InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Marzo 2012

31.03.12

Al morir, destruyó nuestra culpa

El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor abre la Semana Santa, la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En la Liturgia se unen la memoria de la entrada de Cristo en Jerusalén, donde fue aclamado como Rey y como Mesías, y el anuncio del misterio de su Pasión.

Cristo es el Hijo de David, saludado como el Mesías esperado que habría de purificar a Jerusalén de su impiedad, inaugurando así el reinado de Dios sobre la tierra (cf Mc 11,1-10). Pero Él, a la vez, el siervo doliente, profetizado por Isaías, aquel que no ocultó “el rostro a insultos y salivazos” (cf Is 50,4-7).

Las aclamaciones de la muchedumbre están tomadas del Salmo 118: “Hosanna”, que significa “Sálvanos, por piedad”, y “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Este salmo imagina a Jerusalén rodeada por sus enemigos paganos, pero salvada por la mano del Señor. También el oráculo de 2 Sam 7 vincula el futuro reinado del hijo de David con la derrota militar de los enemigos de Israel.

Sin embargo, la realeza de Jesucristo no se impone por medio de la fuerza, sino desde la entrega del amor. Su Reino pasa por la Cruz y, así, abarca a todo el mundo: “no es la soberanía de un poder político, sino que se basa únicamente en la libre adhesión del amor; un amor que responde al amor de Jesucristo, que se ha entregado por todos” (Benedicto XVI, 5-4-2009).

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30.03.12

Teología y fe

La teología es la ciencia de la fe. Como saber, la teología parte de unos principios, de unas bases y fundamentos: la revelación divina – atestiguada en la Escritura unida a la Tradición – y la fe eclesial. A la hora de pensar la fe es preciso verificar continuamente que el objeto de estudio no se desdibuja y no pierde, en consecuencia, sus perfiles propios.

Solo la permanente atención a la objetividad de lo revelado por Dios y de lo creído por la Iglesia libera al teólogo de sucumbir a las cautividades del subjetivismo y al imperio, efímero, de lo que cada cultura o época de la historia señala como normativo o como admisible.

El cristianismo, que tiene en su centro la Encarnación, está intrínsecamente vinculado a la historia, pero la universalidad de lo divino agranda hasta el infinito los límites de lo meramente humano. Un tiempo y una cultura, una geografía y un lenguaje, pueden ser asumidos por Dios como cauces para comunicarse con los hombres, aunque esta asunción no carezca de consecuencias: lo que hasta entonces era solo un fragmento – uno más - pasa a ser símbolo y expresión del Todo – ya no “uno más” - .

No es tan sencillo separar en lo cristiano el “núcleo duro” del “cinturón protector”. No es tan simple señalar algo así como la “esencia” del cristianismo, ni creer que la esencia, lo permanente e invariable, puede separarse de modo fácil de la realidad concreta en la que la esencia se muestra. Lejos de la carne, lejos de la historia, lejos de la sangre y de las lágrimas, es difícil encontrar la sabiduría de Dios que no desdeña la necedad paradójica de la Cruz.

Un cristianismo completamente razonable, perfectamente acomodado a los confines de nuestra razón, es un ideal apetecible. Grandes genios han recorrido esa ruta. Pero un cristianismo así sería, en suma, un producto del hombre; privado de la novedad de Dios.

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27.03.12

XIV estación: El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

Todo ha concluido en apariencia.
Muerto estás. Tus discípulos,
confundidos, no saben
qué pensar. Si eras el Mesías,
cómo logrará la salvación
del mundo así.
Callan,
y con la máxima dignidad
te amortajan y cierran
la losa de tu sepulcro.

No hay salida al parecer.
Muerto quedas.
Asustados, huérfanos,
inermes,
se enfrentan a la duda
y esperan sin saber qué esperar.

Mientras, tú, Señor, completarás
la peregrinación del alma humana.
Pero ellos, como nosotros,
sin saber o ya sabiendo,
te esperamos.

_______________
Eduardo Jariod.

Nota: Agradezco a D. Eduardo Jariod que me haya permitido publicar en el blog este “Via Crucis". Me parecen unos textos bellos en la forma y muy profundos en el fondo. Espero que les hayan gustado y que les hayan servido para meditar sobre la Pasión de Cristo. Guillermo Juan Morado.

26.03.12

XIII estación: Bajan a Jesús de la Cruz y lo entregan a su Madre

Madre de Dios y Madre nuestra,
modelo de fe y obediencia plenas,
que dijiste Sí a la voluntad del Padre
de concebir a su Hijo en tu seno,
vuelves a asentir ahora
ante su inerte despojo desenclavado.

No hay dolor ni hay amor
más indescriptibles.
Sufriste su pasión en carne propia,
y ahora su muerte abrazas
en tu virginal regazo.

Toda la vida Madre,
Madre siempre, acoges a tu Hijo,
como a nosotros, sin preguntas,
sin reproches, callada, dulce,
sumisa.
Asumes el designio
escogido por el Padre
con todas sus consecuencias.

…Con serena discreción le lloras.

_____________

Eduardo Jariod.

24.03.12

El grano de trigo

Homilía para el Domingo V de Cuaresma (Ciclo B)

El itinerario cuaresmal conduce a la solemnidad de la Pascua. La metáfora del grano de trigo que cae en tierra y muere y da mucho fruto (cf Jn 12,20-33) nos ayuda a comprender el sentido y el alcance salvador de la muerte de Jesucristo.

Él es en persona ese grano de trigo de que nos habla el Evangelio. Su muerte es una muerte fecunda que se convierte en principio de vida para los creyentes. Este dinamismo de muerte y vida, de anonadamiento y de exaltación, lo expresa el autor de la Carta a los Hebreos: Jesucristo, “a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna” (5,8-9).

La alianza nueva y eterna, que profetiza Jeremías (31,31-34), ha sido instituida por el sacrificio de Cristo, que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf Catecismo 613). La salvación consiste en esta comunión con Dios. Por el pecado, todos los hombres hemos sido desterrados de la patria de la Alianza. Para hacer posible el retorno a esa patria, el Hijo ha bajado del cielo y nos hace subir allí con Él por medio de su Cruz (cf Catecismo 2795).

Dios mismo toma la iniciativa. El misterio de la salvación es el misterio del amor del Padre que entrega a su Hijo para nuestro rescate. Es el misterio de la obediencia libre del Hijo que voluntariamente se ofrece a la muerte. Es el misterio del Espíritu Santo, que transforma nuestro corazón para hacerlo semejante al corazón de Cristo.

La alianza nueva no queda grabada en tablas de piedra, sino en el corazón de los que se dejan atraer por Jesucristo, muerto y resucitado. En torno a Él se realiza la reunión de la familia de Dios, de la Iglesia santa, a la que están convocados todos los hombres de todos los pueblos.

Nuestra misión, como cristianos, es ser heraldos y testigos de este Reino que se inaugura en la Cruz y que se extiende por el mundo en la medida en que, dejándonos transformar por el Espíritu Santo, nosotros transformemos la sociedad y la historia para construir la civilización del amor: “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.

Los santos son la prueba viva de la eficacia de la Cruz de Cristo, de la fecundidad de ese grano de trigo que cae en tierra y muere. En ellos ha triunfado la Pascua del Señor, la fuerza de la redención. Gracias a los santos, parcelas del mundo se transforman, de manera silenciosa, pero real, en paraíso, en ámbito de vida, en jardín donde el hombre puede conversar de nuevo con Dios.

¿No hemos acaso percibido el eco de una humanidad nueva y de un cielo y una tierra nuevos cada vez que en nuestras vidas hemos encontrado el testimonio de un santo? ¿No hemos sospechado que el amor tiene la última y decisiva palabra al contemplar el ejemplo de hombres que se han dejado atraer por la Cruz del Señor?

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