuestro entorno más inmediato, que no es el bosque más cercano, sino la propia habitación.

Mi sorpresa, que no es nueva, viene de una evidencia: En todas estas tiendas suele haber un busto o algo similar de Buda. No creo que la población española se haya vuelto, de ayer para hoy, budista. Más bien tiendo a pensar que poner una imagen de Buda en casa es un signo de modernidad, de “espiritualidad”, de algo tolerado e incluso bien visto.

La población española, mayoritariamente, no se ha vuelto budista, sino atea. Y casi diría que también ignorante. Los que ponen un Buda en su casa, ¿qué saben de Buda o del Budismo? En su inmensa mayoría, tiendo a pensar que nada.

Pero cada cual pone en su casa lo que quiere. Me dirijo ahora a los cristianos, me dirijo a mí mismo. Y pienso en la necesidad que tenemos de imágenes de Cristo, de los misterios de la vida de Cristo

La fe nos dice que “la Encarnación del Hijo de Dios inauguró una nueva economía de las imágenes”. No hay nada de malo en las imágenes sagradas, en los iconos sagrados. No solo no hay nada de malo, sino que ese “visto bueno” a las imágenes ha propiciado los mayores logros de la historia del arte.

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21.11.20

Una escuela peor

En España ya estamos acostumbrados a los vaivenes de las leyes sobre educación. Duran muy poco estas leyes. Y convencen a muy pocos, dejando a parte a quienes las elaboran y las aprueban.

Habría que aspirar a algo más que a la (escasa o amplia) mayoría parlamentaria. Habría que aspirar a la verdad y al bien. Parece obvio que, estas últimas, son aspiraciones demasiado elevadas en relación con lo que vemos cotidianamente.

Estoy convencido de lo conveniente que es para los alumnos la enseñanza religiosa escolar. Me refiero a la clase de Religión. Y hablo de la religión católica, sin excluir la enseñanza de otras religiones que tengan acuerdos con el Estado y demanda por parte de los ciudadanos.

Mi experiencia como alumno y estudiante de Religión fue muy buena. Tanto en la escuela pública como en la escuela privada. Siempre tuve la convicción de que en esa asignatura – Religión – se aprendían cosas interesantes. Durante muy poco tiempo fui docente de esta materia, primero en un colegio público y luego en otro privado. Me esforcé en cumplir con mi obligación de enseñar la asignatura lo mejor que supe, con la certeza de que en algo beneficiaría a los alumnos.

La enseñanza de la Religión no desaparece de la escuela, en teoría, pero en la práctica se sitúa en una posición muy difícil. Se ofrece esa enseñanza, pero no habrá materia alternativa y la nota no contará para casi nada. Decirle a los alumnos que una asignatura pueden cursarla o no y, encima, que en caso de cursarla, dará lo mismo la nota que tengan es más o menos como decirles que esa asignatura no vale para nada.

En esta irrelevancia de la asignatura de Religión veo el desprecio del que es objeto mi propia especialidad, la Teología. En España, y en otros países, mi especialidad no existe como titulación universitaria. En muchos otros, sí. En España, las titulaciones en Teología tienen efectos genéricos. Uno es reconocido por el Estado, genéricamente, como licenciado o doctor si tiene el título de licenciado o doctor en Teología. Hoy sería más exacto hablar de grado, máster, doctor…

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Rey del Universo

Jesucristo, Rey del Universo, lleva a su consumación el plan salvador de Dios. Él es el supremo Pastor, Rey y Juez de todos los hombres, tal como había profetizado Ezequiel (cf Ez 34,11-17).

Jesucristo nos acompaña todos los días de nuestra vida; nos guía por el sendero justo y nos conduce a la casa del Padre (cf Sal 22).

Él es el Rey del mundo y el Señor de la historia. Quiere reinar en el mundo reinando en nuestros corazones. “Nosotros, y solo nosotros, podemos impedirle reinar en nosotros mismos y, por tanto, podemos poner obstáculos a su realeza en el mundo: en la familia, en la sociedad y en la historia", comenta Benedicto XVI.

Nuestra salvación personal, pero también la salvación del mundo, depende de nuestra correspondencia a la gracia, que se traduce de modo concreto en la decisión de practicar la justicia y no la iniquidad, de abrazar el perdón y no la venganza, el amor y no el odio.

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