InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

10.05.08

Pentecostés

La solemnidad de Pentecostés clausura el tiempo pascual: La plenitud de la Pascua llega con el envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Así como Cristo fue enviado por el Padre, para redimirnos del pecado y darnos una nueva vida – la vida de los hijos de Dios - , así también el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, es enviado por el Padre y por el Hijo como el principal don de la Pascua.

El Señor Resucitado “exhaló su aliento” sobre los discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. La misión del Espíritu Santo es devolvernos la semejanza divina perdida por el pecado, uniéndonos a Cristo, y haciéndonos vivir en Él. El Espíritu nos injerta en la Vid verdadera, que es Cristo, para que demos abundantes frutos.

En la Sagrada Escritura encontramos diversos símbolos que hacen referencia al Espíritu Santo: el agua viva, la unción con óleo, la nube y la luz que revela al Dios vivo, el sello con el que nos marca el Padre, la imposición de las manos, etc. En el relato del acontecimiento de Pentecostés resalta uno de estos símbolos: el fuego. El fuego, para nosotros, puede ser un signo de muerte, porque sabemos el poder devastador que tiene un incendio. Después de un incendio, no queda nada, apenas algunas cenizas. Pero este no es el sentido que tiene el fuego cuando simboliza al Espíritu Santo.

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Mayo virtual: Madre nuestra

Día 10. La Madre que ama al Hijo en los hijos

“Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: - ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: -‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”(Juan 19,26-27).

En la Cruz, el Señor nos confió a María para que Ella sea nuestra Madre y para que nosotros seamos sus hijos. En Juan, Jesucristo nos convierte a todos los discípulos en herederos del amor de su Madre y en herederos del amor a su Madre. La Virgen nos ama en su Hijo. Como dice la liturgia: “Ella ama al Hijo en los hijos”.

La maternidad espiritual de María es un regalo del amor materno de Dios. Dios no nos deja huérfanos. Él es nuestro Padre y María es nuestra Madre. María es la nueva Eva, la verdadera madre de los vivientes, renacidos en el árbol de la Cruz.

Debemos invocar a María con confianza filial. Santa Teresa de Jesús nos narra un pasaje de su vida y nos dice: “Acuérdome que cuando murió mi madre, quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a una imagen de nuestra Señora y suplicaba fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a Ella y, en fin, me ha tornado a sí”.

Como Santa Teresa, cada uno de nosotros estamos llamados a experimentar esa maternidad. La Virgen nos hace vivir, y nos cuida, y nos quiere. “Sus entrañas, fecundadas una sola vez, pero no agotadas, no dejan de engendrar el fruto de la bondad”, escribía el Beato Guerric. En todas nuestras penas, cada vez que sintamos la ausencia de los seres amados, o experimentemos la dificultad del seguimiento de Cristo, “invoquemos a esta dulce Madre, imploremos su amor maternal, procuremos imitar sus virtudes y tengamos un afecto verdaderamente filial con esta Señora” (San Francisco de Sales).

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8.05.08

Más laicismo y más aborto

Este Gobierno tiene claras sus prioridades. Quiere más. ¿Más justicia, más trabajo, mayor bienestar? No parece que vayan por ahí los tiros. Las preferencias son otras. El Gobierno quiere abanderar la causa – caduca causa – del laicismo y enarbolar la bandera del aborto.

Anuncian una revisión de la Ley de libertad religiosa que, habida cuenta del ideario que subyace a estas prisas, no augura nada bueno. Y quiere “mejoras” en la Ley del aborto. ¿Mejoras de qué tipo? Es fácil también adivinarlo: Blindar el ejercicio del aborto, tanto para las madres – y padres - que quieran deshacerse de sus hijos, como para los médicos que quieran seguir forrándose a base de perpetrar estas carnicerías. Ante todo, “seguridad jurídica”. Para todos, menos para el niño. Una ley que, en vez de proteger la vida, defienda a los que la atacan. Algo así como el mundo al revés.

Lo más preocupante, con todo, no son las prioridades del Gobierno, sino la situación moral de una sociedad que ampara, que quiere, que respalda, con sus votos o con su silencio, este tipo de medidas. Una sociedad enferma, ciega ante los verdaderos derechos humanos, insensible al grito de los más indefensos de los indefensos.

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Mayo virtual: Stabat Mater

Día 9. Stabat Mater

“En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena” (Juan 19,25).

En la secuencia de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, se canta a la Madre piadosa que estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía, “cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía”. María, a los pies de la Cruz, es la imagen viva de la compasión, del sufrimiento compartido. María se asocia al dolor de Cristo, que recapitula, haciéndolo suyo, la inmensa masa de dolor y de sufrimiento que aflige a la humanidad entera.

El misterio del dolor nos desconcierta. Puede sacar a la luz lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Puede conducirnos a la desesperación, al pesimismo o a la angustia. Pero puede también, el sufrimiento propio o ajeno, dilatar nuestro corazón, ensancharlo hacia un horizonte de solidaridad viva con todos los que han padecido o padecen; en definitiva, puede hacer que sea un corazón compasivo y misericordioso, como el Corazón de Jesús, como el corazón de su Madre.

San Pablo, en la Carta a los Colosenses, escribe unas palabras que sólo resultan inteligibles desde la lógica de la compasión: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia” (1,24). Desde la óptica de la Cruz, el dolor y el sufrimiento, si se hace dolor de Cristo, si se padece en comunión con Él, tiene valor de redención, de salvación.

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7.05.08

Renovación eclesial en Holanda: El nuevo arzobispo de Utrecht

Se llama Willem Jacobus Eijk. El Papa lo nombró arzobispo metropolitano de Utrecht, en Holanda, el 11 de diciembre de 2007. Hasta ese momento era el obispo de Groningen-Leeuwarden.

Nacido en Duivendrecht (diócesis de Haarlem) el 22 de junio de 1953, Mons. Willem Jacobus Eijk cursó los estudios de Medicina en la Universidad de Amsterdam, antes de ingresar en el Seminario. Fue ordenado sacerdote el 1 de junio de 1985, para la diócesis de Roermond. Se doctoró en Medicina en la Universidad de Leiden y, en 1989, en Filosofía, en el Angelicum de Roma, y se licenció en Teología en la Universidad Lateranense. Desde 1997 hasta 1999 ha sido miembro de la Comisión Teológica Internacional. El 17 de julio de 1999 fue nombrado obispo de Groningen-Leeuwarden. Forma parte de la Pontificia Academia para la Vida.

Mons. Eijk sucede en la archidiócesis holandesa de Utrecht al cardenal Adrianus Johannes Simonis, quien renunció, por razones de edad, a su cargo el 14 de abril de 2007. El cardenal Simonis había sucedido, en su momento, al cardenal Willebrands, quien fuera Presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos.

El nuevo arzobispo de Utrecht; sin duda, futuro cardenal Eijk, es un experto en el área de la Bioética y un firme defensor del derecho a la vida. Una nueva prueba de confianza por parte del Papa ha sido su reciente nombramiento (6 de mayo) como miembro de la Congregación para el Clero.

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