22.07.11

El tesoro y la perla

Homilía para el Domingo XVII del tiempo ordinario (Ciclo A)

Las parábolas del tesoro escondido en un campo y de la perla preciosa inciden en la ganancia, en el beneficio, que supone encontrar esos bienes. El hombre que encuentra el tesoro hace un buen negocio vendiendo todas sus propiedades para comprar el campo. Igualmente, para el buscador de perlas finas el hallar una de tanto valor compensa con creces el tener que desprenderse de sus posesiones.

Encontrar a Jesucristo, adherirnos a Él por la fe, es la mejor inversión que podemos hacer. San Pablo expresaba esta convicción con gran claridad: “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

Lejos de presentar la vida cristiana como mera renuncia, las parábolas del Señor y el apóstol subrayan ante todo la ganancia. Cristo no da algo a cambio de algo; nos lo da todo – se da a Sí mismo – a cambio de nada. En la homilía de la Misa del inicio de su pontificado, Benedicto XVI dirigía a los jóvenes unas palabras que pueden servir para todos nosotros: “Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.

El encuentro con Cristo es una gracia. No se dice que el hombre que encontró el tesoro escondido hubiese llevado a cabo una búsqueda; simplemente se topó con él. La fe tiene, en muchos casos, este carácter de encuentro aparentemente imprevisto. En el camino de Damasco, Cristo resucitado se presenta a San Pablo como una luz espléndida que transformó su pensamiento y su vida. “San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte”, comenta el papa.

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20.07.11

Mons. Novell anticipa lo que va a ser general en menos de nada

He leído en este mismo portal que el obispo de Solsona, Mons. Novell, “pide a sus sacerdotes que dejen de celebrar las Misas a las que apenas acuden fieles”. ¿Las razones? Parecen de sentido común: “Esta diócesis tiene unos setenta párrocos en activo, con una media de 72 años, que se hacen cargo de 174 iglesias, muchas de las cuales son pequeñas”.

Es decir, el obispo de Solsona toma nota de la realidad – con la que se encuentra, que él no ha creado - e intenta responder, de modo razonable, a los desafíos que la situación plantea. No es poco mérito. Si un padre o madre de familia, pongamos por caso, pasa de ganar 3.000 euros al mes a ganar 700 pensará, sí, cómo volver a ganar 3.000 euros, pero pensará, ante todo, cómo administrar los 700.

El baremo que fija el obispo es verdaderamente “mínimo”: dejar de celebrar la Misa “en las parroquias con menos de 12 asistentes”. Igualmente, señala que “se supriman las misas poco concurridas en las iglesias que celebran más de una Eucaristía cada domingo". Y observa que “no es humano pedir a párrocos de más de 80 años que vayan a los pueblos a Misa con pocos asistentes".

No faltará quien venga a recordar lo que todos sabemos: que hay Misa válida y santa y fructífera con un solo fiel que asista, o incluso sin ningún asistente. Siempre está toda la Iglesia. Muchas veces a mí me ha tocado celebrar la Misa sin asistencia de más fieles y jamás he dudado de su valor. Pero no es eso lo que está en discusión. De lo que se trata aquí es de la responsabilidad de un obispo diocesano que ha de hacer compatibles las necesidades de los fieles y el número de sacerdotes realmente disponibles para atenderlas.

Sin embargo, si lo pensamos a fondo, el problema no es el descenso del número de sacerdotes. La dificultad seria, objetiva, innegable, es el descenso del número de fieles cristianos – entendámonos: también el sacerdote es un fiel cristiano - . No han descendido, proporcionalmente, ni los sacerdotes ni las vocaciones. Han descendido los católicos. Hay menos católicos y muchos menos católicos practicantes.

El esquema vigente en España, basado en una correspondencia casi automática entre el número de habitantes de un pueblo o de una ciudad y el número de fieles, es, a día de hoy, una farsa. En muchas diócesis, las parroquias contribuyen económicamente al sostenimiento del obispado no en función de los católicos que van a la iglesia, sino en función del número de personas que habitan un territorio.

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19.07.11

¿Es bueno querer saberlo todo?

El afán de saber, la solicitud o el empeño por conocer, es en principio una cualidad buena. Nos hacemos preguntas y deseamos poder responder a estos interrogantes. Esta curiosidad está en el origen de la ciencia, de la filosofía y de los diferentes campos de la reflexión y del pensamiento humano.

Pero, como en todo, la orientación al saber puede ser recta o perversa. Santo Tomás pone dos ejemplos de finalidades que corromperían este afán de conocer: tratar de saber para ensoberbecerse, para destacar por encima de otros menospreciando así a los demás, y, asimismo, tener interés en aprender algo para pecar, para ofender a Dios haciendo el mal.

La tentación del ensoberbecimiento puede afectar más a quienes, aparentemente al menos, tienen “motivos” para ello, aunque sean motivos vanos. Por regla general los verdaderamente sabios tienden a ser humildes, pero no siempre es así. No siempre los sabios lo son verdaderamente. Es compatible ser bastante sabio, en el sentido de saber mucho, y notablemente soberbio. Si encima el soberbio es un ignorante, el asunto resulta aun peor.

La curiosidad morbosa de aprender para hacer el mal también puede acechar a cualquier persona. ¡Cuántas cosas malas se conocen, se procuran conocer, con la excusa de inquirir lo que no debiera importarnos! Ni los científicos ni los técnicos están libres de esta tentación. La ciencia requiere, en su ejercicio, una continua vigilancia de la ética. Para saberlo “todo” no vale “todo”. No sería legítimo, pongamos por caso, pretender investigar la resistencia humana al dolor sometiendo a algunas personas a la tortura.

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16.07.11

El Códice Calixtino y tres reflexiones sensatas

La sustracción del Códice Calixtino custodiado en el archivo de la catedral de Santiago de Compostela ha sido un hecho gravísimo que a cualquier persona con sensibilidad religiosa y cultural le causa dolor.

Como no se puede negar lo obvio, parece que, si nos atenemos a lo que se ha podido leer en los medios, la vigilancia sobre el Códice no ha sido eficaz.

Pero esta constatación no puede tampoco dejar de lado otras consideraciones. Estas joyas del patrimonio religioso han nacido en la Iglesia y han sido, y siguen siéndolo, cuidadas por la Iglesia con muy pocos recursos y con enormes sacrificios. Si el Estado fuese a crear un cuerpo de funcionarios dedicados a custodiar las iglesias, las capillas, los monasterios y las catedrales el desembolso para el erario público sería más que notable. Sin duda, cualquiera de estos funcionarios cobraría más que el exiguo sueldo que cobran los sacerdotes.

Por otra parte, los peores atentados contra el patrimonio artístico y documental de la Iglesia han venido de tendencias “secularizadoras”: La invasión napoleónica, Mendizábal y su nefasta desamortización, por no hablar de la Guerra Civil española. Son hechos históricos que nadie puede negar.

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La paciencia de Dios

Homilía para el Domingo XVI del tiempo ordinario (ciclo A)

Dios se revela como moderado, indulgente, dando lugar tras el pecado al arrepentimiento: “Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres” (Sab 12,18). El poder de Dios se relaciona en este texto con su clemencia y con nuestra esperanza: “diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento” (Sab 12,19).

Santo Tomás de Aquino señala, en un Comentario de la Epístola a los Efesios, cuatro razones de la misericordia divina en relación con nosotros: Dios nos dio el ser; nos hizo a imagen suya y capaces de su felicidad; reparó la quiebra del hombre corrompido por el pecado y entregó a su propio Hijo para que nos salváramos. El poder que manifiesta su obra creadora y redentora expresa, asimismo, su clemencia y misericordia, su “excesivo amor” (Ef 2,4).

La paciencia de Dios sabe esperar el momento de la siega para separar el trigo de la cizaña (cf Mt 13,24-30). Junto a la buena semilla que Cristo planta en el campo del mundo crece también la cizaña. La paciencia de Dios permite incluso actuar a su enemigo, que siembra la cizaña en medio del trigo. Nuestro papel es atajar, en la medida de lo posible, la cizaña pero sin usurpar el papel de Dios. Solo a Él le corresponde el juicio definitivo, no a nosotros.

La comunidad cristiana no es ni puede ser una secta de puros y de iluminados. Esa tentación sectaria, proclive a un ascetismo extremo, no ha estado nunca ausente del todo en la historia del cristianismo. La preocupación de cada uno de nosotros ha de ser dar buen fruto, ser buen trigo, apartando de nuestro corazón todo lo que pueda ser cizaña, sabiendo esperar nuestra propia conversión y la conversión de los otros.

La Iglesia es santa, porque está unida a Cristo y es santificada por Él, aunque en sus miembros – en nosotros que aún peregrinamos por este mundo - esta santidad esté todavía por alcanzar. No podemos, pues, extrañarnos de que la Iglesia abrace en su seno a los pecadores: “En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos” (Catecismo 827).

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