Sentimientos encontrados
Si he de hacer un primer balance de lo que para mí ha supuesto esta visita del Papa debo hablar de sentimientos encontrados, de una especie de amalgama de alegría y decepción. Alegría por la presencia entre nosotros del Sucesor de Pedro, por su magisterio claro y profundo, por la sintonía evidente de los fieles sencillos con el Pastor de la Iglesia universal. Pero he experimentado, también, tristeza al constatar que una parte – no sé si numerosa, pero sí influyente – de la población es cada vez más hostil al mensaje cristiano y a quien lo proclama de modo autorizado.
Los debates mercantilistas centrados en la relación coste-beneficio a propósito del viaje del Papa me han causado un profundo disgusto. Parecería que no se justificase la presencia del Papa si los hosteleros no llenan sus hoteles, si los dueños de los restaurantes no sirven más comidas o si los vendedores de souvenirs no hacen más caja. Me niego a seguir este argumento, incluso a sabiendas de que es falso. Mucho más dinero se gasta en otras cosas, sin que nadie alce en contra una sola palabra de protesta. Y, por si alguien lo olvida, también los católicos pagamos impuestos. También los católicos, que somos más de dos o de tres, tenemos derechos.
Unas palabras del Papa en el avión, antes de aterrizar en Santiago de Compostela, han levantado polémica. Benedicto XVI se refería a la aportación de España al catolicismo moderno, pero también a la existencia en nuestro país de un pensamiento laicista y anticlerical, de un “secularismo fuerte y agresivo”. Es decir, en nuestra historia está presente la fe, pero también lo está la laicidad y entre un paradigma y otro debe haber – y este es el reto de cara al futuro - no desencuentro, sino encuentro.
Que hoy en España se da un desencuentro entre fe y modernidad es una constatación evidente. Pero también existe un secularismo agresivo. Algunos medios de comunicación se han encargado de corroborarlo, proporcionando crónicas o informaciones marcadas por un laicismo inmisericorde; por no decir, simplemente, por la falta de respeto y hasta de educación. Uno se pregunta si un país así tiene futuro y si hay espacio en él para la convivencia. Sin duda, los españoles tenemos que trabajar mucho apostando por una cultura cívica que permita que, pensando de modo diferente, todos podamos respirar.

Homilía para el Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Cuando Yitzhak bar Shimón salió de su casa, a la mitad de la prima vigilia, el cielo estaba cuajado de estrellas, estaba oscuro, pues la luna no se haría visible hasta el final de la secunda vigilia, tomó el camino de la Bet haKenéset (Sinagoga) de Antioquía, al poco se detuvo pues el resplandor, a jirones, de una lluvia de estrellas conocidas como Acuáridas se mostraba en todo su esplendor, y, con una extraordinaria actividad. 
Notas para la Homilía de la Solemnidad de Todos los Santos






