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21.04.24

Lecturas: Serafín Béjar, "Cristología y donación"

Serafín Béjar, Cristología y donación. Ha aparecido la gracia de Dios, Sal Terrae (colección Presencia Teológica 312), Maliaño 2024, 383 páginas, ISNB: 978-84-293-3194-3.

 

Serafín Béjar (Granada, 1974) es doctor en Teología Fundamental por la Universidad Gregoriana de Roma y en Filosofía por la Universidad de Granada. Enseña Cristología, Teología Fundamental y Método Teológico en la Facultad de Teología de la Universidad Loyola-Andalucía. Sus publicaciones inciden en la aportación de algunas líneas de la fenomenología contemporánea de cara a la comprensión del cristianismo.

Ya en el prefacio del libro que reseñamos, Serafín Béjar establece un claro vínculo entre cristología, filosofía y credibilidad: “La cristología, que tiene como misión la universalización de la narrativa evangélica, encuentra en la filosofía las mediaciones de razón que le permiten mostrar la credibilidad del acontecimiento ‘Cristo’, en un mundo culturalmente diverso en el que vivió el Hijo de Dios hecho carne” (p. 11). Para el autor, “la fenomenología contemporánea ofrece a la cristología un vasto horizonte por el que transitar en la actualidad” (ibid.).

S. Béjar señala algunos desplazamientos operados en las últimas décadas en el ámbito de la fenomenología que han impactado en la cristología: el subrayado del “aparecer” frente al predominio del “ser”. El pensamiento positivista reduce la realidad a hechos brutos, la fenomenología convierte el mundo de la vida en un mundo de sentido. Frente a la preeminencia del “sujeto constituyente” de la modernidad, se subraya el “sujeto constituido”, que se convierte en “testigo” del fenómeno que se manifiesta. La primacía de la verdad como “esencia” da paso al subrayado de la verdad como dinamismo de “desvelación”. Del predominio del “alma” se transita a la acentuación de la “carne” a la hora de comprender el mundo de la vida. El último desplazamiento consiste en el cambio de la preponderancia del “Dios apático” al subrayado del “Dios patético”, que no ignora la real pasión de Cristo.

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20.04.24

La dignidad (ontológica) de cada ser humano

La declaración “Dignitas infinita” del Dicasterio para la Doctrina de la Fe aporta una explicación muy oportuna sobre las diferentes acepciones del término “dignidad” referido a cada ser humano. El uso de esta palabra resulta, a menudo, equívoco y confuso, dando pie a numerosas contradicciones. Es verdad que se presume la existencia de un consenso acerca de la importancia y del alcance normativo de la dignidad y del valor único de cada ser humano; no obstante, en las circunstancias concretas, no siempre esta dignidad es reconocida, respetada, protegida y promovida.

Para superar esas contradicciones, es preciso aclarar los diferentes sentidos del concepto de dignidad: dignidad ontológica, dignidad moral, dignidad social y, finalmente, dignidad existencial. De estos cuatro sentidos, el más importante y fundamental es el primero: la “dignidad ontológica”, que le corresponde a cada ser humano por lo que es, independientemente de las circunstancias en las que pueda encontrarse. Sea bueno o malo, rico o pobre, niño o anciano, sano o enfermo, el ser humano debe ser tratado como una persona: no puede ser comprado ni vendido. Tiene, diría Kant, dignidad y no precio.

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8.04.24

En el día de San Telmo: Los santos brotan de la fuente más preciosa

San Juan nos dice en su evangelio que, del costado traspasado de Cristo en la cruz, “salió sangre y agua”. Se trata, escribe Joseph Ratzinger, de una fuente “mucho más preciosa que todas las que haya habido nunca en la tierra”. Es la fuente de la pura entrega: Jesús se vacía fluyendo por entero para los demás. De ahí mana el bautismo y la eucaristía; de ahí nace la Iglesia; de ahí se nutren los santos.

Celebrar la fiesta de San Telmo es celebrar que la Pascua, el paso perfecto de Jesús, nos atañe a cada uno de nosotros personalmente. Con su gracia, con la fuerza de su entrega que se hace presente en los sacramentos, también nosotros podemos transitar desde una vida aburrida, cerrada en el propio yo y en sus caprichos, a la vida verdadera que nace de la donación a Dios y a los otros: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”.

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7.04.24

II Domingo de Pascua (B): El paso de incrédulo a creyente

“Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”. En la Octava de Pascua seguimos celebrando el día santísimo de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. El Evangelio nos transporta al anochecer de aquel día, el primero de la semana.

El Señor no se somete a un examen forense por parte de los incrédulos, sino que se aparece a los suyos. Son estos encuentros los que, bajo la acción de la gracia, despiertan la fe de los discípulos en la Resurrección.

Dios todo lo hace nuevo. Su palabra, la entrega de su Hijo en la Cruz, el agua y la sangre, el amor más fuerte que la muerte… transforman lo terreno en lo celeste, lo temporal en lo eterno.

Verdaderamente se trata, como explicaba Benedicto XVI valiéndose de una analogía, de la mayor “mutación”, del salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos. Su cuerpo, el de Cristo, se llena del Espíritu Santo y participa, para siempre, de la gloria de Dios.

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28.03.24

Símbolos de la Pascua

En la liturgia de la Iglesia lo visible remite a lo invisible y a lo eterno. Los símbolos que apuntan al Misterio Pascual, al paso de Jesucristo de este mundo al Padre a través de su muerte y resurrección, resultan especialmente elocuentes. Joseph Ratzinger, en un bello texto dedicado al “misterio de la vigilia pascual”, se fija en tres de ellos: la luz, el agua y el cántico nuevo, el aleluya.

La luz es uno de los símbolos primigenios de la humanidad; un símbolo uránico, que encarna la gloria de lo celestial. La luz terrena es el reflejo más directo de la realidad divina. En la noche de Navidad y en la de la Pascua el simbolismo de la luz se funde con el de la noche. Se trata del drama de la luz y las tinieblas, de Dios y del mundo que se enfrentan, de “la victoriosa irrupción de Dios en el mundo que no quiere hacerle sitio y, sin embargo, al final no puede negárselo”. Este drama alcanza en la Pascua su punto central y culminante: Las tinieblas han condenado al portador de la luz, pero la resurrección trae el gran cambio. La luz ha vencido atrayendo hacia sí un trozo de mundo. El cirio pascual que avanza por la iglesia oscura como la noche es imagen del consuelo de un Dios que sabe de la noche del mundo – del sinsentido y la desorientación que la pueblan – y que, en medio de ella, ha encendido su luz, la Luz de Cristo.

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