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3.01.21

Hemos contemplado la Sabiduría de Dios

El segundo domingo después de la Navidad es como un eco, como una resonancia, de la solemnidad del Nacimiento del Señor. El libro del Eclesiástico nos dice que “la sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido”. Habitó “en el pueblo escogido” y habitó “entre nosotros”.

Cristo es saludado por la Iglesia como “Sabiduría del Altísimo”. ¿Qué es la sabiduría? Es, ante todo, un don de Dios. Propiamente la sabiduría pertenece a Dios: Él tiene la sabiduría, el poder, el consejo y la inteligencia (cf. Job 12,13). El hombre, si quiere participar de la sabiduría de Dios, solo tiene un recurso: pedirla humildemente, como la pidió el rey Salomón.

El sabio no es, principalmente, el que conoce muchas cosas. No, el sabio es, ante todo, el que obra rectamente, el que sigue, racional, libre y voluntariamente, la ley moral, que no es una losa, una carga pesada, sino un indicador de cómo llegar a la meta, a la bienaventuranza prometida; es decir, al cielo.

La sabiduría de Dios deja huellas, se pone a nuestro alcance, se hace próxima. La primera de estas huellas, el primer indicio, es la creación: “Él hizo la tierra con su poder, hizo existir los campos con su sabiduría, y con su inteligencia extendió el cielo” (Jer 10, 12). Cada criatura refleja, cada una a su manera, la infinita bondad y sabiduría de Dios.

Lo creado es digno. Todo procede de Dios, pero no todo procede del mismo modo. El hombre, el ser humano, ha sido creado a imagen de Dios. Está bien que sintamos la responsabilidad hacia todo lo creado, pero solo el hombre es el hombre.

Ser indiferentes ante los millones de abortos, serlo ante las posibles víctimas de la eutanasia, serlo ante el abandono de los más pobres y, a la vez, indignarse por un “arboricidio”, no acabo de ver que sea coherente. Repudiando, como es normal, el aborto, el abandono de los pobres y la tala sin sentido de los árboles.

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