InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

9.08.08

Jesús, descendiente de Israel

San Pablo reflexiona sobre los privilegios de Israel y sobre la fidelidad de Dios. El plan de salvación que en Cristo llega a su plenitud no está en contradicción con las promesas hechas por Dios a los hebreos. Ellos “fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, la ley, el culto y las promesas”.

La dignidad de Israel, el pueblo elegido por Dios, se pone de manifiesto en el misterio de la Encarnación: El Hijo de Dios quiso asumir una naturaleza humana con todo lo que era característico de los hebreos. El Papa Juan Pablo II, haciendo suya una expresión de los obispos alemanes, decía que “quien se encuentra con Jesucristo se encuentra con el judaísmo”. Jesucristo, como verdadero hombre, desciende de los israelitas “según la carne” y es a la vez verdadero Dios, “el que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos” (Romanos 9, 5).

Jesús es el “hijo de David”, el Mesías de Israel. Pero no un mesías político, sino el Siervo sufriente que ha venido a “servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mateo 20, 28).

El Concilio Vaticano II, en la declaración Nostra aetate explica los vínculos que unen a la Iglesia con la raza de Abraham: “la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia se dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo, nuestra paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo” (Nostra aetate, 4).

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7.08.08

La denominación de la Diócesis: Tui-Vigo

Parece que al alcalde de Vigo se le ha ocurrido expresar el deseo de que la Diócesis se llame únicamente “Diócesis de Vigo”, en lugar de la actual denominación que es “Tui-Vigo”. Es comprensible que un regidor municipal quiera engrandecer su propia ciudad. No hay nada de malo en ello. Incluso, mostrando su interés por este asunto, reconoce la importancia de que una ciudad sea sede episcopal. Tener a un Obispo no resta nada y añade prestigio.

Pero la realidad se impone. Y la realidad incluye la historia; es decir, la narración de los acontecimientos pasados dignos de memoria. Una iglesia local sin historia sería equivalente a una persona que ha sufrido un trastorno de amnesia, sin saber ni quien es ni de donde viene.

Y la historia de la iglesia de Tui – entonces sólo Tui – se remonta al siglo VI. De los ciento seis Obispos que la han regido, ciento dos han sido sólo Obispos de Tui. El último, D. Antonio García y García, que comenzó su pontificado en Tui en 1930 y que en 1938 fue nombrado Arzobispo de Valladolid.

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2.08.08

La necesaria certeza

Pocas veces en la historia se ha elogiado tanto la duda y la perplejidad como en nuestra época. A quien dice poseer certezas se le mira con desconfianza, con recelo. Se prefiere a quienes se muestran partidarios de la irresolución o de la confusión. La duda se presenta como una vacuna frente a la intolerancia o el fanatismo.

Sin embargo, la fe cristiana exige certeza. El creyente debe estar seguro de lo que cree y de por qué cree. La fe es la adhesión firme a la revelación divina; una adhesión que excluye el temor a errar, pues se apoya no en nuestras capacidades limitadas, sino en la infalibilidad y veracidad de Dios.

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Un viaje a Turquía

Acabo de regresar de Turquía. El recorrido por esas tierras de Asia Menor nos retrotrae a los primeros tiempos del cristianismo; a la etapa apostólica y a la época de los padres de la Iglesia.

El Nuevo Testamento nos ayuda a evocar el significado de ciudades como Antioquía de Siria – hoy Hatay - , donde a los seguidores de Jesús se les dio por primera vez el nombre de “cristianos” o Tarso de Cicilia – Tarsus-, ciudad natal de San Pablo, donde hay una iglesia-museo dedicada al Apóstol.

La región de la Capadocia nos deslumbra por su paisaje lunar y por tantos valles que, en su día, estaban completamente poblados por monjes. Hoy quedan las iglesias rupestres, embellecidas con frescos, muchos de los cuales han logrado, casi por milagro, sobrevivir a los ataques de los iconoclastas y de los musulmanes. El valle de Göreme es, en este sentido, de una riqueza inimaginable. Parece percibirse aún la huella de los Padres Capadocios: San Basilio, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Nisa.

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12.07.08

La expectación de lo creado

La expectación es una espera tensa de un acontecimiento importante. En la Carta a los Romanos (8,18-23), San Pablo presenta a la creación entera sumida en ese estado de espera. Y, en la creación, también nosotros, los cristianos, los que “poseemos las primicias del Espíritu” compartimos esa situación. El gemido de la creación, un gemido de parto, de alumbramiento de algo nuevo, se une a nuestro gemido interior, mientras aguardamos la redención de nuestro cuerpo.

Las personas humanas no somos sustancias aisladas, sino que somos un nudo de relaciones. La relación fundante, que nos llama a la existencia y nos mantiene en el ser, es la relación con Dios. Hemos sido hechos a imagen de Dios y estamos llamados a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios.

Estamos llamados, también, a la fraternidad. Nuestra naturaleza es la de seres sociales. Necesitamos la relación con los otros; el intercambio; la reciprocidad; el diálogo. Separados de los demás no podemos vivir ni desarrollar nuestras capacidades.

Una tercera relación se establece con el mundo, con la globalidad de lo creado. En el Génesis se dice que el hombre fue situado por Dios en un jardín (Génesis 2,8), donde podía cultivar la tierra y guardarla, sin que el trabajo le resultase penoso.

Una mirada a la realidad que vivimos pone de relieve la ruptura de esta armonía querida por Dios. La expectación de la creación se vive desde el caos; desde una creación sometida a la frustración, a la esclavitud de la corrupción. Y por eso, la creación gime esperando la renovación.

El jardín preparado por Dios parece haberse convertido en una selva impracticable, amenazante o, incluso, en un desierto. En un lugar, tantas veces, poco amistoso y apacible. No sólo ha hecho su irrupción el cansancio del trabajo, sino también el sufrimiento y el mal, en toda su extensión y en todas sus formas.

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