InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Mayo 2012

21.05.12

RINO FISICHELLA, La nueva evangelización

RINO FISICHELLA, La nueva evangelización, Sal Terrae, Colección “Presencia Teológica” 187, Santander 2012, 150 páginas, ISBN 978-84-293-2003-9, 15 euros.

El arzobispo Rino Fisichella es el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Además es un reconocido teólogo especializado en el área de la teología fundamental. El 29 de marzo de 2010, en una audiencia privada, el papa Benedicto XVI le dirigió estas palabras: “He pensado mucho estos meses. Deseo instituir un dicasterio para la nueva evangelización y le pido que sea su presidente”. Este encuentro, rememorado por R. Fisichella al comienzo de este libro (p. 8), está en el origen no solo de su nueva tarea como presidente del mencionado Pontificio Consejo, sino también, sin duda, del libro que recensionamos.

Porque este libro explica de una manera ordenada qué cabe entender por “nueva evangelización”. No se trata de una explicación “normativa”, pero sí de una explicación propia, ya que como indica el autor: “Las páginas siguientes son únicamente una interpretación personal de cómo entiendo la ‘nueva evangelización’ ” (p. 9).

La obra está articulada en 10 apartados, cuyos títulos y subtítulos resultan suficientemente elocuentes. La nueva evangelización es, en primer lugar, un desafío que, con una intuición “profética” (cf p. 11), el papa ha hecho suyo en continuidad con el concilio Vaticano II y con el magisterio del beato Juan Pablo II. El capítulo 2 explica la expresión “nueva evangelización”: el fundamento, el desarrollo, la génesis, así como las razones que llevan a preferir ese modo de decir – “nueva evangelización” – en lugar del neologismo “re-evangelización” (cf p. 29).

Particular atención merece el capítulo 3, “El contexto”, ya que, en palabras de R. Fisichella, “la exigencia de la nueva evangelización está determinada por el contexto cultural y social” (p. 31). Un contexto marcado por el secularismo, por la desorientación del hombre y por la crisis de Occidente. Más allá de la crisis, el autor indica cuál ha de ser la aportación de los cristianos para poder mirar al futuro: “En suma, tenemos la tarea de producir pensamiento que sea capaz de cimentar una época que dará cultura a las generaciones futuras, permitiéndoles vivir en la libertad auténtica porque se proyectan hacia la verdad” (p. 52).

El capítulo 4 aborda el “centro” de la nueva evangelización, que no es otro que Jesucristo. Él es el contenido esencial que, a la vez, marca el método a seguir. La centralidad de Jesucristo aparece vinculada con dos cuestiones fundamentales: la cuestión de Dios, la búsqueda de su rostro (cf p. 59), y “una nueva reflexión antropológica en clave apologética, como presentación del acontecimiento cristiano que pueda comunicarse con el hombre contemporáneo” (p. 60).

El capítulo 5 se ocupa de los “lugares de la nueva evangelización”: la liturgia, la caridad, el ecumenismo, la inmigración y la comunicación. El capítulo 6 señala algunas perspectivas: el panorama de la cultura, la misión de la Iglesia, la relación entre verdad y amor, la importancia del sacramento de la confesión, , el binomio identidad-pertenencia, la catequesis y la nueva antropología.

El capítulo 7 se titula “nuevos evangelizadores”. La llamada a la nueva evangelización es, en definitiva, una llamada común, pero esto no impide que se pueda hablar específicamente de los “nuevos evangelizadores”: los sacerdotes – y al ocuparse de este tema Mons. Fisichella escribe unas bellas páginas sobre lo que él denomina “la audacia de Dios” que “considera que un hombre, con toda su fragilidad, sea capaz de erguirse en icono de su misma presencia en la historia de los hombres” (p.105) - , las personas consagradas y los laicos, a fin de poder llegar a todas las personas.

El capítulo 8 – “La vía de la belleza” – reflexiona sobre la belleza y el arte como vías para percibir la esencia del misterio que nos envuelve. Particularmente reseñable es lo que escribe sobre la catedral como lugar de la nueva evangelización. El capítulo 9 – “El icono” – es como una ampliación y aplicación concreta del capítulo anterior: se trata de una bella meditación sobre el templo de la Sagrada Familia de Barcelona como icono de la nueva evangelización.

El capítulo 10 proporciona una “síntesis final”. Con palabras de Benedicto XVI se recuerda que realizar una nueva evangelización “quiere decir intensificar la acción misionera para corresponder plenamente al mandato del Señor” (p.143). Se trata, en suma, de dar razón de la propia fe, mostrando a Jesucristo, el Hijo de Dios. No se trata de un anuncio nuevo, sino del mismo anuncio que tiene hoy “necesidad de un renovado vigor para convencer al hombre contemporáneo, a menudo distraído e insensible” (p. 144).

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19.05.12

Ascendió al cielo

La solemnidad de la Ascensión del Señor se sitúa en la dinámica de la Pascua, del paso o éxodo de Cristo de este mundo al Padre. Jesucristo, vencedor de la muerte, entra para siempre con su humanidad glorificada en la esfera de Dios; en ese ámbito divino simbolizado en la Escritura por la nube y por el cielo (cf Catecismo 659).

El movimiento del ascenso, de la subida, nos hace pensar en el descenso, en la Encarnación: el que vuelve al Padre es el que salió del Padre (cf Jn 16,28). Entre la salida primera y el retorno hay una diferencia. Cristo “sale” del Padre para, sin dejar de ser Dios, hacerse hombre, verdaderamente hombre, semejante a los hombres en todo, menos en el pecado. Como canta la liturgia: “Sin dejar de ser lo que era ha asumido lo que no era”.

Pero este “hacerse hombre” no es un acontecimiento pasajero, como si el Hijo de Dios se revistiese de un modo puramente externo de la condición humana. No, la Encarnación es un acontecimiento definitivo, irreversible. Para siempre, el que era solo Dios es también hombre. Por su Ascensión, un hombre, uno de los nuestros, con un cuerpo como el nuestro, ha entrado para siempre en Dios.

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Juan Pablo II, el papa universal

En su día la editorial CPL de Barcelona me propuso escribir una breve biografía del beato Juan Pablo II. Por razones personales tardé un poco en cumplir ese encargo. No por falta de ganas. Yo le debo mucho a Juan Pablo II. Para mí ha sido una ayuda esencial en el plano de la fe, en el de la vocación al sacerdocio, y hasta en la percepción de la belleza y de la actualidad de la propuesta cristiana para el mundo.

En muy pocas páginas – 27 – he intentado asumir el reto. En unos pocos capítulos: 1. Wadowice. 2. Estudiante, obrero y actor. 3. Sacerdote. 4. Obispo. 5. Sucesor de Pedro. 6. “¡No tengáis miedo!”. 7. La ciudad y el mundo. 8. El atentado. 9. La enseñanza del papa. 10. Los encuentros. 11. La muerte.

Reproduzco aquí la parte que habla de su vocación:

Sintió la llamada al sacerdocio y, en 1942, tomó la “decisión definitiva” – así lo escribirá él años más tarde – de entrar en el Seminario Mayor de Cracovia, que funcionaba de modo clandestino, y de comenzar los cursos de Teología en la Universidad Jaghellonica – también clandestina -, mientras seguía trabajando en la fábrica química Solvay. Tras el cese, en 1945, de la ocupación alemana pudo continuar sus estudios de manera ya oficial.

Al hablar de los orígenes de su vocación, Juan Pablo II ha destacado la “trayectoria mariana”. Sus recuerdos están llenos de referencias a la Virgen: a la Madre del Perpetuo Socorro, de la parroquia de Wadowice; a la devoción al escapulario de la Virgen del Carmen, difundida por los carmelitas de su localidad natal; y, ya en Cracovia, a María Auxiliadora, en la parroquia de los Salesianos. Igualmente, al santuario mariano de Kalwaria, el más importante de la archidiócesis de Cracovia.

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18.05.12

Una canción eucarística en lengua gallega

17.05.12

Un obispo molesto

Ha habido, a lo largo de la historia, obispos “molestos”. Uno de ellos fue San Juan Crisóstomo. Un obispo reformista que, al llegar, en contra de su voluntad, a la sede de Constantinopla emprendió la tarea de corregir al clero, suscitando desde el principio odios y envidias.

Pero la persona más incomodada por el patriarca de Constantinopla fue, quizá, la emperatriz Eudoxia. La emperatriz, amante del lujo de y de “las modas”, se sintió personalmente interpelada cuando Juan Crisóstomo, en uno de sus sermones, dijo: “Se enfurece de nuevo Herodías, desatina de rabia, de nuevo danza y quiere en un plato la cabeza de Juan”.

No parecía Juan Crisóstomo especialmente dotado para la diplomacia, para la habilidad, para la sagacidad, para el disimulo. Un “fallo” que pagó muy caro, siendo depuesto y desterrado en varias ocasiones. ¡Todo un Patriarca de Constantinopla!

Por tanto, no debemos sorprendernos en exceso si un obispo, a día de hoy, es repudiado por quienes tienen el mando. Que a un ciudadano, Obispo o no, se le condene al ostracismo social sin juicio previo y sin sentencia resulta cuanto menos preocupante. Que esta condena fuese protagonizada por un monarca cesaropapista tendría su pase. Que sea pronunciada en nombre del “pueblo”, de sus representantes en un Ayuntamiento, parece casi increíble. Pero la realidad, a veces, supera la ficción.

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