“Lo envolvió en pañales”. El servicio y el sacrificio de Cristo
El evangelio según san Lucas dice que María “dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7).
El papa Benedicto XVI en su libro La infancia de Jesús comenta el sentido de este “lo envolvió en pañales”. Según la tradición de los iconos y de la teología de los Padres, “el niño envuelto y bien ceñido en pañales aparece como una referencia anticipada a la hora de su muerte: es desde el principio el Inmolado […] Por eso el pesebre se representa como una especie de altar”.
La vinculación entre Encarnación y misterio pascual queda atestiguada por el tradicional deseo de “felices pascuas”. No es menor el paso de la divinidad a la humanidad que el de la muerte a la vida.
El significado de la Encarnación se centra en el hecho “de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación”, nos recuerda el Catecismo. La fe en la Encarnación es el signo distintivo de lo cristiano.
A la pregunta de por qué el Verbo, el Hijo de Dios, se hizo carne, la fe contesta que “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. Es decir, el Verbo se hizo carne para reconciliarnos con Dios, como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4,10). Para salvar al mundo (1 Jn 4,14). Para quitar los pecados (1 Jn 3,5).
Por la Encarnación, el Verbo nos salvó reconciliándonos con Dios. Por la Encarnación, el Verbo hizo posible que conociésemos el amor de Dios (1 Jn 4,9). Por la Encarnación, el Verbo se hizo nuestro modelo de santidad: “aprended de mí” (Mt 11,29). Por la Encarnación, el Verbo nos hace partícipes de la naturaleza divina (2 P 1,4).