Mayo virtual: con retraso, el último día de la serie
Día 30: Puerta del Cielo
La “Escatología” es el tratado sobre lo último; sobre los “novísimos”; es decir, sobre cada una de las cuatro últimas situaciones del hombre, que son la muerte, el juicio, el infierno y la gloria. El título mariano de “Puerta del Cielo” remite a lo último, al misterio pascual de Cristo, a la coronación del plan divino de la creación y de la salvación del hombre.
La verdadera Puerta de la salvación y de la vida es Jesucristo nuestro Señor: “En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas” (Juan 10,7). Jesús es la Puerta de la vida eterna, por quien se nos abren las puertas de la Jerusalén celeste.
También a la Santísima Virgen María se le aplica la metáfora de la “puerta”. Ella es la nueva Eva, la Madre-Virgen, la que intercede sin cesar en favor de los fieles.
La Liturgia ve en María a la “Virgen humilde, que nos abrió por su fe la puerta de la vida eterna que Eva había cerrado por su incredulidad”; a la Madre virginal de Cristo que se convierte en “puerta luminosa de la vida, por la que apareció la salvación del mundo, Jesucristo, nuestro Señor”; y a la Virgen suplicante “de quien recibimos al Salvador del mundo”.
¿Qué es el Cielo? De algún modo debemos imaginarlo para poder desearlo. El Cielo es Dios, es la comunión de vida y de amor con Dios, con la Virgen María, los ángeles y los santos (cf Catecismo 1024). En el Cielo encontramos nuestro fin último, la realización de nuestras más profundas aspiraciones, el estado supremo y definitivo de dicha. Mirando a María, aspiramos al Cielo; acudiendo a Ella se nos abren sus puertas, aunque no podamos sospechar plenamente “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó”: lo que Dios preparó para los que le aman (1 Corintios 2,9).