InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Julio 2013

8.07.13

La Tradición en “Lumen fidei”

Al comienzo del capítulo tercero de “Lumen fidei”, el papa Francisco hace una afirmación de gran importancia para comprender qué es la transmisión/tradición de la fe: “La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama” (LF 37). Nada puede suplir esta transmisión viva, que es mucho más que la entrega de un texto. Somos los creyentes los que transmitimos la fe a otros creyentes. El “Catecismo de la Iglesia Católica” emplea, al respecto, una imagen de gran impacto: “Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes” (n. 166). Una gran cadena, que es la Iglesia, en la que cada uno de nosotros es un eslabón.

La fe se transmite testimonialmente – es decir, temporalmente, generacionalmente, históricamente - . Una compresión a-histórica de la tradición, como si se tratase de un no sé qué fijo e inmutable, contradice la lógica de la Revelación. Dios es Dios, pero Dios, por la Encarnación, ha entrado en la historia y, sin dejar de lado su inmutabilidad, se ha mostrado históricamente fiel a los hombres, ya que es a los hombres a quienes Él se ha querido dirigir.

¿Cómo sabemos que lo que llega hasta nosotros es lo que Dios nos ha manifestado? Confiar esta certeza a la memoria individual es exageradamente arriesgado. Recordamos lo que recordamos, ya que nuestra memoria es muy limitada. Pero, más allá de nuestra memoria, está la memoria de la Iglesia, un sujeto único de memoria. Un sujeto sostenido por el Espíritu Santo, que nos irá recordando todo (cf Jn 14, 26). La memoria de la Iglesia vive de la memoria del Espíritu de Dios, que “mantiene unidos entre sí todos los tiempos y nos hace contemporáneos de Jesús” (LF 38).

La fe se da siempre dentro de la comunión de la Iglesia, ya que Dios mismo es comunión: no es solo el yo del Padre frente al tú del Hijo, sino que es también el “nosotros” del Espíritu Santo, del Amor del Padre y del Hijo.

Es la Iglesia quien transmite el contenido de su memoria. Y lo hace mediante los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia: “En ellos se comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de vida, asociada a los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto vivo, de un tejido de relaciones comunitarias” (LF 40).

Esta vinculación entre tradición y fe hace tomar conciencia del carácter sacramental de la misma fe. La transmisión de la fe se realiza por medio de los sacramentos: del Bautismo, que nos coloca – también a los niños - en el ámbito nuevo de la Iglesia y, de modo destacado, por medio de la Eucaristía.

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6.07.13

Quien cree, ve

En cierto modo, el Iluminismo, la Ilustración o el Siglo de las Luces – que de todas esas maneras se puede denominar – ha buscado contraponer la luz de la razón a la luz de la fe. El hombre moderno dejaría atrás las tinieblas de la ignorancia para abrirse a la claridad de la razón, a la audacia del saber.

En la tradición cristiana se ha hablado siempre de un triple “lumen”: el “lumen rationis”, el “lumen fidei” y el “lumen gloriae”. Las tres luces ayudarían al hombre a conocer la profundidad de lo real y a adentrarse, por ello, en el misterio de Dios. Mientras caminamos por la tierra, la razón y la fe iluminan nuestros pasos. Y, ambas, razón y fe, serán superadas, perfeccionadas, al llegar a la meta por la “luz de la gloria”, por el ver a Dios cara a cara en el cielo.

La metáfora de la luz está muy presente en la Escritura y en la teología cristiana. San Agustín decía: “Habet namque fides oculos suos”, “y, en efecto, la fe tiene ojos”. Por su parte, Santo Tomás de Aquino se refería, en la “Summa Theologiae” a la “oculata fides” – a “la fe que ve” – de los apóstoles.

La fe es “escuchar”, pero es también “ver” y hasta “tocar”. La fe tiene una estructura sacramental – que se remonta de lo visible a lo invisible - porque se basa en la Encarnación del Verbo, en la presencia concreta del Hijo de Dios en medio de nosotros.

A comienzos del siglo XX un teólogo jesuita, Pierre Rousselot (1878-1915), escribió un renovador ensayo titulado, precisamente, “Los ojos de la fe”. La fe, decía Rousselot, es la capacidad de ver lo que Dios quiere mostrar y que no puede ser visto sin ella. La gracia de la fe concede a los ojos ver acertadamente, proporcionalmente, su objeto, que no es otro más que Dios.

Otro jesuita, el papa Francisco, un siglo después nos regala una encíclica con el sugestivo título de “Lumen fidei” (“La luz de la fe”). Tal como el mismo texto confiesa, el Papa se ha valido de un trabajo ya elaborado en buena parte por su inmediato predecesor, Benedicto XVI.

En cuatro capítulos se trata sobre la fe – vinculada al amor -, sobre la relación entre fe e inteligencia, sobre la transmisión de la fe y, finalmente, sobre la relevancia de la fe para construir la ciudad de los hombres.

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El Señor sigue a sus predicadores

Domingo XIV del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Jesús envía a los suyos a la misión: “los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él” (Lc 10,1). Los discípulos no van a sustituir al Señor, sino que su tarea es prepararle el camino: “El Señor sigue a sus predicadores. La predicación prepara y entonces el Señor viene a vivir en nuestra alma, cuando preceden las palabras de la exhortación y la verdad se recibe así en la mente. Por esto dice Isaías a los predicadores: ‘Preparad los caminos del Señor, enderezad las sendas que a Él conducen’ ” (San Gregorio).

A todos nos incumbe tomar parte en esta misión: “Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (Juan Pablo II). Allá donde estemos, nuestra tarea es colaborar con la acción del Espíritu Santo para que Cristo pueda entrar en los corazones de las personas, en los hogares, en las familias, en las fábricas, en los Estados; en definitiva, en todos los lugares y ámbitos donde se desarrolla la vida humana.

Nosotros mismos hemos sido destinatarios de este anuncio. Hemos sido incorporados a la Iglesia por el Bautismo para poder, así, participar en el misterio de la comunión trinitaria mediante la fe, la esperanza y la caridad. Hemos de responder a este don de Dios con el pensamiento, con las palabras y con las obras, comunicando a otros lo que nosotros hemos recibido. La fe, decía el Papa Juan Pablo II, “se fortalece dándola”.

El anuncio del Evangelio es universal; está destinado a todos los hombres de todos los pueblos y culturas. Es un anuncio urgente, porque Cristo ha venido a traer a los hombres la vida nueva de la amistad y de la comunión con Dios. No podemos permanecer inactivos mientras este ofrecimiento de la novedad de Dios no llegue a cada hombre. El Señor pide a los suyos: “¡Poneos en camino!”.

Hablar de Cristo, darlo a conocer a quienes no lo conocen, exige disponibilidad y valentía. La disponibilidad de recorrer los mismos caminos de Cristo; los senderos de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismos (cf Catecismo 852). Necesitamos vivir en espíritu de conversión y de renovación para no contradecir con nuestra existencia el mensaje que anunciamos. Avanzando personalmente en la identificación con el Señor, los cristianos seremos, en el mundo, el fermento y el alma de la sociedad humana.

La valentía es otra de las exigencias de la misión: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”. La fortaleza de los corderos frente a los lobos radica en el mandato del Pastor: “el buen Pastor no quiere que su rebaño tema a los lobos. Por tanto, estos discípulos no fueron enviados como presa, sino a extender la gracia; pues la solicitud del buen Pastor hace que los lobos nada puedan emprender contra los corderos”, comenta San Ambrosio.

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