La homilía del papa
El Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma; un tiempo de interioridad, de purificación, de reconocimiento ante Dios de la verdad de lo que somos, tras el vano intento de los disfraces del carnaval. La Cuaresma es preparación para la Pascua, pero, al mismo tiempo, es como una metáfora de nuestras vidas: caminamos hacia la vida eterna, y en ese recorrido sobran los adornos, lo superfluo; solo cuenta lo esencial.
Benedicto XVI ha iniciado el camino cuaresmal en un escenario diferente al acostumbrado. No en la basílica de Santa Sabina, en el Aventino, sino en la basílica de San Pedro, en el Vaticano, consciente del “particular momento” que vive la Iglesia, “renovando nuestra fe en el Pastor Supremo, Cristo Señor”. Sí, Cristo es el Pastor Supremo de la Iglesia. Él es, en definitiva, el Pastor y Obispo de nuestras almas.
El papa ha glosado las lecturas del día. “Con todo el corazón”, así pide que retornemos a Dios el profeta Joel. Es decir, “desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos, desde las raíces de nuestras decisiones, elecciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad”. En ese ámbito, sagrado e íntimo, de la conciencia, de la interioridad, se mueve la vuelta a Dios. Una vuelta, un retorno, que su gracia, que su misericordia, hace posible. No se trata de rasgarse las vestiduras ante los escándalos ajenos, sino de mirar al propio corazón, a la propia conciencia, a las propias intenciones.
La llamada a la conversión compromete no solo a cada individuo, sino también a la comunidad. “La dimensión comunitaria – recuerda el papa – es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana”. Le fe es eclesial; Cristo nos reúne en el “nosotros” de la Iglesia.