InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Agosto 2015

5.08.15

¿Quién piensa que los divorciados que han establecido una nueva convivencia están excomulgados?

Pues yo, sinceramente, no lo sé. Nunca he pensado que una persona en esa situación esté excomulgada. Pero tampoco he pensado que su situación, objetivamente hablando, sea la mejor: “La Iglesia sabe bien que tal situación contradice el sacramento cristiano, pero con corazón de madre busca el bien y la salvación de todos, sin excluir a nadie”, dice el Papa.

Establecer una nueva convivencia tras la ruptura del matrimonio no solo contradice el sacramento cristiano, sino también la indisolubilidad del matrimonio, que se inscribe en los terrenos de la ley moral natural. Cristo, en definitiva, eleva a la dignidad de sacramento una realidad, el matrimonio, que pertenece al orden de la creación.

En muchos temas, el Cristianismo no “inventa” nada, no propone un orden alternativo, sino que se edifica sobre las bases firmes de la creación. Quizá necesitamos redescubrir la teología de la creación, reivindicar la ley moral natural y volver, hoy y siempre, sobre los fundamentos racionales de la ética.

“«No tenemos recetas sencillas», pero es preciso manifestar la disponibilidad de la comunidad y animarlos a vivir cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la liturgia, la educación cristiana de los hijos, la caridad, el servicio a los pobres y el compromiso por la justicia y la paz. La Iglesia no tiene las puertas cerradas a nadie”, recordaba el Papa.

Algo similar había dicho San Juan Pablo II: “En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza”  (Familiaris consortio, 84).

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3.08.15

La mirada de Jesús

Recoge San Mateo que el Señor, tras retirarse a un lugar tranquilo y apartado, se encontró rodeado de una muchedumbre: “vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos” (cf Mt 14,13-21).

Su mirada, su “ver”, y no solo su “mirar”, resulta completamente única. Solo Él puede mirar y ver de esa manera, con esa amplitud y con esa profundidad. Él lo ve todo, incluso la profundidad del hombre, su corazón.

La mirada de Jesús, abierta totalmente a los otros, y sensible a sus necesidades – es decir, una mirada compasiva – , contrasta a menudo con la nuestra, que tiende a ser narcisista., que tiende ahogarse en el reflejo de la nada, en la imposible levedad de un espejo que en lugar de abrirnos espacios nuevos nos encierra en lo que nos gustaría contemplar de nosotros mismos.

Y nos gustaría contemplar lo que ya no es, lo que nunca fue o lo que nunca podría ser. La belleza juvenil, de haberla tenido. La inmunidad al paso del tiempo. La fuerza o el vigor más imaginado que real. No somos así, por lo general o casi nunca. Somos humanos, demasiado humanos.

¿Qué buscarían en Jesús aquellos que se atrevieron, cuando Él, siempre tan soberano, se alejó por barca, a acercársele por tierra? Solo Él lo sabe, en el fondo. ¿Peticiones, acciones de gracias, curiosidad? De todo puede haber.

También lo pensaba ayer al comprobar cómo en una ciudad tan secularizada como la mía tantas personas seguían la efigie de Cristo, del Santísimo Cristo de la Victoria. Estaban allí nuestros corazones y el Suyo. Nuestras búsquedas, más o menos confusas, y su mirada, una mirada que siente lástima de nosotros.

Pero San Mateo anota, poco después, que Jesús “alzó la mirada al cielo”. Ahí está, en el fondo, la raíz de la preocupación de Jesús por las gentes, por cada persona. Él vive para el Padre – para Dios – y mira como el Padre – como nos mira Dios - . Él es Dios y hombre, el Hijo de Dios hecho hombre. Por eso es el Mediador entre Dios y los hombres. Sus milagros son signos de su divinidad. El carácter de signo de estos milagros nos hablan de su compasión sin límites.

No conseguiremos sustituir la mirada narcisista o la “mirada virtual”, que se fija en el PC o en el móvil creyendo que la realidad virtual es, sin más, la realidad real, si no empezamos a mirar un poco hacia lo alto, hacia Dios.

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