Ángeles
Hace pocos días, el 29 de septiembre, celebrábamos la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Ya en el siglo V, en la vía Salaria de Roma, se le había dedicado una basílica a San Miguel. Se trata pues de una devoción, y de un culto, de notable antigüedad.
La celebración de los Santos Ángeles Custodios es mucho más reciente. Se remonta al siglo XVII. La Iglesia conmemora a los ángeles, enviados por Dios para nuestra custodia. En la Santa Misa pedimos “vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía”.
Decía San Gregorio Magno que “casi todas las páginas de los libros sagrados testifican que existen ángeles y arcángeles”. Y el “Catecismo” precisa que “la existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición” (328).
San Juan de la Cruz veía a los ángeles como una especie de intermediarios entre los hombres y Dios: “Los ángeles, además de llevar a Dios nuestras noticias, traen los auxilios de Dios a nuestras almas y las apacientan como buenos pastores, con comunicaciones dulces e inspiraciones divinas. Dios se vale de ellos para comunicarse con nosotros. Los ángeles nos defienden de los lobos, que son los demonios, y nos amparan”.

Homilía para el Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Sabía de la existencia de esta obra, pero no la había leído. Bueno, a decir verdad, aún no la he leído del todo. Sólo he comenzado a hacerlo. Se trata, como es sabido, de una novela de Newman. Al parecer, el Cardenal Wiseman, autor de “Fabiola”, sugirió a Newman, en 1854, continuar la ilustración novelada de la Iglesia antigua.
Francesco Castelli, “La ‘autobiografía’ secreta del Padre Pío. La investigación del Santo Oficio”, Ed. Palabra, Colección Arcaduz, Madrid 2010, 315 páginas, 18,00 euros.
Los calendarios representan el paso de los días, agrupándolos en unidades superiores como semanas, meses o años. Están ahí, delante de nosotros, como notarios que registran el transcurrir del tiempo. Son, quizá, testigos incómodos porque, si los repasamos, nos damos cuenta del número de horas invertidas en nada o en casi nada.












