Herodes, los sumos sacerdotes, los Magos
En el relato evangélico de la adoración de los Magos (cf Mt 2,1-12) contrastan tres actitudes diversas: La actitud de Herodes, que presiente que la salvación de Dios es un peligro; la actitud de los sumos pontífices y de los letrados, que conociendo las profecías permanecen en la indiferencia; y, finalmente, la actitud de los Magos, que se ponen en camino para buscar a Jesús y adorarlo.
Herodes era el rey de Judea. Su modo de actuar es el de un tirano que busca, a toda costa, alcanzar y mantener el poder. El historiador Flavio Josefo trazó el siguiente retrato de su personalidad: “Era de carácter indómito y apasionado, cruel e inflexible. Le eran extraños los sentimientos de ternura y las emociones sensibles. Dondequiera su interés parecía exigirlo, obraba con mano férrea hasta hacer correr ríos de sangre”. El comportamiento de Herodes en absoluto es pasivo, sino que hace todo lo que está en su mano para disipar una posible amenaza. Se sobresaltó, nos dice San Mateo, al enterarse de que los Magos preguntaban por el Rey de los Judíos que había nacido. Convocó a los sabios de su reino para indagar dónde tenía que nacer el Mesías. Llamó a los Magos con la intención de saber exactamente dónde se encontraba el Niño.

Es conocida la Carta Apostólica “Summorum Pontificum”, “motu proprio data”, del Papa Benedicto XVI sobre el uso de la Liturgia Romana anterior a la reforma efectuada en 1970. No es fácil, para los que no somos expertos, adentrarse en estas cuestiones. Todo lo que concierne a la Liturgia es complejo, por la inmensidad de aspectos teológicos y jurídicos que están implicados. De un Misal, por ejemplo, no se cambia ni una coma sin que, precedido de muchos estudios, la autoridad competente no lo permita. Sea pues nuestra aproximación una aproximación cauta y modesta.
El eco de la Natividad del Señor resuena en este segundo domingo después de la Navidad. Jesucristo es la Sabiduría y la Palabra del Padre que “se hizo carne y acampó entre nosotros” (cf Jn 1,1-18). Dios ha querido compartir nuestro destino para iluminar nuestras vidas. Y esa Luz que proviene de Dios es Jesucristo, el Verbo encarnado, que nos da la posibilidad de ser hijos adoptivos de Dios por la gracia.
No soy especialista en Historia y, por consiguiente, mi comentario ha de interpretarse como lo que es: una reseña hecha por alguien que, entre sus lecturas, suele incluir los libros de Historia y, de modo muy destacado, las biografías.
Uno puede resentirse del cuerpo o del alma. Un accidente, una caída, un golpe fuerte pueden dejar una herida duradera, un pesar, una molestia que se empeña en pervivir en el tiempo. Mi espalda puede resentirse de dolencias pasadas y, de vez en cuando, puede hacerme llegar el eco de esa sensación molesta y aflictiva.












