Por vosotros y por muchos
El próximo día 4 de marzo, en la Misa vespertina del primer Domingo de Cuaresma, entrará en vigor, en nuestro país, la nueva versión española correspondiente a la tercera edición oficial del Misal Romano.
El cambio más llamativo hace referencia a una diferente traducción de las palabras latinas de la consagración del cáliz. Lo que en el Misal latino era “pro vobis et pro multis” se convirtió, en su día, en una traducción que era más bien una interpretación, en “por vosotros y por todos”.
Se estimó, más recientemente, que esa traducción – “por vosotros y por todos” – no era ni la mejor traducción, ni siquiera la más compartida – o unánime - interpretación. Y no por razones espúreas, sino por deseo de ser fieles a las palabras de Jesús - en la institución de la Eucaristía- , a los relatos neotestamentarios e, incluso, a las referencias veterotestamentarias. Y por ello la Iglesia dejó de optar por el “por vosotros y por todos” para preferir la expresión más literal: “por vosotros y por muchos”.

Quizá, si sumásemos más, nos iría mejor. Sumar es reunir varias cantidades en una sola. Hoy, al menos en España y, en general, en Europa, los católicos deberíamos sumar. Primeramente en lo cuantitativo: Cuantos más fieles participen en la Santa Misa, mejor. Lo ideal sería que nos reuniésemos todos, o los más posibles, en la celebración más próxima de la Santa Misa que esté a nuestro alcance.
El 2 de febrero de 1997, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la fe, el papa Juan Pablo II aprobaba una Notificación sobre una obra del del p.Tissa Balasuriya, O.M.I, en la que se declaraba que “el p.Tissa Balasuriya se ha desviado de la integridad de la verdad de la fe católica y, por tanto, no puede ser considerado teólogo católico, y además ha incurrido en excomunión latae sententiae (canon 1.364, § 1)”.
Estamos asistiendo a una transformación del mundo. Los ideales de las democracias occidentales parece que ya no convencen a todos. Y no escasean los motivos para el descontento: las desigualdades sociales, que perviven, y una cada vez mayor invasión ideológica que tiende a erigir lo “políticamente correcto” en norma absoluta, que no admite la disidencia.






