La religión y lo público
Lo “público” es lo que pertenece a todo el pueblo. En este sentido, se contrapone a lo “privado”, a lo particular y personal de cada individuo. Pero entre una cosa y la otra, entre lo público y lo privado, no puede haber una separación tajante – ya que el hombre es un ser social - , salvo que se defienda una concepción totalitaria de lo público, en virtud de la cual los derechos del pueblo se transfiriesen al Estado y quedasen sometidos a los dictados de quienes, en cada momento, detentasen el poder.
Los conocimientos, las convicciones morales, los gustos estéticos son, en cierta medida, privados, particulares, pero, si se reconoce la libertad humana, pueden hacerse públicos; pueden expresarse en el ágora de la ciudad. Toda limitación a esta posibilidad de decir en voz alta – que no significa a gritos – lo que uno sabe, lo que uno estima, lo que uno valora, ha de restringirse a lo mínimo, a lo estrictamente necesario para salvaguardar los derechos de los demás y el orden social.
El ámbito religioso es, simultáneamente, privado y público. Es privado en la medida en que la fe anida en la conciencia, en esa facultad personal que nos permite reconocer la verdad y que constituye, como decía el beato Newman, el eslabón que une a la criatura con el Creador. Pero lo religioso no se reduce a la interioridad de la conciencia, porque el hombre, necesariamente, tiende a exteriorizar lo que cree, a proclamarlo con la palabra, a traducirlo en vida, a compartirlo con los demás.

Dialogar no es fácil. El diálogo es una “discusión o trato en busca de avenencia”. Pero a veces la avenencia no se consigue. Puede tratarse de un diálogo de besugos o hasta de sordos. De besugos, cuando falta la coherencia lógica, y de sordos, cuando los interlocutores no se prestan atención.
Oyendo algunas críticas a la visita del Papa uno se pregunta si merece la pena escuchar y, sobre todo, si merece la pena responder. Es evidente que determinadas personas van a lo que van, a la carga contra todo lo que suene a “católico”. Son, en este propósito, incansables. Cualquier pretexto les basta y si no hay pretexto se lo inventan.
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