Calendarios
Los calendarios representan el paso de los días, agrupándolos en unidades superiores como semanas, meses o años. Están ahí, delante de nosotros, como notarios que registran el transcurrir del tiempo. Son, quizá, testigos incómodos porque, si los repasamos, nos damos cuenta del número de horas invertidas en nada o en casi nada.
Cuando se acerca un nuevo año, se preparan los calendarios. La verdad es que, a ciertas edades, los años acaban y comienzan sin que apenas medie un intervalo significativo entre su inicio y su fin. Esta brevedad constituye un argumento en favor de la continuidad de los días. Toda división se muestra, a la postre, como artificial.
No sólo los bomberos – y las amas de casa, y los futbolistas, y los coleccionistas de sellos, y los aficionados al arte etrusco – hacen calendarios. Yo también los hago. Selecciono, para ese fin, algunas imágenes de la iglesia parroquial. Y así, poco a poco, me hago con un inventario gráfico muy completo.
Los feligreses pueden, de ese modo, llevar a sus casas un icono del templo parroquial: el retablo principal, el pequeño oratorio, una imagen de la Virgen o una fotografía del Crucifijo. Este año he seleccionado tres imágenes: la del Sagrado Corazón, la de Nuestra Señora del Carmen y la de San Roque.

La pregunta no es baladí. Da la sensación de que no la hay. No porque la autoridad no ejerza su papel, que lo ejerce. Y basta leer lo que dicen los papas para corroborarlo. El problema radica, más bien, en que, por la “izquierda” y no menos venenosamente por la “derecha", se tiende a impugnar, a reducir, a limitar hasta la insignificancia, la enseñanza del magisterio eclesiástico. Al final, es magisterio lo que a mí me gusta. Lo que no, no lo es.
En un penal del Estado de Virgina, ha sido ejecutada Teresa Lewis. En su contra, haber organizado el asesinato de su marido y de su hijastro, con la finalidad de cobrar el seguro de vida de ambos. Que sea una mujer me parece irrelevante. Un asesinato es un asesinato, sea perpetrado por un hombre o por una mujer.
Homilía para el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Día sí y día también salta a la palestra la cuestión del celibato de los sacerdotes. Algunos piden la abolición de esta ley eclesiástica – aunque me imagino que no estarán en contra del celibato como forma de vida, porque eso equivaldría a decretar el matrimonio como una obligación forzosa -. Muchos otros apuestan por un celibato “opcional”, olvidando que ningún sacerdote ha sido amenazado de muerte, el día de su ordenación diaconal, para que prometiese la observancia del mismo.






