14.04.16

Diversas formas del Magisterio de la Iglesia

No todas las enseñanzas del magisterio de la Iglesia son infalibles. Las orientaciones del magisterio de la Iglesia – de la enseñanza oficial del Papa y de los obispos, que enseñan, con la autoridad recibida de Cristo, lo que concierne a la fe y a las costumbres - , son, aunque no todas infalibles, extraordinariamente valiosas y necesarias. Es más fácil no errar si uno sigue la enseñanza de la Iglesia, aunque sea falible, que errar si uno sigue, sin más, su propio criterio.

El magisterio – la enseñanza con autoridad en lo que concierne a la fe y a las costumbres -  puede expresarse de diversos modos.

1)      Puede tratarse de una enseñanza solemne que define una doctrina a través de un concilio o de una definición “ex cathedra” del Romano Pontífice. Si ese es el caso, se nos pide a los creyentes un asentimiento de fe teologal; es decir, creer algo como divinamente revelado.

2)      Puede tratarse de un ejercicio del magisterio ordinario y universal “definitivo”. Un pronunciamiento de este tipo es vinculante e infalible. El asentimiento requerido es “firme y definitivo”.

3)      Puede tratarse de una enseñanza auténtica – es decir, promulgada con autoridad – pero no definitiva. Una enseñanza en la que habrá  que considerar el tipo de documento, la insistencia en las fórmulas empleadas y  la insistencia en la doctrina propuesta (no entramos, ahora, en la posibilidad del magisterio ordinario infalible, contemplado en LG 25).

4)      En este caso, puede tratarse de declaraciones no definitivas que apoyan la verdad de la palabra de Dios y que conducen a una mayor comprensión de la Revelación. Piden, por parte del creyente, “un sometimiento religioso de la voluntad y del entendimiento”.

5)      O puede tratarse de aplicaciones prudenciales y contingentes de la doctrina, especialmente en materias de disciplina. En este caso, se les pide a los fieles “voluntad de asentimiento leal”.

¿Qué sucede cuándo un teólogo – o un creyente - no acaba de ver con claridad una enseñanza del magisterio? La Instrucción “Donum veritatis”, sobre la vocación eclesial del teólogo, nos recuerda:

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5.04.16

Nueva evangelización: Tenemos que cambiar el “chip”

Si me pongo a definir qué es eso del “chip”, me pierdo un poco. Al parecer, se trata de una “pequeña pieza de material semiconductor que contiene múltiples circuitos integrados con los que se realizan numerosas funciones en computadoras y dispositivos electrónicos”.

Da igual. “Cambiar el chip” es, sin entrar en detalles, cambiar el esquema. San Juan Pablo II decía de la nueva evangelización:” Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Haití, 1983).

Hace falta una evangelización “nueva”. Que no es nada raro, sino que equivale a tomar en serio el desafío que, hoy, supone el anuncio del Evangelio.

En un país como el nuestro, España, esa urgencia es obvia. No tiene sentido, por ejemplo, hacer un cálculo de las parroquias según el número teórico de habitantes que, supuestamente, las pueblan. No. No es así. Un territorio, un barrio de una ciudad, no es, sin más, una parroquia.

Una parroquia es una comunidad de fieles, no de vecinos. Es verdad que, con más o menos fieles, la parroquia ha de ser misionera, y ha de intentar llegar a todos los que habitan la zona. Pero un catastro de un barrio no define, sin más, lo que es una parroquia.

Si no reconocemos la realidad, la evangelización no puede ser “nueva”. Porque la novedad viene de Dios. Y Dios no es amigo de componendas.

Me ceñiré a la Misa del domingo. A mi modo de ver, en cada parroquia debería celebrarse solo una vez la Santa Misa el domingo. No más de una vez. No más, al menos, si hubiese espacio para acoger, en esa única celebración, a todos los feligreses que deseasen participar en la misma.

Y si eso vale para el domingo, vale para todos los días. Una sola celebración de la Santa Misa, pero con la mayor participación posible de los fieles. No se trata de que cada fiel, individualmente, resuelva su “problema”. Sino de que, todos los fieles, celebren el domingo. O celebren, simplemente – que no es poco -  la Santa Misa.

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Una oración que no hemos de cansarnos de rezar: María, Madre de los vivientes

Oh  María, 
aurora del mundo nuevo, 
Madre de los vivientes, 
a Ti confiamos la causa de la vida
mira, Madre, el número inmenso 
de niños a quienes se impide nacer, 
de pobres a quienes se hace difícil vivir, 
de hombres y mujeres víctimas 
de violencia inhumana, 
de ancianos y enfermos muertos 
a causa de la indiferencia 
o de una presunta piedad. 
Haz que quienes creen en tu Hijo 
sepan anunciar con firmeza y amor 
a los hombres de nuestro tiempo 
el Evangelio de la vida.

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3.04.16

San Telmo, misionero de la misericordia

Tengo mucha simpatía por el bienaventurado Pedro González Telmo, comúnmente conocido como “San Telmo”. Es más que simpatía, es devoción; es decir, a la vez, veneración y fervor. Su fiesta la celebraremos mañana en Tui, y en el resto de la Diócesis.

San Telmo es, “avant la lettre”, lo que hoy se denominaría un “misionero de la misericordia”; es decir, un testigo de la cercanía de Dios y de su modo de amar.

¿Cómo nos ama Dios? Nos ama, ante todo, perdonándonos. El perdón es el primer don de la Pascua – del paso de Jesucristo, de este mundo al Padre, a través de su Pasión, Muerte y Resurrección - : “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”.

El origen de todo perdón es el Padre de la misericordia que, mediante la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, realiza la reconciliación de los pecadores.

Malamente podremos hacernos una cierta idea de la misericordia de Dios si olvidamos que el pecado es algo importante. Quizá, renunciando al concepto de pecado, nos conformemos con un cierto sentimiento de culpa. No es lo mismo. El eclipse de Dios – se ha dicho con acierto – lleva consigo el eclipse el pecado: “Contra ti, contra ti solo pequé”, reza el Salmo 51.

¿Cómo anunciaba San Telmo la misericordia de Dios? Era realmente un misionero itinerante. No iba por libre. Era, al mismo tiempo, un religioso dominico, vinculado al monasterio de Santo Domingo de Bonaval, en Santiago de Compostela.

En Tui y su Diócesis, y antes en otros lugares, combinaba la predicación dirigida a toda la comunidad cristiana con la atención personalizada a cada feligrés en el sacramento de la Penitencia. Predicar y confesar. He aquí el resumen de la misión de misericordia de San Telmo.

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31.03.16

La dimensión pública de la religión

Se ve que algunos representantes políticos son partidarios de la univocidad del lenguaje. Quieren, estos representantes y quienes les apoyan, que todo sea unívoco: Que cualquier predicado se predique de todos los individuos con la misma significación. Quienes así piensan son amigos de la uniformidad, del control, y reticentes hacia los matices variados que presenta la realidad.

Han surgido, como los hongos en un terreno húmedo, defensores acérrimos, y hasta fanáticos, de la univocidad de “lo público”. Para ellos, lo público es única y exclusivamente lo perteneciente o relativo al Estado o a la Administración. Deben de creer que el Estado lo es todo, que la Administración lo es todo. Y no es así. El Estado, si entendemos por tal los conjuntos y órganos de gobierno de un país soberano, está, si no es totalitario, al servicio de los ciudadanos; en definitiva, de las personas.

Lo “público” no es ni unívoco ni equívoco, sino análogo. Hay muchas cosas que son públicas y, siendo diferentes, guardan una cierta relación entre sí. Lo que es conocido por todos, aunque no dependa de la Administración estatal, es público. Lo que se hace a la vista de todos, aunque no dependa de un Ayuntamiento, es público. Lo que es accesible a todos, aunque no sea cosa del Estado, es público. Recortar la analogía es reducir la realidad.

Desde luego, el culto católico es público. No en el sentido de que sea una expresión de la Administración del Estado – que, como tal, no tiene nada que decir sobre la religión, sino solo atenerse al servicio de los ciudadanos, también en sus expresiones religiosas -. El culto católico no se refiere solo al individuo, sino también a la comunidad, a lo colectivo. A una comunidad que es eclesial, pero también social. Si en una parroquia, cada domingo, se reúne un grupo de personas para la celebración de la Santa Misa, esas personas no dejan de ser, durante ese tiempo, ciudadanos. Lo siguen siendo. Son ciudadanos que se reúnen para celebrar su fe.

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