InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Mayo 2013

31.05.13

La presencia real de Cristo en la Eucaristía

La solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nos empuja a expresar nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía; a “expresar”, es decir, a manifestarla con palabras, miradas o gestos. La fe tiene su raíz en la acción de la gracia en nuestro corazón, pero abarca la totalidad de lo que somos y, por consiguiente, como la alegría o el amor, necesita ser expresada.

La Iglesia no ahorra las palabras, no silencia la emoción que suscita la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento y acude a la Escritura Santa para hacer resonar, en el canto del Aleluya de la Misa, la afirmación del mismo Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; quien coma de este pan vivirá para siempre” (cf Jn 6,51-52). En uno de los prefacios proclama: “Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”. Y en el himno eucarístico compuesto por Santo Tomás se dice que la lengua cante el misterio del glorioso Cuerpo de Cristo: “Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium”.

La mirada del creyente de asombra y se admira ante esta singular manera en la que Cristo ha querido hacerse presente en su Iglesia. Y los ojos, que sólo alcanzan a ver el signo del pan y del vino, piden ayuda a la fe para creer, basados en la autoridad de Dios, que no miente, que Jesucristo, nuestro, Señor es el “Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias”. La mirada se vuelve entonces adoración: “A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte”.

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El Rvdo. Sr. D. Jose Eugenio Dominguez Carballo, delegado diocesano para el camino de Santiago

No cabe duda de que el Camino de Santiago es una señal de identidad para la diócesis de Tui-Vigo. Y para todas las diócesis de Galicia.

El Camino de Santiago ha sido, y sigue siendo, una marca definitiva para Europa y para la presencia de la fe cristiana en Europa.

Tal como dijo el papa Benedicto XVI, el 6.11.2010:

“Como el Siervo de Dios Juan Pablo II, que desde Compostela exhortó al viejo Continente a dar nueva pujanza a sus raíces cristianas, también yo quisiera invitar a España y a Europa a edificar su presente y a proyectar su futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos. Una España y una Europa no sólo preocupadas de las necesidades materiales de los hombres, sino también de las morales y sociales, de las espirituales y religiosas, porque todas ellas son exigencias genuinas del único hombre y sólo así se trabaja eficaz, íntegra y fecundamente por su bien”.

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25.05.13

La Santísima Trinidad

En la oración colecta de la Misa de la solemnidad de la Santísima Trinidad pedimos a Dios “profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa”.

Profesar la fe verdadera es confesarla, dejando que la palabra externa signifique lo que concibe la mente. En el Bautismo, se invita al que va a ser bautizado, o a sus padres y padrinos, a confesar la fe de la Iglesia. En el centro de esta confesión está el misterio de Dios: “La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad”, decía San Cesáreo de Arles. Y San Gregorio Nacianceno, al instruir a los catecúmenos de Constantinopla, afirmaba, sobre la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo: “Os la doy [esta profesión] como compañera y patrona de toda vuestra vida”.

La Iglesia, entregándonos el Símbolo, pone en nuestros labios las palabras adecuadas para que podamos creer y hablar (cf 2 Co 4,13): “Creo en Dios, Padre todopoderoso”, “creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”, “Creo en el Espíritu Santo”. Como escribe San Atanasio en una de sus cartas: “En la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo”.

Conocer la gloria de la eterna Trinidad equivale a contemplar, con la mirada de la fe, la manifestación que Dios hace de Sí mismo en la creación del mundo y en la historia de la salvación. Una manifestación que llega a su plenitud con el envío del Hijo y del Espíritu Santo, cuya prolongación es la misión de la Iglesia. “Todo lo que tiene el Padre es mío”, nos dice Jesús, y el Espíritu Santo “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (cf Jn 16,12-15). El Espíritu Santo nos introduce así en la realidad de la comunicación divina, en el diálogo que mantienen las tres Personas del único Dios.

El conocimiento de Dios es inseparable de la comunión con Él. Y en ese proceso de conocimiento y comunión crecientes consiste la vida cristiana. Dejándonos atraer por el Padre y movidos por el Espíritu Santo, seguimos a Cristo, nuestro Señor. Se trata de un verdadero itinerario que conduce a Dios, a entrar en su unidad, y que es capaz de vencer cualquier tribulación: “hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda”, nos dice San Pablo (cf Rm 5,1-5).

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22.05.13

A la autoridad hay que revestirla

Esta frase se la oía decir con frecuencia a un sacerdote amigo: “A la autoridad hay que revestirla”. Se refería él a las autoridades en la Iglesia. Revestirse no es disfrazarse, o no tiene por qué serlo. Ni debe serlo. Hay fotografías de personajes, más que revestidos, vestidos de máscaras. Y no es eso.

Los sacerdotes nos “revestimos” con los ornamentos sagrados para celebrar la Santa Misa o para oficiar otras acciones litúrgicas. El motivo es muy claro. Existe lo sacro y lo profano. Lo sacro es lo puesto aparte, lo destacado, lo santo: “No todo es igual en el mundo. Se da una diferencia cualitativa entre lo sacro y lo profano”, escribe el cardenal Kasper.

Es cierto. No todo es igual. Revestirse con los ornamentos sagrados ayuda a tomar conciencia de lo que uno es y de lo que uno hace. Un sacerdote no puede celebrar la Santa Misa por ser quien es, a título personal, sino por haber sido ordenado para, en nombre de Cristo, hacer lo que por sí mismo no podría hacer nunca. Los ornamentos nos ayudan a recordar que somos ministros, servidores de Cristo y de su Iglesia.

Nos ayudan a nosotros y ayudan a educar a los demás fieles. En la celebración litúrgica el “protagonismo”, si se me permite usar un término tan inadecuado, no es nuestro. Es de Cristo Resucitado, Señor del cosmos y de la historia.

Cada vez que celebramos la liturgia una ventana de la tierra se abre al cielo. No se trata de una acción cotidiana, se trata de algo nuevo; de la irrupción de la gloria de Dios, de la majestad de Dios, de la soberanía de Dios.

Dios desciende de nuevo a nuestras vidas. Y debemos poder captar este acontecimiento también simbólicamente, ayudándonos de lo visible para remitirnos a lo invisible.

Las iglesias - los templos - , las vestiduras, las imágenes, el silencio y la palabra, la música… Todo ello nos ayuda, o no, nos pone en sintonía o nos confunde, según sean más o menos adecuados.

La persona que tiene autoridad en la Iglesia realmente está “revestida” de autoridad. Nadie tiene autoridad en la Iglesia por sí mismo. Nada hay más igualitario que la Iglesia. La única autoridad, en la Iglesia, viene de Cristo. Y quien desempeña ese oficio de regir es, ha de ser, más servidor que ningún otro.

Las insignias de un obispo – la mitra, el báculo, el anillo pastoral – jamás pueden ser vistas como emblemas de poder. Es todo lo contrario. Les recuerdan al obispo de dónde viene su “poder” y nos recuerdan a nosotros la razón para reconocer ese poder.

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21.05.13

Algunas razones para la enseñanza de la Religión (católica) en la escuela

Algunas razones para la enseñanza de la Religión (católica) en la escuela

1. La misión específica de la educación es la formación “integral” de la persona humana. “Integral” significa “global”, “total”. Uno puede ser un genio en las matemáticas, o en la física, o en la biología. Pero solo eso no basta. No somos solamente agentes de cálculo, seres dotados de peso y medida o, simplemente, seres vivos. Somos algo más. Somos personas. Y, en la calidad de tales, tenemos dotes físicas, morales, intelectuales y espirituales.
2. Ser persona humana implica, potencialmente, ser responsable, ser libre y ser social.
3. Los principales educadores son los padres. Y la sociedad, el Estado, y hasta la escuela, han de ayudar a los padres a educar a sus hijos.
4. Los padres tienen derecho a elegir para sus hijos una educación conforme con su fe religiosa.
5. No puede haber, en la educación, ningún monopolio, que elimine el principio de subsidiaridad; es decir, que el Estado no debe sustituir las instancias intermedias, entre ellas, la familia.
6. Si no se pudiese enseñar Religión en la escuela los alumnos quedarían privados, en ese ámbito, de la apertura a la dimensión trascendente de la vida.
7. Si no se pudiese enseñar Religión en la escuela el derecho a la libertad religiosa se vería mermado.
8. Si en la escuela pública se dijese que todas las religiones valen lo mismo o que ninguna vale nada significaría que el Estado, pasando por encima de las convicciones de sus ciudadanos, se atribuye el derecho a decidir que lo mejor es una supuesta “neutralidad” que llevaría al indiferentismo.
9. El poder civil no debe impedir, sino favorecer, la vida religiosa de los ciudadanos.
10. Si se trata de enseñanza de la Religión católica, solo la Iglesia Católica puede establecer qué contenidos son conformes o no con su creencia.
11. La enseñanza de la Religión en la escuela no es catequesis. La catequesis busca la adhesión. La enseñanza de la Religión en la escuela busca el conocimiento sobre la identidad del cristianismo y de la vida cristiana.
12. Si una enseñanza que se imparte en la escuela es privada de su condición de “enseñanza”, si no cuenta para nada, si es lo mismo cursarla o no, esa enseñanza queda completamente desvirtuada.
13. La libertad de los padres, o de los alumnos, ha de ser respetada. Pero también en el sentido positivo. También hay que respetar la libertad de los padres, y de los alumnos, que desean recibir enseñanza de la Religión en la escuela.

Guillermo Juan Morado.

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