Funerales ¿de Estado?
Aquí, puestos a complicar las cosas, no hay quien nos gane. No hace muchos días, en la laica Francia, el presidente de la República asistía en la iglesia de Los Inválidos a un funeral oficiado por el eterno descanso de diez soldados franceses muertos en Afganistán. No parece que hayan temblado los pilares de Francia, como tampoco temblaron cuando el féretro de Mitterrand fue conducido a la catedral de París para su último adiós. De lo que se trata es de orar por los muertos y, como el Estado no es una iglesia, parece normal que esa misión se le encomiende a la Iglesia. ¿A la Iglesia Católica? Pues sí, si los difuntos pertenecían a ella, o si sus familiares así lo desean. ¿Y si algún fallecido no es católico? La Iglesia ora por todos, con generosidad, pero es comprensible que otras comunidades eclesiales u otras religiones organicen sus propios ritos. Los representantes del Estado harán bien en asistir, sea cuales sean sus convicciones, por respeto a las víctimas y a las familias de las víctimas, a esos ritos fúnebres.

Ya se sabe. Cuando se trata de desacreditar cualquier opinión se dice: “¿Y eso, en la práctica, qué?” Para algunos, la práctica, la “praxis”, es todo. Es una opción teórica como cualquier otra: la primacía de la “praxis”. La “praxis” sería el criterio de la verdad, el único criterio, la norma decisiva.
La Iglesia celebra el bimilenario del nacimiento del Apóstol San Pablo. El Papa Benedicto XVI ha querido, con este motivo, dedicar “un año jubilar especial, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009” al Apóstol de las Gentes (cf “Homilía en la Basílica de San Pablo extramuros”, 28 de junio de 2007). El Papa señalaba algunos objetivos de cara a este Año: las celebraciones litúrgicas en honor de San Pablo; las iniciativas culturales; los proyectos pastorales y sociales; el impulso ecuménico y las peregrinaciones.
¿Quién es Jesús? A lo largo de la historia, y también en el presente, esta pregunta se plantea muchas veces. Si acudimos a una librería encontraremos distintos libros sobre Jesús. Sobre él escriben historiadores, filósofos y novelistas. La respuesta a la pregunta sobre su identidad depende, en buena medida, de los presupuestos de los que parta quien se aproxima a su figura. Para unos, Jesús es un maestro religioso, un reformador moral, un hombre de Dios; un personaje, en todo caso, admirable y desconcertante.
La antífona de entrada de la Misa vespertina de la solemnidad de la Asunción constituye una exclamación de gozo: “¡Qué pregón tan glorioso para ti, María! ¡Hoy has sido elevada por encima de los ángeles, y con Cristo triunfas para siempre!”. La Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma al cielo supone una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos (cf Catecismo 966).






