InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Mayo 2020, 30

30.05.20

New York, New York

Solamente estuve una vez en los EEUU; en concreto en la ciudad de Nueva York, especialmente, aunque no exclusivamente, en Manhattan. Quien no haya ido y desee hacerlo, que vaya. Merece mucho la pena. No hace falta que detalle aquí los motivos que hacen de Nueva York una ciudad completamente singular, una de las grandes capitales del mundo.

EEUU ha sido golpeado por el coronavirus. Muchos muertos, demasiados, sobre todo en Nueva York. Pero tampoco debemos perder el sentido de la proporción: EEUU tiene más de 300 millones de habitantes. Es uno de los países más poblados del mundo y uno de los más urbanizados.

El Congreso y el presidente, Donald Trump, aprobaron muy pronto un paquete de medidas para hacer frente a las necesidades de los afectados por el coronavirus

Por si fuese poco lo de la pandemia, se ha extendido por EEUU una ola de indignación y de protesta por la muerte de George Floyd. Si lo que ha sucedido se parece a lo que hemos visto en los medios, no tiene pase. Es un homicidio, un abuso, algo intolerable.

Parece que todo ese inmenso país se ha conmovido. Esta misma tarde me han enviado unas imágenes de unos “Amish” con pancartas. No es para menos. Las fuerzas del orden tienen, en una democracia, el monopolio de la violencia, pero no para ejercerla de cualquier modo, sino en conformidad con la ley.

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Pentecostés

“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”, les dice el Señor a los discípulos. Y añade: “Recibid el Espíritu Santo” (cf Jn 20,21-22). El Señor vivo, crucificado y resucitado, se hace presente en medio de los suyos para comunicarles el Espíritu Santo, que los capacita para la misión; una misión que continúa la misión de Cristo y que tiene su origen último en el Padre.

Como enseña el Catecismo: “El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu” (n. 731).

De este modo, la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud y se inició la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación, hablando de “las maravillas de Dios” (cf Hch 2,1-11). Para realizar su misión, el Espíritu Santo construye la Iglesia y la dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos” (1 Cor 12,4-6).

Es decir, la Iglesia no es una construcción humana, sino divina. No somos nosotros quienes hacemos la Iglesia; es Dios quien la edifica. Si nos dejamos moldear por la gracia, seremos colaboradores de Dios; miembros del Cuerpo místico de Cristo y piedras vivas del Templo del Espíritu Santo que es la Iglesia. Solo Dios puede abrir a los hombres el acceso a Él; solo Dios puede insertarnos en su comunión de amor, en la intimidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia es sacramento, signo e instrumento, del que Dios se sirve para realizar este proyecto de hacer de cada uno de nosotros familiares y amigos suyos.

En una alocución, el papa Benedicto XVI explicaba la finalidad del envío del Espíritu Santo. Con la Pascua de Cristo, el Espíritu de Dios “se derramó de modo sobreabundante, como una cascada capaz de purificar todos los corazones, de apagar el incendio del mal y de encender en el mundo el fuego del amor divino”.

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