La paz, la oración y la estima del mundo
Casi al final de la Carta a los Filipenses San Pablo exhorta a la perseverancia y a la alegría (cf Flp 4,6-9). Tres actitudes emergen como propias de un cristiano: la paz, la oración confiada en toda circunstancia y la valoración de lo auténticamente humano.
La primera actitud es la paz: “Nada os preocupe”, “la paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos”, “el Dios de la paz estará con vosotros”. El sosiego, la tranquilidad, no depende tanto de circunstancias externas como de una disposición interior. No es fácil que encontremos, en medio del trabajo y de las ocupaciones cotidianas, una paz que nos venga dada desde el exterior. Más bien hemos de hallar la paz dentro de nosotros mismos. Pero esa tranquilidad interior es don de Dios; un regalo que Él nos concede como resultado de la reconciliación con Él, como efecto de la vivencia de la caridad, como fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones. La ansiedad que caracteriza en ocasiones nuestra vida puede ser un síntoma que nos empuje a volvernos a Dios, a convertirnos a Él, a enraizar en Él nuestras vidas.