San Roque. La Providencia de Dios
En las diferentes circunstancias de su vida, incluso en las más difíciles, san Roque nunca fue abandonado por Dios: Ni en la etapa en la que padeció la enfermedad de la peste ni cuando, de su retorno a su ciudad natal, Montpellier, fue detenido y encarcelado injustamente.
Las palabras de Jesús: “no tengáis miedo” constituyen una invitación a creer, a depositar en Dios nuestra confianza, a saber que en él encontraremos la base estable, la roca firme sobre la que edificar nuestra existencia.
Dios cuida no solo de los gorriones, sino de todo lo creado, conduciéndolo hacia su perfección, hacia su fin último. Y lo hace con sabiduría y amor. Escaparán con frecuencia a nuestro conocimiento los cauces por los que discurre este proyecto divino, pero ha de estar viva en nuestra conciencia la certeza de que somos hijos suyos.
Jesús nos dice también: “no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia” (Mt 6,34). No se trata de cultivar la imprevisión en nuestra existencia cotidiana, sino de vivir desprendidos, con la libertad de los hijos, sin cargar sobre nuestros hombros pesadas cargas, a veces quiméricas, que nacen de nuestro miedo y de nuestra incertidumbre.

A la hora de la verdad, cuando el Señor nos juzgue, el criterio decisivo será la actitud ante el prójimo necesitado. No caben las omisiones ni podremos escudarnos en una inconsciente y cómoda ignorancia del que no sabe nada ni ha visto nada, porque nada ha querido saber ni ver.
“Jaque de aquí con este santo Roque,/ peste cruel, que quiere Dios que aplaque/ este bordón con su divino jaque/ todo peligro que a los hombres toque”. Así comienza un poema de Lope de Vega en el que, sirviéndose de una comparación con el juego del ajedrez, celebra el poder del santo protector de la peste.






