InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Enero 2021

31.01.21

Linfocitos

Los linfocitos son parte del sistema inmunitario y, en esta pandemia, están llamados a hacer “horas extra”. Parece que ese es uno de los posibles efectos de las vacunas anti covid, propiciar que se generen linfocitos que paren la expansión del virus. O eso al menos he creído entender leyendo alguna noticia sobre el particular.

En nuestras parroquias contamos con unos peculiares “linfocitos”, los fieles que de manera generosa y desinteresada ayudan a desinfectar el templo después de cada celebración. Sin esta colaboración imprescindible no podríamos mantener el culto público, sino que habría que volver al estado de “catacumbas” vivido durante un tiempo a partir de mediados de marzo del pasado año.

La relación entre protección de la salud y fe es un aspecto concreto del lazo que vincula a la razón con la fe, a lo humano con lo divino. En términos teológicos esa conexión se ve regulada por lo que enseña el concilio de Calcedonia acerca de la correspondencia que, en la persona de Jesucristo, se da entre la naturaleza divina y su naturaleza humana: “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”. Las propiedades de cada una de las naturalezas “de ningún modo queda suprimida por su unión”.

La observancia en los templos de las medidas sanitarias - uso de mascarilla, distancia social, higiene de manos, desinfección… - viene urgida por nuestra condición humana y por la consiguiente aplicación de lo que la razón dicta: hacer caso a los expertos en medicina. En absoluto esa observancia se opone a la fe, sino que se une a ella, ya que Dios cuenta con que nuestra respuesta a él – y eso es creer –  asuma la realidad de lo que somos; por tanto, también nuestra inteligencia.

La posibilidad de celebrar el culto, en especial la Santa Misa, con la asistencia libre de los fieles es decisivo para la vida de la Iglesia. Verse privados de esa posibilidad a largo plazo supondría un grave daño. De ahí la importancia de procurar con esmero que las iglesias sigan siendo, como lo han sido hasta ahora, lugares seguros desde la perspectiva sanitaria.

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16.01.21

Obsesión con el 25

De vez en cuando algunos responsables de la vida pública entran en una dinámica obsesiva, numéricamente obsesiva. El ejemplo más reciente es el del Gobierno de Castilla y León que limita el aforo de los lugares de culto para las celebraciones religiosas a 25 personas. Le da igual que se trate de una catedral o de una ermita (eso sí, si es un espacio muy reducido no podrá superar el tercio de su capacidad). Pero siempre sin exceder el mágico número: 25.

¿Por qué precisamente 25? Es un misterio, un arcano. Más bien parece un capricho. “La ley soy yo”, “el Estado soy yo”, “el límite lo marco yo”. Hay que reconocer que no solo Luis XIV, sino Nerón y Calígula y tantos otros vivirían felices estos infelices años 20 del siglo XXI. “Porque yo lo mando” que es un motivo más arbitrario que el célebre “porque yo lo valgo” que no hace daño a nadie, este último.

Platón, tal vez demasiado socrático en algunas cosas, deseaba que los filósofos mandasen y que los que mandaran fuesen filósofos. Craso error. Un error intelectualista que consiste en pensar en que por el mero hecho de conocer mejor algo ya se obrará ineludiblemente bien. La realidad desmiente en ocasiones esta presuposición. Se puede saber mucho y ser un malvado en la práctica.

Se puede ser experto – en una amplia gana de “expertitudes” – y gobernar fatalmente. Incluso ser filósofo y gobernar también muy mal. Ejemplos hay a miles: desde el Dr. Goebbels, doctor en Filosofía, hasta otros doctores y filósofos más cercanos.

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8.01.21

El aborto y los demonios

Santo Tomás de Aquino se pregunta en la “Suma de Teología” si tienen fe los demonios. Todo parece indicar que los demonios no tienen fe. Sin embargo, la Sagrada Escritura dice: “Hasta los demonios lo creen [que hay un solo Dios] y tiemblan” (Sant 2,19).

¿Qué sucede entonces? Que la fe de los demonios viene, en cierto modo, coaccionada por la evidencia de los signos; se ven inducidos a creer no porque deseen agradar a Dios, sino por “la perspicacia natural de su inteligencia”. Creen a disgusto, como lamentando no poder no creer.

Esta actitud recelosa de admitir, a regañadientes, lo que no puede ser negado la vemos atestiguada en el Evangelio. En la sinagoga de Cafarnaún, un hombre que tenía un espíritu inmundo le gritaba a Jesús: “¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios” (Mc 1,24).

Algo así de paradójico sucede, según leemos en una noticia, con una organización satánica de Dallas que promueve la realización del aborto como un ritual religioso. No niegan, quienes esto propician, que el aborto sea lo que es: la eliminación de un ser humano aún no nacido, porque lo obvio no se puede negar. Pero sí tratan de disfrazarlo de ritual religioso, para que, de este modo, quede amparado por uno de los derechos humanos, el derecho a la libertad religiosa.

Los satanistas-abortistas protestan, ya de paso, contra los centros que asesoran a las mujeres embarazadas y que pueden llegar a disuadirlas de abortar.

No sé el grado de “demoníaco” que caracteriza a esta asociación pro-aborto. Pero que es de inspiración satánica no lo dudo. No es que presenten el mal como bien, no; abiertamente presentan el mal como superior al bien.

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5.01.21

La fe es luz

Se dice muchas veces que “la fe es ciega”. Si se explica esta afirmación, se puede entender en parte. Aun así, no es una afirmación muy afortunada. La fe es “ciega”, porque no se apoya en la evidencia de que “dos y dos son cuatro”, sino en la confianza en Dios.

Pero, salvo en ese aspecto, la fe no es ciega de ningún modo. La fe es luz – “Lumen fidei” es el título de la primera encíclica del papa Francisco - . El profeta Isaías habla de una luz que invade Jerusalén: “Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora”. A Jerusalén llega una luz que va a iluminar todos los pueblos de la tierra.

¿Cuál o quién es esa luz? Es Jesucristo, que ha venido para salvar, para iluminar. Para llegar a Él solo hace falta dejarse atraer por su luz, como los Magos, que se ponen en camino para adorarlo.

Los Magos buscan, viajan, preguntan… Y encuentran: A Jesús, con María, su Madre. Lo encuentran y lo adoran. De rodillas. Y le ofrecen regalos: oro, incienso y mirra.

¿Qué hace falta para creer? Ante todo, un corazón atento, dispuesto a descubrir las múltiples pistas que Dios pone en nuestro camino: la naturaleza, obra del Creador; la propia vida, en la que Dios interviene; la voz de la conciencia. La predicación de la Iglesia.

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3.01.21

Hemos contemplado la Sabiduría de Dios

El segundo domingo después de la Navidad es como un eco, como una resonancia, de la solemnidad del Nacimiento del Señor. El libro del Eclesiástico nos dice que “la sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido”. Habitó “en el pueblo escogido” y habitó “entre nosotros”.

Cristo es saludado por la Iglesia como “Sabiduría del Altísimo”. ¿Qué es la sabiduría? Es, ante todo, un don de Dios. Propiamente la sabiduría pertenece a Dios: Él tiene la sabiduría, el poder, el consejo y la inteligencia (cf. Job 12,13). El hombre, si quiere participar de la sabiduría de Dios, solo tiene un recurso: pedirla humildemente, como la pidió el rey Salomón.

El sabio no es, principalmente, el que conoce muchas cosas. No, el sabio es, ante todo, el que obra rectamente, el que sigue, racional, libre y voluntariamente, la ley moral, que no es una losa, una carga pesada, sino un indicador de cómo llegar a la meta, a la bienaventuranza prometida; es decir, al cielo.

La sabiduría de Dios deja huellas, se pone a nuestro alcance, se hace próxima. La primera de estas huellas, el primer indicio, es la creación: “Él hizo la tierra con su poder, hizo existir los campos con su sabiduría, y con su inteligencia extendió el cielo” (Jer 10, 12). Cada criatura refleja, cada una a su manera, la infinita bondad y sabiduría de Dios.

Lo creado es digno. Todo procede de Dios, pero no todo procede del mismo modo. El hombre, el ser humano, ha sido creado a imagen de Dios. Está bien que sintamos la responsabilidad hacia todo lo creado, pero solo el hombre es el hombre.

Ser indiferentes ante los millones de abortos, serlo ante las posibles víctimas de la eutanasia, serlo ante el abandono de los más pobres y, a la vez, indignarse por un “arboricidio”, no acabo de ver que sea coherente. Repudiando, como es normal, el aborto, el abandono de los pobres y la tala sin sentido de los árboles.

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