InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

1.03.17

Por vosotros y por muchos

El próximo día 4 de marzo, en la Misa vespertina del primer Domingo de Cuaresma, entrará en vigor, en nuestro país, la nueva versión española correspondiente a la tercera edición oficial del Misal Romano.

El cambio más llamativo hace referencia a una diferente traducción de las palabras latinas de la consagración del cáliz. Lo que en el Misal latino era “pro vobis et pro multis” se convirtió, en su día, en una traducción que era más bien una interpretación, en “por vosotros y por todos”.

Se estimó, más recientemente, que esa traducción – “por vosotros y por todos” – no era ni la mejor traducción, ni siquiera la más compartida – o unánime - interpretación. Y no por razones espúreas, sino por deseo de ser fieles a las palabras de Jesús - en la institución de la Eucaristía- , a los relatos neotestamentarios e, incluso, a las referencias veterotestamentarias. Y por ello la Iglesia dejó de optar por el “por vosotros y por todos” para preferir la expresión más literal: “por vosotros y por muchos”.

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6.02.17

Sumar, en lugar de restar, de multiplicar o de dividir

Quizá, si sumásemos más, nos iría mejor. Sumar es reunir varias cantidades en una sola. Hoy, al menos en España y, en general, en Europa, los católicos deberíamos sumar. Primeramente en lo cuantitativo: Cuantos más fieles participen en la Santa Misa, mejor. Lo ideal sería que nos reuniésemos todos, o los más posibles, en la celebración más próxima de la Santa Misa que esté a nuestro alcance.

Restar es algo malo. Un planteamiento excesivamente individualista de la práctica de la fe no es correcto. No somos, los católicos, guerreros que combaten por cuenta propia y que buscan, de modo aislado, la fuerza que Dios nos da. Somos, más bien, miembros de un Cuerpo que es más fuerte en la medida en que está más unido a Jesucristo. Y estar más unido a Él significa estar más unidos entre nosotros.

No tiene ningún sentido la multiplicación de las celebraciones de la Santa Misa en el entorno de unas parroquias próximas. No tiene sentido la división del número de fieles que participan en cada celebración (si para 400 fieles se ofrecen 40 celebraciones, probablemente haya diez fieles en cada celebración, y eso – se mire como se mire – no es normal).

Hay que sumar. La mentalidad ha de ser: “Yo, participando en la Santa Misa, he de ayudar a que la participación de los otros y a que la celebración, en sí, sea más significativa”.

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2.02.17

Dios ha hablado, y su palabra no es en vano

Los seres humanos, muchas veces, hablamos por hablar, sin que lo que decimos tenga mucho contenido o apoyo. De Dios no podemos pensar lo mismo: Él habla, sí, pero nunca en vano. Toda la teología y toda la fe se fundamentan en este hecho razonable: Dios ha hablado, se ha comunicado con nosotros en Jesucristo.

Nada que tenga que ver con Jesucristo, centro de la revelación, es en vano. Sería un error muy grave considerar que lo que la revelación divina – testificada en la Escritura, leída en la Tradición e interpretada autorizadamente por el Magisterio - nos dice sobre María, la Madre de Jesús, es secundario.

En María “todo es relativo a Cristo”: “En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él: en vistas a Él, Dios Padre la eligió desde toda la eternidad como Madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu Santo que no fueron concedidos a ningún otro” ( Pablo VI, Marialis cultus, 25).

Las madres tienden a defender a sus hijos – y, en buena lógica, los hijos a sus madres -. La verdad sobre María es un escudo protector que ayuda a los creyentes a preservar la verdad sobre Cristo. Dios, al revelarse, al acercarse a nosotros, no ha dejado de ser Dios, ni los misterios – las realidades concernientes a lo divino – han dejado de ser misterios. Pero esos misterios se han aproximado a nosotros para que pudiésemos, nosotros, acercarnos eficazmente a Dios. “Si Él no se revela, nosotros no llegamos hasta Él”, dijo en París el papa Benedicto XVI el 12-9-2008, en un “Discurso al mundo de la cultura”.

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1.02.17

Un teólogo excomulgado por negar, sobre todo, los dogmas marianos

El 2 de febrero de 1997, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la fe, el papa Juan Pablo II aprobaba una Notificación sobre una obra del del p.Tissa Balasuriya, O.M.I, en la que se declaraba que “el p.Tissa Balasuriya se ha desviado de la integridad de la verdad de la fe católica y, por tanto, no puede ser considerado teólogo católico, y además ha incurrido en excomunión latae sententiae (canon 1.364, § 1)”.

Se decía en esa Notificación que el teólogo Balasuriya no erraba solo en su teología, sino que patinaba en la fe, hasta el punto de ser objeto de la pena de excomunión.

Principalmente, la Congregación le recriminaba que llegase a negar “en particular los dogmas marianos. No reconoce la maternidad divina de María, su inmaculada concepción y virginidad, al igual que su asunción corporal al cielo, como verdades pertenecientes a la palabra de Dios. Al querer dar una visión de María que esté libre de todas las «theological elaborations, which are derived from a particular interpretation of one sentence or other of the Scriptures», de hecho, priva de todo carácter revelado la doctrina dogmática sobre la persona de María santísima, negando la autoridad de la Tradición como mediación de verdad revelada”.

Resultaba casi irónico – en la ironía del mal – que este sacerdote y teólogo excomulgado perteneciese a los Oblatos de María Inmaculada. Una paradoja no menor que la de un Lutero - perteneciente a la Orden de San Agustín, el doctor de la gracia - que peca, no obstante (Lutero), por tergiversar la doctrina de la gracia.

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28.01.17

No hay que hacer las cosas simplemente de otro modo, hay que hacerlas mejor

Estamos asistiendo a una transformación del mundo. Los ideales de las democracias occidentales parece que ya no convencen a todos. Y no escasean los motivos para el descontento: las desigualdades sociales, que perviven, y una cada vez mayor invasión ideológica que tiende a erigir lo “políticamente correcto” en norma absoluta, que no admite la disidencia.

Ya casi, o sin “casi”, es delito discrepar de la opinión de que el Estado financie, con nuestros impuestos, el aborto; de que se equiparen, a todos los efectos, las uniones homosexuales a lo que, hasta ahora, era el matrimonio; de que se haga normativa la llamada “ideología de género”, etc. La democracia puede llegar a ser muy “totalitaria”, puede llegar a ocupar todos los espacios y a no dejar ninguna posibilidad para la discrepancia y la objeción de conciencia.

La iniciativa de algunos ayuntamientos de borrar de la lista de las calles de la ciudad aquellas que lleven como nombre el de un santo, o el de alguien o algo vinculado a la fe católica, es una muestra más de este afán totalitario. Los políticos no son los dueños de la sociedad, ni de sus recursos económicos, ni son, tampoco, quienes han de decidir sobre fe o ateísmo, sobre inmanencia o trascendencia. Los políticos están para escuchar a la sociedad y para servirla, no para imponer a una parte de ella lo que ellos creen que representa a otra parte.

La fe católica no es respetada si simplemente se tolera la profesión privada y se obstaculiza su manifestación pública. Porque los ciudadanos que somos católicos tenemos el derecho a ser respetados, no como el resultado de una concesión graciosa, sino como un derecho humano. Y no solo a ser respetados en el ámbito privado, sino también, y para eso está la autoridad, en el ámbito y espacio público.

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