La reflexión teológica sobre la esencia del Cristianismo: Romano Guardini

En las interpretaciones modernas de Feuerbach y de Harnack falta el “escándalo”, la novedad de lo divino; en ellas todo se reconduce hacia la primacía del horizonte humano. Guardini, en 1905, experimentó un proceso de conversión, de profundización en la experiencia personal de fe, meditando un texto del evangelio según san Mateo: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará” (Mt 16,25).

Esta vivencia, que estará en la base de su teología, le llevó a superar sus dudas y propició su despedida de Kant y del neokantismo, pensamiento por el que se había sentido atraído. Solo se puede entregar la vida a Dios considerado de modo concreto, tal y como está en la historia ante nosotros, en la Iglesia.

Se van así estableciendo las categorías fundamentales de su pensamiento, en el que ocupa una posición de referencia la atención hacia la verdad misma, hacia la búsqueda del ser tras el obrar: la verdad del hombre es la esencialidad, la conformidad con su propio ser. Las categorías básicas son, en consecuencia, la obediencia al ser, la esencialidad, la adoración y la primacía del logos sobre el ethos.

El hombre está abierto a la verdad, pero la verdad se encuentra en lo “viviente concreto”, en la figura de Jesucristo, donde es unidad lo que aparentemente contrasta, donde se conecta el logos y el alogon.

Quien quiera ver a Cristo tendrá que salir de la autonomía de su pensamiento y ponerse en la disposición oyente que acepta lo que es: “Aquí se funde la exigencia de la filosofía fenomenológica de obediencia del pensamiento al ser, a lo que se muestra y a lo que es, con la idea de fondo de la fe, que es giro de ciento ochenta grados de la vida, de una vida que se deja dar un nuevo criterio y, desde él, entiende renovadamente todo. La teoría del conocimiento se convierte en educación en la fe” (J. Ratzinger).

No se trata de formar un Jesús según nuestros criterios, sino de ser esenciales, descubriendo la verdadera figura de Jesucristo y el camino de la verdadera vida. A este descubrimiento se orienta La esencia del cristianismo, una obra que constituye, según dice el mismo Guardini, una “introducción metódica” a sus libros La imagen de Jesús, el Cristo, en el Nuevo Testamento y El Señor.

Señalaremos los principales aspectos de su breve y denso escrito siguiendo las cuatro partes en la que está estructurado: I. El problema. II. A modo de diferenciación. III. La persona de Cristo y lo propia y esencialmente cristiano. IV. Resultado.

 

  1. El problema: ¿Qué es lo propiamente cristiano?

 

Lo propio del cristianismo, aquello que lo diferencia de otras posibilidades religiosas, no puede ser determinado si la atención se fija solo en uno de los momentos de la amplia totalidad cristiana. Tampoco si las respuestas que se ofrecen “se hallan formuladas en forma de proposiciones abstractas, subsumiendo su «objeto» bajo conceptos generales”, diciendo, por ejemplo, que es la religión que eleva el amor al prójimo a valor fundamental o que se trata de la religión perfecta en absoluto.

No se capta lo propio si se reduce el cristianismo a sus presuposiciones naturales, al alcance de la razón – al modo de Feuerbach o Harnack -, sino que hay que hacer resaltar aquello que es diverso, por su pretensión y su punto de partida inicial: “Lo propiamente cristiano no puede deducirse de presupuestos terrenos, ni puede determinarse por medio de categorías naturales, porque de esta suerte se anula lo esencial de él. Si se quiere aprehender esto último, hay que hacerlo partiendo de su propio ámbito. Hay que preguntar directamente a lo cristiano y recibir de él la respuesta; solo así se perfilará su esencia como algo propio y no soluble en el resto. Lo cristiano contradice el pensamiento y la dicción naturales, para las cuales todas las cosas, sea cual sea la diferencia entre ellas, se reúnen bajo las mismas categorías últimas, constituidas por la lógica y la experiencia”.

Lo terreno, lo natural, la lógica y la experiencia común, no pueden captar la singularidad cristiana; ya que esta aproximación “mundana” equipara por abajo todos los fenómenos, los diferentes niveles de lo real. Existe una desproporción entre esta manera de ver las cosas y la realidad del cristianismo, que se ve deformada si se reduce a un objeto más. Lo cristiano no se puede desintegrar ni puede ser insertado en el “mundo”.

No hay que partir de lo general y abstracto, sino de lo particular y concreto; en definitiva, de la persona de Jesucristo: “El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es eso también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por su personalidad histórica”.

Una persona concreta no es ni “la humanidad” ni “lo humano”: “El elemento personal al que se refiere en último término el amor, y que representa la más elevada de las realidades del mundo, penetra y determina todo lo demás”. Para la doctrina cristiana, la humanización del Hijo de Dios hace que toda la creación se haya visto exhortada a situarse “como bajo una norma decisiva, bajo la determinación de una realidad personal, a saber: bajo la persona de Jesucristo”. Esta persona es así la norma, el centro y la medida de toda la realidad.

Nos topamos con una paradoja, con una aparente contradicción: reconocer como ley suprema de toda la esfera religiosa y de la propia existencia no una ley general, ni siquiera al propio yo en su autonomía, sino a “otra” persona. Esta paradoja provoca que el hombre reaccione en sentido violentamente negativo.

Guillermo JUAN-MORADO.

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