Pedir a san José la gracia de las gracias
Al final de su carta apostólica Con corazón de padre, dedicada a san José, el papa Francisco escribe: “No queda más que implorar a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión”.
Es verdad. La gracia mayor es nuestra conversión, nuestro retorno a Dios, a su misericordia, dejando atrás nuestra miseria. Pascal decía que “es igualmente peligroso al hombre conocer a Dios sin conocer su miseria y conocer su miseria sin conocer a Dios”. Y algo similar encontramos en el Salmo 50: “yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado […] misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.
La gracia de la justificación, al igual que la conversión, incluye la vuelta a Dios, apartándose del pecado, y la acogida del perdón y de la justicia de lo alto. Se trata, como dice el Catecismo, de “la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo”.
San Agustín no dudaba en afirmar que la justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra. Dice, incluso, que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia, porque manifiesta una misericordia mayor.

Hay algo así como “amistades peligrosas”, una vinculación de términos que evoca el libro de Choderlos de Laclos y la célebre película homónima, protagonizada, entre otros, por Glenn Close, John Malkovich y Michelle Pfeiffer. Ese “algo así” son las “convergencias sospechosas”. Y hay muchas convergencias de este estilo. En ocasiones, ante algo controvertido, se coincide en la misma posición. Lo llamativo es que no se coincida solo en algo, sino en mucho, o en casi todo. Y lo más clamoroso es que ese algo, ese mucho o ese todo esté prácticamente privado de base racional, asemejándose más a una asociación de ideas que a un raciocinio.
El 30 de marzo de 2006, la LXXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española publicó la Instrucción pastoral “Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II”.












