10.03.12

La Ley, el Templo, la Cruz

La Liturgia de la Iglesia, en el tercer domingo de Cuaresma, nos presenta tres lecturas bíblicas que podrían ser resumidas en tres palabras: la Ley, el Templo, la cruz.

La primera palabra es la Ley. El libro del Éxodo (20, 1-17) recoge el decálogo mosaico, las diez palabras dadas por Dios a Moisés. El Pueblo de la Alianza ha de guiarse en conformidad con ese código grabado en unas tablas de piedra; por esos mandamientos “verdaderos y enteramente justos” (Sal 18), que invitan a vivir orientados hacia Dios y hacia los demás.

Jesús se presenta, en el monte de las Bienaventuranzas, como el Nuevo Moisés. Sus bienaventuranzas no revocan la Ley, sino que la perfeccionan. Él es quien cumple perfectamente la Ley. Él es el pobre de espíritu, el que llora, el manso, el hambriento y sediento de la justicia, el misericordioso, el limpio de corazón, el pacífico, el perseguido por causa de la justicia, el injuriado por las mentiras. Si los diez mandamientos han de guiar al Pueblo de Israel, esos mismos mandamientos, perfeccionados por las bienaventuranzas, han de guiar al Nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia.

El Señor no añade preceptos exteriores nuevos, sino que apunta a reformar la raíz de los actos, el corazón, “donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes” (cf Catecismo 1968). En la inminencia de su Pascua, el Señor nos dejó como testamento un mandamiento nuevo: el mandamiento del amor; de su propio amor que se plasma gráficamente en la entrega de la Cruz.

La segunda palabra es el Templo. El Templo era para los israelitas, y también para Jesús, que era un israelita, el lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada. Jesús sube al Templo, al lugar de la oración, a la casa de su Padre. Se indigna porque el atrio exterior se había convertido en un mercado (cf Jn 2,13-25). Pero, en el umbral de su Pasión, el Señor se identifica Él mismo con el Templo, presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres (cf Jn 2,21; Catecismo 586).

El anuncio de la destrucción del Templo señala la entrada en una nueva era en la historia de la salvación y anticipa igualmente su propia muerte: “Él hablaba del templo de su cuerpo”, anota San Juan. El templo nuevo, el lugar de la morada de Dios, es el Cuerpo de Cristo, destruido en la Cruz y reconstruido en la Resurrección. Nosotros, seguidores suyos, estamos llamados a participar de su Pascua para convertirnos en miembros de su Cuerpo, en piedras vivas del edificio espiritual que es la Iglesia.

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9.03.12

Via Crucis: V estación

V estación: SIMÓN DE CIRENE AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ

El mal en su premura
quiere muerte, quiere
consumar ya mismo su propia
maldición.
Tiene prisa;
anhela que corras a tu destino,
tiene sed de tu sangre.
Y por esto
deciden ayudarte.

Dicen que Simón fue obligado,
mas compartió el peso de tu cruz,
aligeró tu carga, ayudó
al cumplimiento de tu gloria.
Dicen que fue obligado, pero nadie
supo nunca más que tú
cómo acabó su desempeño.

Sacando gracia del pecado,
con el peso de tu cruz
lavaste su alma.
Seguro que obligado hubo
de dejarte…

Así, así nos lavas.

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Eduardo Jariod.

8.03.12

Parece de sentido común

Que el aborto provocado es algo malo parece de sentido común. Abortar es interrumpir de forma deliberada el desarrollo del feto durante el embarazo. Una interrupción letal, porque la consecuencia para el feto es una sola: su muerte. Antes de nacer todos hemos sido fetos. Todos hemos vivido una etapa de nuestra existencia en el útero de nuestra madre.

Resulta duro aceptar que se considere algo justo que una madre, de forma deliberada; es decir, voluntaria, intencionada y a propósito, ponga fin a la vida de su hijo. Porque el feto es su hijo. No es ninguna otra cosa. Entre el día antes y el día después del parto el único cambio que se da es el de vivir dentro de la madre a vivir fuera de la madre. Si justo después de nacer somos seres humanos es que ya lo éramos antes.

Tampoco puedo entender que algunos defiendan que se puede ser humano sin ser persona. La condición humana tiene que ver con lo que somos: seres dotados de alma y cuerpo. Pero, además de tener esa naturaleza humana, somos personas: somos un yo, un sujeto, un “alguien” y no solo un “algo”. En definitiva, un “fin” y no un “medio”.

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Via Crucis: IV estación

IV estación: JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE

Avanzas huérfano de ti mismo.
El Padre guarda silencio, y no hallas
dónde reposar la cabeza.
Abandonado, piensas en tu madre,
y María se te aparece, real, sufriente,
madre, allí mismo,
bañada en tu mismo sudor de sangre.

Está llorando tus lágrimas, está
recibiendo tus golpes, está siendo
humillada en cada herida
que te infligen.
Está contigo. No estás solo, Señor.
Nunca estamos solos. Ella nos une
a ti, y tu amor
nos guía a ella.

Siempre la madre; su compañía
lo es todo.
Madre de Dios y Madre nuestra
siempre.

Eduardo Jariod.

7.03.12

Via Crucis: III estación

III estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

Y deseas dejarlo. Es demasiado
el horror del corazón humano
sin ti. Pesan, aplastan
el camino de su redención.
Es demasiada la prueba.
Y caes.
Buscas
abandonarte. Quizá soltar
la carga, que pase
el cáliz.

Te siguen gritando,
escupiendo, insultando;
y sientes
cuántas veces cae el hombre
sin ti.
Sin ti, tu criatura es sólo
carga y caída.

Y entonces, sí,
cargas con nuestra cruz,
y vuelves a levantarte.
Esta es tu gloria, Señor,
esta es tu gloria.

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Eduardo Jariod.