La libertad religiosa y el derecho a la conversión
He leído con gran interés la carta que Magdi Cristiano Allam dirigió al director de “Il Corriere della Sera”, carta en la que habla de su conversión al cristianismo, abandonando su anterior fe islámica.
Magdi Cristiano Allam tiene, como todo ser humano, derecho a la libertad religiosa y, en consecuencia, a abrazar libremente el Credo que, en conciencia, reconoce como la Verdad.
El Concilio Vaticano II expresa muy claramente este derecho: “Esta libertad [la libertad religiosa] consiste en que todos los hombres deben estar libres de coacción, tanto por parte de personas particulares como de los grupos sociales y de cualquier poder humano, de modo que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella, pública o privadamente, solo o asociado con otros, dentro de los debidos límites” (“Dignitatis humanae”, 2).
Parecería que, en una sociedad abierta, esta libertad estaría suficientemente garantizada, pero la realidad nos dice que no es así. Con frecuencia es una libertad vulnerada, de forma sutil, por la presión ejercida en ocasiones por un laicismo antirreligioso, o de forma violenta, sin excluir, como en el caso de Magdi Cristiano Allam, la amenaza de muerte.
La libertad religiosa está fundada en la dignidad de la persona humana y por ello este derecho debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, y no sólo reconocido teóricamente, sino también amparado en la práctica.
La conciencia es el cauce mediante el cual el hombre percibe y reconoce la voz de Dios y es la vía personalísima a través de la cual la persona busca la verdad. La libertad de la conciencia no es indiferencia hacia la verdad, sino ausencia de coacción externa a la hora de adherirse a ella firmemente con el asentimiento personal.
Un gran converso, el cardenal Newman, destacaba este carácter personal de la conciencia como vía de conocimiento: “No puedo pensar con otra mente que no sea la mía, como no puedo respirar con otros pulmones que no sean los míos. La conciencia está más próxima a mí que cualquier otro medio de conocimiento”. Dotada de una configuración esencialmente religiosa, la conciencia, afirmaba también el Cardenal inglés, es el “eslabón entre la creatura y su Creador”.
Guillermo Juan Morado.

Si quisiésemos escribir una novena para cada advocación de la Virgen no nos llegarían los días de una vida entera, por larga que ésta fuese. La devoción a Nuestra Señora está tan difundida que abarca las diversas épocas de año y se extiende por toda la geografía: “A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia”, escribe Benedicto XVI al final de su encíclica Deus caritas est.
Si un hábito de la mente determina nuestro modo de pensar y de vivir en la sociedad actual es la ciencia. El rigor, la precisión, la capacidad de predecir resultados conforman un ámbito del saber, el científico, de cuyas aplicaciones prácticas nos beneficiamos diariamente.












