San Roque. El dinamismo de la caridad: curar

San Roque, asistiendo a los contagiados por la peste, curó a muchos de ellos. Siguió así los pasos de Jesucristo, “que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38).

El enfermo desea la curación, como el ciego de Jericó deseaba recobrar la vista, y Jesús, que hace presente el reino de Dios entre nosotros, obra el prodigio: “tu fe te ha salvado”. Los milagros son signos que Dios realiza para despertar y fortalecer en nosotros la fe; para hacernos capaces de ver la realidad desde una perspectiva nueva, que brota de la luz que viene de lo Alto.

San Roque dispensó todos los cuidados que estaban a su alcance para contribuir a la curación de los enfermos. En ocasiones, a través de él se manifestaba el poder de Dios, que hace nuevas todas las cosas y que, en los momentos de penumbra y de agobio, cuando ya nada bueno cabría esperar, hace posible lo (aparentemente) imposible.

Algunos apestados acudían a San Roque y él, milagrosamente, los libraba de su mal con solo trazar la señal de la cruz sobre su frente. También Jesús se había dejado conmover por el grito de aquellos diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17,13).

Pero los milagros no son el único cauce del que Dios se sirve para buscar nuestro bien. Dios suscita nuestra cooperación, espera que colaboremos libremente con su proyecto de salvación poniendo en juego las capacidades que Él nos ha dado; en especial la inteligencia y la voluntad.

De modo ordinario, la curación de las enfermedades llegará de manos de los médicos y de quienes se dedican a hacer fructificar sus talentos en el terreno de la investigación científica. Debemos sentirnos agradecidos por los progresos que en estas áreas se llevan a cabo, deseando que siempre se pongan al servicio del bien de cada persona.

Jesucristo es el médico de los cuerpos y de las almas. Los santos taumaturgos – a quienes se les atribuye muchos milagros - como San Roque nos recuerdan la potencia de la bondad del Señor, la soberanía divina de su amor y nos impulsan a que, cada uno según sus posibilidades, ofrezcamos nuestra mejor ayuda para preservar la salud y para curar a los enfermos de diversos males.

Guillermo Juan Morado.

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