Triduo del Santísimo Cristo de los Afligidos. Día 3. Parroquia de san Miguel de Bouzas
Caminamos hacia Cristo, manso y humilde de corazón, para encontrar descanso. Y lo hacemos guiados por María, Nuestra Señora del Carmen, la Estrella del Mar.
En la vida de los cristianos está siempre presente la oración y la acción, la escucha de la palabra de Dios y el trabajo. Por la fe, recibimos a Cristo en nuestra casa, en nuestra intimidad, como hizo Marta. Al igual que ella, debemos disponer las cosas para que el Señor pueda morar entre nosotros, construyendo una sociedad y un mundo que resulten habitables para Dios.
Nuestro trabajo prolonga la obra de la creación. Trabajar es una manera de hacer fructificar los talentos recibidos. Soportando el peso del trabajo, colaboramos también con Jesucristo en su obra redentora para, como decía san Pablo, completar en la propia carne los dolores de Cristo.
Contemplando a Jesús debemos tener presentes a todos los afligidos a causa del trabajo o de la carencia del mismo. ¿Cómo no recordar a quienes están en el paro, a quienes tienen empleos precarios o mal remunerados, o a quienes desempeñan su tarea en condiciones adversas?
El acceso al trabajo y a la profesión debe estar abierto a todos sin discriminación injusta, a hombres y mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos e inmigrados (cf Catecismo 2433). Asimismo, el salario justo es el fruto del legítimo trabajo, y ha de hacer posible que las familias vivan dignamente su vida material, social, cultural y espiritual.
Pero el trabajo no puede convertirse en un ídolo. En todas las actividades humanas debe existir un orden. El primer mandamiento de la ley de Dios nos sitúa en la perspectiva adecuada: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. Si vivimos en conformidad con esta orientación fundamental, la relación con Dios será para nosotros prioritaria.
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