6.05.15

Recordar la doctrina católica es un servicio que se presta a los fieles

Recuerdo una experiencia propia. Hace ya muchos años celebraba la Misa un domingo en una parroquia de la que yo había sido, por poco tiempo, párroco. Ese día ya no lo era. Y me tocó leer el pasaje de Mateo 5,32: “Se dijo: ‘El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio’. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer – no hablo de unión ilegítima – y se casa con otra, comete adulterio”.

 

Con esas palabras, “no hablo de unión ilegítima”, Jesús no contempla una excepción a la indisolubilidad del matrimonio, sino que se refiere a uniones que no son, en absoluto, matrimonio.

 

Pero vayamos a la anécdota. La lectura de ese versículo de San Mateo provocó, en alguien que estaba hacia el fondo de la iglesia, una reacción airada. Algo así como “cállese, no se meta en eso”. No recuerdo la expresión exacta. Yo me limité a responder que si, en la celebración de la Misa, no se puede leer el Evangelio, muy mal van las cosas.

 

No increpaba esa persona, era un hombre, mi predicación. Ni siquiera había empezado a predicar. Se revolvía él contra nada menos que las palabras de Cristo. Pretendía, quizá cuestionado en su personal situación – no lo sé - , evitar que las palabras de Jesús le resultasen molestas.

 

En cierto modo, su reacción era lógica. No nos gusta que nos digan que algo que para nosotros está bien está, realmente, mal. Bueno, nos escuece que nos lo digan porque, en el fondo, sabemos que está mal. Lo que nos escuece es que nos lo recuerden.

 

Si alguien está convencido de que puede dejar a su mujer y casarse con otra, o a su marido y casarse con otro, si  alguien cree que eso está muy bien, no entiendo por qué pretende que la Iglesia – sea el Papa o sean los obispos – le dé la razón. Nadie busca que otros aprueben la convicción íntima de que pegarle a la propia madre es muy feo. Nadie lo pretende. Sabemos que está mal y nos basta.

 

Si buscamos con una exigencia inaudita el aplauso para una conducta que sabemos que no es ejemplar, dejamos entrever que nuestra convicción no es tan firme como, interesadamente, nos parece.

 

Recordar a los fieles, y a nosotros mismos, que también somos fieles cristianos, la doctrina de Cristo no es un agravio que se le haga a nadie; más bien, es un servicio que se presta a todos. Los bailes de disfraces pueden ser muy divertidos, pero solo en un contexto de broma y de frivolidad. A nadie le agradaría que, si ha de ser intervenido quirúrgicamente, alguien se disfrazase de cirujano sin serlo.

 

¿Qué importaría que el obispo, el párroco o hasta – pongamos un imposible – el Papa me diese la razón en lo que yo sé que no me puede dar la razón? No serviría de nada. Una de dos: si sé que hago lo correcto, no hace falta que nadie me lo diga, ya lo sé. Si creo que lo que hago no es lo correcto, es una muestra de irresponsabilidad pedir que otros me tranquilicen. Esta necesidad de aprobación externa revela una enorme inseguridad de fondo.

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1.05.15

Nuestra Señora de la Salud, el 8 de mayo

La devoción a Nuestra Señora de la Salud está atestiguada desde hace siglos y está, asimismo, muy extendida.

 

Algemesí, en Valencia. Archena, en Murcia. Barbatona, cerca de Sigüenza. Carratraca, en Málaga. Castro de Río, en Córdoba. Chirivella, también en Valencia. Elda, en Alicante. Esparralego, en Badajoz. Marquina, en Vizcaya. Onil, de nuevo en Valencia. Palma de Mallorca. Pola de Siero, en Asturias. Sabadell, en Barcelona. San Feliu de Pallerols, en Girona. Tejares, en Salamanca. Terrades, de nuevo en Girona. Traiguera, en Castellón. Viladordis, en Manresa (Barcelona)….

 

Y en muchos otros lugares. También en tres parroquias de mi diócesis (Tui-Vigo): Parada de Miñor; en A Insua, en Rebordelo (Ponte Caldelas), y  en Camposancos (A Guarda).

 

En algunos sitios y en algunas familias religiosas la fiesta de Nuestra Señora de la Salud de celebra el 8 de mayo.

 

Más o menos por estas fechas, este año el 10 de mayo, se dedica un día a la Pascua del Enfermo.

 

Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral de la CEE han escrito un mensaje titulado “Salud  y sabiduría del corazón” en el que recuerdan que vivir el sufrimiento o acompañarlo “toca el corazón”. Y así debe ser, si no queremos convertirnos en personas indiferentes ante la suerte de los que nos rodean.

 

Hace ya unos años me ocupé del tema de la salud en una Novena a nuestra Señora de la Salud. La palabra salud viene de “salus”, que significa tanto la salud del cuerpo y de la mente como la salvación del alma.

 

Y la salvación es un regalo que viene de Dios. Un don que se ha acercado a nosotros en Jesucristo, en su Iglesia y en sus sacramentos.

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22.04.15

Verdad, bondad y belleza

De pocas cosas estamos tan necesitados como de la verdad, de la bondad y de la belleza.

 

¿Podemos vivir pacíficamente si suponemos que todos nos engañan? Aparentemente puede parecer un recurso útil engañar a otros para sacar un provecho en nuestro favor. ¿Pero es realmente universalizable este recurso? En el fondo, ¿estaríamos de acuerdo con el triunfo del “listo” sobre el “honesto”?

 

Vivir en la duplicidad, en la simulación y en la hipocresía hace imposible la convivencia. Santo Tomás decía que los hombres “no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad”. Recuperarnos de la crisis, que no es solo económica, exige recuperar esta confianza. Pide poder fiarnos de los otros, en general, sin sospechar a priori que todos, en principio, nos va a querer engañar. Pero no podremos confiar en los otros si cada uno no se exige, hasta el fondo, no caer en la trampa del engaño.

 

La bondad es otra necesidad vital. La bondad nos empuja a ser buenos y a hacer el bien. Y el bien - o el mal, como necesario contrapunto - , no puede depender solo de nuestra intención – tan voluble – o de las circunstancias – tan cambiantes - .

 

Parece que, socialmente, nos empeñamos en negar que una persona pueda obrar mal - ¿quién conoce sus intenciones o quién se puede hacer cargo de sus circunstancias? - . Y ese relativismo, que se deja precipitar por la pendiente de la subjetividad o de las circunstancias, no nos ayuda.

 

Hay cosas que una persona puede hacer que, sean cuales fueran las intenciones y las circunstancias, son malas en sí mismas. Siempre es malo, en sí mismo, blasfemar. O cometer un homicidio. O caer en el adulterio. La persona será más o menos responsable de sus actos, pero sus actos son los que son, independientemente de lo que pueda disminuir su imputabilidad, moral o penal.

 

Y la belleza. La belleza no es un lujo. Es de primera necesidad. La mentira y la maldad van unidas a la fealdad. La mentira presenta como bello lo que solo es una máscara; ofrece una belleza falsa, una belleza sin verdad. Una belleza que da el camelo, por un momento, pero que no resiste el paso del tiempo ni el deseo de ir más allá de lo superficial.

 

Y la maldad pervierte la belleza. Pretende convertir en bello lo siniestro y lo aberrante. Lo bello es lo verdadero y lo bueno que nos alcanza y que nos sorprende mediante los sentidos, a través de la vista y del oído.

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20.04.15

¿Legalizar la prostitución?

Se define la prostitución como la “actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero”. En estos días, en España, se ha vuelto a plantear si lo mejor sería dar estado legal a esa actividad o no hacerlo.

 

No faltan los partidarios de esta legalización: podría ayudar a incrementar los ingresos del Estado, haría que ciertos “contratos” de hecho se convirtiesen en contratos de derecho, y permitiría que algunas personas – hombres, pero sobre todo mujeres – ejerciesen lo que algunos denominan una profesión más – y hasta, según se dice, la más antigua del mundo - .

 

A favor se argumenta, también, que cada cual es dueño de sí mismo y puede, en consecuencia, hacer con su cuerpo lo que le parezca más oportuno y ventajoso. Incluso acceder a mantener relaciones sexuales por dinero o a cambio de otros bienes. ¿Por qué no? Bastaría con que quien contrata y quien es contratado se pusiesen de acuerdo en el tipo de servicio y en la tarifa. Todo sería libre por ambas partes y, por consiguiente, debería ser asimismo “legal”.

 

Prohibir la prostitución, se argumenta, traería consigo consecuencias no previstas y, encima, negativas: falta de seguridad jurídica para quien se prostituye y para sus clientes, restricción de las libertades individuales, aumento de la delincuencia, condena de los empresarios que se dedican a este sector de “servicios” – que se verían tildados de “proxenetas”-, etc.

 

En contra de esta legalización, se suele apelar a las estadísticas. Se dice que las prostitutas, más del 80% de ellas, son en realidad esclavas sexuales, víctimas de las mafias. Y sobre los prostitutos se dice menos, porque quizá hay menos estudios al respecto.

 

La observación empírica, el contraste que se puede establecer entre los países en los que la prostitución está legalizada y donde no lo está, tampoco aporta, dicen algunos expertos, muchas razones a favor de exportar el modelo legalizador. Donde se ha prohibido, por ejemplo en Suecia, parece que sí se logró reducir los efectos más negativos de esta actividad.

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15.04.15

La “reformita” de la ley del aborto

Lo único bueno que veo en la “reformita” es que el aborto sigue siendo una cuestión debatida. Y mejor que lo sea. Lo peor sería la indiferencia absoluta. Si se discute sobre el aborto es que algo en la conciencia de alguien no acaba de cuadrar del todo. No se hace, por ejemplo, un debate público sobre si dos y dos suman cuatro.

 

Estos días meditaba sobre un texto de Gaudium et spes: el hombre “nunca será totalmente indiferente ante el problema de la religión, como lo prueban no solo la experiencia de los siglos pasados, sino también los múltiples testimonios de nuestro tiempo” (GS 41).

 

Yo creo que tampoco el hombre, los hombres en general, será totalmente indiferente ante el aborto. Si lo fuese, las leyes permitirían abortar libremente, hasta media hora o cinco minutos antes del parto. Pero esto no es lo más habitual, ni siquiera en las legislaciones más permisivas.

 

¿Por qué? Por una razón muy sencilla. Todos saben, más o menos confusamente, que el aborto es un mal. Abortar es matar a un ser humano en las etapas iniciales de su vida. Abortar es poner fin a una vida humana. Eso lo sabe todo el mundo.

 

Pero nadie quiere quedar de malo. Todos tendemos a justificar nuestras acciones. Y por esa grieta se cuelan los distingos y las matizaciones: que si el ser humano vivo aún no es persona – y esa apreciación depende de lo que se entienda por persona; apreciación que, si se lleva al límite, nos despersonalizaría a todos mientras dormimos - ; que si los plazos, que si los supuestos… Es decir, letra pequeña, que es el tipo de letra preferido para colar como legal, y hasta moral, lo que no tendría pase si se expusiera claramente.

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