Haced esto en memoria mía

Si quisiésemos resumir el cristianismo en pocas palabras, podríamos evocar esta frase que Jesús pronuncia en su última cena: “Haced esto en memoria mía”. Una acción, la entrega ritual de su cuerpo y de su sangre, se convierte en el memorial que recuerda y hace presente a Cristo mismo.

En ese rito, que instituye la eucaristía, Jesús, sirviéndose de signos - el pan y el cáliz consagrados - anticipa la entrega de su cuerpo y el derramamiento de su sangre que se verificará en la hora de su muerte en el Calvario.

La muerte de Cristo resume su vida terrena, la sintetiza, la eleva a cifra del misterio de su ser. Un pagano, un centurión romano, al ver cómo había expirado, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. En la cruz se explica todo; se hace patente todo con la evidencia de un amor que no retrocede ante nada.

Si algo ha caracterizado los treinta y tres años de Jesús ha sido lo que los teólogos llaman su “pro-existencia”, su “vivir para”, su continua entrega al Padre y a los hombres. Él, que es el más perfecto y el más libre de los hombres, configura su paso por la tierra como un continuo donarse, haciendo ver así que perder es, en realidad, ganar: “quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”.

Escuchar el “haced esto” de labios de Cristo puede ayudarnos a reconsiderar el modo en el que construimos nuestra identidad, así como la relación que establecemos con la sociedad, con los demás.

Hacer memoria de Jesús equivale a no huir de la verdad de lo que somos, rechazando los cantos de sirena que invitan a edificar el propio yo dentro de las fronteras del “sí mismo” (“self”). Cuando cada uno se encierra en su “selfie”, no hay espacio para la alteridad. El otro se convierte en una amenaza, en alguien que nos hace sombra, que compite con nosotros, en un enemigo del que hay que defenderse. Capturados en las mallas del propio reflejo, como narcisos de la era digital, corremos el riesgo, abocado al fracaso, de intentar ser lo que ni somos ni podremos ser nunca.

Escuchar el “haced esto” de labios de Cristo nos rescata del aislamiento que nos impide dejarnos interpelar por otras personas concretas. “Haced esto” es también volvernos a los otros, ejercitando la responsabilidad por el prójimo y la compasión, abriéndonos a la sociedad, a la red de relaciones personales que la configuran. “Haced esto” incluye lavar los pies unos a otros; es decir, el amor y el servicio.

La vida de Jesús está ahí, al alcance de todos. Su “pro-existencia” es, por decirlo de algún modo, “patrimonio de la humanidad”. De nuestra libertad depende escuchar o no la última recomendación que nos da, aquella que las compendia todas. Hacer actual su memoria, celebrando la eucaristía, adorando la cruz y comprometiéndonos en la vivencia del amor, es profundamente liberador y salvador.

Sus palabras nos infunden confianza; en Dios y en los otros. Yo puedo desarrollar mi identidad de otro modo, basándome en la aceptación de la verdad acerca de mi ser, en la humildad que me rescata del nihilismo (“la verdad os hará libres") y que incluye la aceptación de que el otro está ahí para poder convivir con él, y no para usarlo como un objeto o para aniquilarlo siguiendo el dictado del propio capricho.

“Haced esto” es, en definitiva, estar convencidos de que el amor da forma a la fe, a la existencia, y de que merece la pena llevar nuestro presente y a nosotros mismos a su verdad más profunda, a Dios como Señor que triunfa sobre la muerte. La “pro-existencia” de Jesús no se disuelve en la nada, sino que conduce a la auténtica vida: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

Guillermo Juan Morado.

Publicado en Atlántico Diario.

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