La Sagrada Familia
El primer domingo después de Navidad celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. El Hijo de Dios se hizo hombre y asumió, para redimirlas, las realidades humanas. También la realidad de la familia. Acepta creer y fortalecerse en el seno de la familia formada por Él, por María, su Madre, y por San José (cf Lc 2,22-40). La Sagrada Familia es el reflejo en la tierra del misterio de la comunión eterna de la Santísima Trinidad.
Como Jesús, cada uno de nosotros hemos nacido en el regazo de una familia. Nuestros padres han aceptado ser colaboradores de Dios para transmitirnos el don de la vida, para educarnos, para hacernos comprender, a través de su amor, que Dios nos ama por nuestro nombre, tal como somos; con nuestras virtudes y con nuestros defectos.
Dios se ha valido también de nuestra familia para regalarnos el don de la fe. Cuando éramos muy pequeños, alguien – nuestra madre, nuestro padre, nuestros abuelos, algún familiar que vivía en nuestra casa – puso en nuestros labios las palabras adecuadas para dirigirnos a Dios. Nos enseñaron las primeras oraciones: El Padrenuestro, el Ave María, el Gloria, la oración al ángel de la guarda…

La expectación es la espera de un acontecimiento que interesa o importa. El Adviento nos sumerge en la expectación, en la tensión dinámica de la espera “de un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos”: la venida de Cristo (cf Catecismo 522). En la liturgia de este tiempo la Iglesia actualiza la espera del Mesías, compartiendo así la espera de Israel y, de algún modo, la espera confusa de todo hombre; el anhelo de salvación, de redención, de justicia, de felicidad. Al disponernos a celebrar la venida del Salvador en la humildad de nuestra carne, los fieles renovamos el ardiente deseo de su segunda venida en la majestad de su gloria.
Tercer Domingo de Adviento ( B )






