Reconforta leer un artículo lleno de sentido común
No siempre sucede. A veces, casi nunca sucede. Pero es muy reconfortante, da ánimo y consuelo, leer un texto en un periódico de alguien que escribe desde el conocimiento y la sensatez, desde la prudencia, que es la base de la sabiduría.
Me refiero a un artículo de Rafael Navarro-Valls titulado “Secreto de confesión y abusos sexuales” (El Mundo, 6-IX-2018). Navarro-Valls es un jurista, un experto en Derecho, que cultiva – cabría esperar que fuese lo normal en los expertos – la capacidad de razonar con rigor.
El Prof. Navarro Valls parte de algunas sentencias de tribunales de los EEUU que concluyen, esencialmente, que obligar a un sacerdote a revelar el secreto de confesión vulnera el derecho a la libertad religiosa.
Es una conclusión obvia. Parece mentira, incluso, que se discuta sobre ello. Un sacerdote jamás puede violar el secreto de confesión. Puestos ante esa alternativa: o confesar sin respetar el sigilo sacramental – que refuerza el secreto - o confesar dispuestos a pasar por encima del sigilo, del secreto reforzado, lo más honrado sería negarse a escuchar la confesión de alguien.
Encima, ¿cómo se puede comprobar ese extremo? ¿Que no se respeten el secreto y el sigilo? ¿Vendrían a confesarse de los peores horrores funcionarios del ministerio de Justicia a ver si el confesor cumple o no con las leyes que prohíben que el confesor sea solo confesor?
¡Es la locura! Es tan absurdo como pensar que el que va a delinquir reiteradamente en los peores delitos se moleste en pedirle permiso al confesor.
Es como el incomprensible supuesto de que la Iglesia debería animar a usar preservativos para fornicar. ¿Para qué? Si alguien sigue los mandamientos, no necesita, en principio, usar preservativos. Y si alguien no sigue los mandamientos, el uso o no del preservativo derivará de lo que, en función de lo que peque, le parezca más oportuno o menos. Por regla general, si no peca no necesitará preservativos.
La ley debe ser ley, con un alcance general. Entrar en excepciones es muy peligroso. La Asamblea Legislativa del Territorio de Camberra (Australia) extiende a todas las iglesias la obligación de informar sobre abusos sexuales a menores, incluyendo el sigilo sacramental de la confesión.
Es una propuesta completamente sin sentido. Si se aprobase finalmente, ¿cree esa Asamblea que los abusadores irían a confesarse? ¿Cree que los confesores no advertirían a los penitentes y, en última instancia, no se arriesgarían a soportar cualquier castigo antes de violar el sigilo sacramental?

En uno de los paneles de la bóveda de la Capilla Sixtina, obra de Miguel Ángel, se representa el pecado de Adán y Eva y la expulsión del paraíso terrestre. Parece que se trata de un fresco que es debido únicamente a Miguel Ángel, por entonces (más o menos en 1509) harto ya de ayudantes y no menos harto de las instrucciones del teólogo papal. La expulsión del paraíso no es un premio, sino un castigo, simbolizado por la espada que amenaza el cuello de Adán.
Parece ser que algunas prostitutas quieren sindicarse y reivindicar el oficio, que resulta tópico calificarlo como el más antiguo del mundo, como un “trabajo sexual”, equiparable a cualquier otro trabajo. Incluso, el proyectado sindicato, o algunos de quienes lo apoyan, ofrecería cursos de iniciación y perfeccionamiento en la profesión: “Marketing para trabajadoras sexuales”, “Introducción al estigma Puta”, “Fondos y Planes de Ahorro”. Supongo que el proyecto incluiría también a los varones que trabajan en el mismo gremio. Que todo sea por la igualdad.
Así suena una frase que se está haciendo famosa entre los sectores que defienden la legitimidad moral, social y legal del aborto: “Grita tu aborto”, “Shout Your Abortion”. Si el recurso al aborto es visto como algo bueno, normal y justo no hay, en consecuencia, por qué ocultarlo.












