InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Julio 2011

13.07.11

Novena de la Asunción

El Catecismo recuerda que “la Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (n. 966).

Para todos los creyentes, y para todos los hombres, la glorificación de Nuestra Señora es un signo de esperanza, de confianza en la fidelidad de Dios, en el destino del hombre y en sus posibilidades.

Jesús nos da, afirma el Papa, “la esperanza que necesitamos: la esperanza de que podemos vencer, de que Dios ha vencido y de que, con el bautismo, hemos entrado en esa victoria. No sucumbimos definitivamente: Dios nos ayuda, nos guía. Esta es la esperanza: esta presencia del Señor en nosotros, que se hace visible en María elevada al cielo” (15.8.2009).

Recorrer los pueblos de España, y de otros países, el día 15 de agosto equivale a ir de fiesta en fiesta. Las diversas parroquias se engalanan para decirle a la Virgen, con palabras de la poetisa portuguesa sor Violante do Ceo: “Albricias, Señora,/ reina soberana,/ que ha llegado el logro/ de vuestra esperanza”.

Que esta Novena de la Asunción nos ayude a aumentar nuestra fe, a reavivar nuestra esperanza, para que ningún obstáculo nos desvíe del sendero de la salvación.

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11.07.11

San Benito

San Benito de Nursia, con su vida y su obra, ejerció una influencia fundamental en el desarrollo de la civilización y de la cultura europea.

Vivió entre los siglos V y VI, en una etapa en la que el mundo estaba trastornado por una tremenda crisis de valores y de instituciones, provocada por el derrumbamiento del Imperio Romano, por la invasión de los nuevos pueblos y por la decadencia de las costumbres.

San Gregorio Magno, cicuenta años después de la muerte de San Benito, se refirió a él como “astro luminoso” que ofreció un auténtico fermento espiritual, que cambió con el pasar de los siglos el rostro de Europa, suscitando una nueva unidad espirtitual y cultural que tenía como centro la fe cristiana compartida por los pueblos del continente.

Hoy también nos encontramos en una situación de crisis: económica, moral y de valores y, en última instancia, religiosa. Para remontar esta crisis necesitamos a Dios, que no es alguien superfluo, sino “de primera necesidad” para nuestras vidas, como ha recordado el Papa en Santiago de Compostela.

San Benito nació en la región de Nursia, en Italia. Sus padres, acomodados, lo enviaron a estudiar a Roma, pero San Benito estaba disgustado por el estilo de vida de muchos compañeros de estudios. Él solo quería agradar a Dios.

Antes de concluir sus estudios, dejó Roma y se reitiró a la soledad de los montes que se encuentran al Este de la Ciudad Eterna y se hizo eremita en Subiaco. Allí vivió solo, en una gruta, durante tres años. Durante ese período, San Benito luchó para superar las tentaciones fundamentales de todo ser humano: la tentación del egoísmo, de la soberbia, de ponerse a sí mismo en el centro de todo; la tentación de la sensualidad; y la tentación de la ira y de la venganza.

Después funda sus primeros monasterios cerca de Subiaco. En el año 529 se asentó en Montecasino, un lugar elevado que domina la llanura circundante, porque el monasterio tiene que hacer visible la fe como fuente de vida.

Murió el 21 de marzo de 547. Su mensaje se puede resumir en dos palabras: oración y acción. La oración es el fundamento de la existencia. Sin oración no hay experiencia de Dios. Orar ayuda a vivir bajo la mirada de Dios. La Liturgia es, en este sentido, la Obra de Dios.

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9.07.11

El éxito y el fracaso

Homilía para el Domingo XVI del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Uno de los afanes que persigue el mundo es el éxito, la buena aceptación de nosotros mismos y de aquello que presentamos u ofrecemos a los demás. Un profesional exitoso es aquel que se ve reconocido por la gente y que puede traducir este reconocimiento en fama, en dinero, en estima pública. Sin embargo, el fracaso, el resultado adverso, se proyecta como una amenaza que asedia cualquier empresa humana.

También en la Iglesia podemos dejarnos seducir por este binomio de éxito y fracaso. En una primera impresión, la Iglesia triunfa, alcanza sus objetivos, si su predicación – que es un eco vivo de la palabra de Cristo – es bien recibida y llega a cambiar la vida de los oyentes. En cambio, la Iglesia fracasa si la predicación aparentemente no da fruto. Una parroquia exitosa sería aquella que, cada domingo, se llena a rebosar y en la que los feligreses aumentan en número y en calidad.

La lectura de la parábola del sembrador nos obliga a ser más cautos (cf Mt 13,1-23). Jesús habla en parábolas para ocultar “los secretos del Reino de los Cielos”. Con este lenguaje, Jesús vela y revela a la vez lo que quiere comunicar. Revela si el oyente está dispuesto a ver, a oír, a entender. Si no se da esta apertura, las palabras se vuelven ininteligibles. Se da, entonces, una especie de diálogo entre Jesús y los hombres en el que la intelección por parte de los destinatarios no es automática, sino que depende, en cierto modo, de las actitudes de estos.

Esta dinámica propia de las parábolas, que desvelan y ocultan a la vez, es similar a la alternancia entre el éxito y el fracaso. La palabra de Dios es en sí misma eficaz: “no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (cf Is 55,10-11). Pero la palabra divina no actúa como una apisonadora que iguala todos los terrenos y somete por la fuerza todas las voluntades, sino como una palabra que procede de la libertad de Dios y solicita, para ser acogida, la libertad del hombre.

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5.07.11

Vivir “contra”

Hay personas que parecen apostar por vivir en una actitud de continua oposición a casi todo, en un permanente “a la contra”. Si pensamos que no todo es compatible y que “A” no puede ser al mismo tiempo “no A”, es normal que, al optar por una cosa, seamos, en principio, contrarios a la realidad opuesta. Por ejemplo, si creo que se debe decir la verdad he de ser contrario a la mentira, pero eso no significa que el enfrentamiento con la mentira haya de convertirse en la finalidad de mi vida desplazando a lo principal: la apuesta por la verdad.

Un cristiano no está, primeramente, “contra” nada y menos contra nadie. Está, primeramente, “a favor de”: a favor de Dios, de la Iglesia, de la humanidad, de la creación, del mundo como obra de Dios. Naturalmente, esta elección “a favor de” implica, como consecuencia, la oposición a todo lo que amenaza los planes de Dios, que no son otros que la salvación de los hombres. Y así el cristiano está, consecuentemente, en contra de la negación de Dios, del desprecio de la Iglesia, de las conductas que amenazan a la humanidad, de la destrucción de lo creado, etc.

Trazar estas prioridades no es una tarea secundaria. El “sí” es ante todo un “sí”, aunque lleve consigo también un “no”; pero lo más importante es el “sí”. Si uno se encuentra un poco perdido en medio de un laberinto o de un territorio inexplorado agradecería, sobre todo, que le señalasen cuál es la ruta adecuada. Vale, es también una orientación que nos digan: “ese no es el camino”; pero la verdadera guía la encontramos cuando alguien nos dice: “es por aquí por donde debes ir”.

La mirada de Cristo hacia los hombres es una mirada de misericordia, de compasión, de amor: “Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, ‘como ovejas que no tienen pastor’ ”, leemos en el evangelio según san Mateo. Jesús no se limita a señalar los caminos que no conducen a ninguna parte, sino que, sobre todo, indica el camino auténtico: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

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2.07.11

La revelación del Corazón

Homilía para el XIV Domingo del tiempo ordinario (ciclo A)

Jesús ha venido a nosotros como un rey “justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica” (cf Za 9,910). En su humildad, Jesucristo es el Revelador y la Revelación del Padre; el Hijo que conoce al Padre y que nos lo da a conocer (cf Mt 11,25-30). El concilio Vaticano II enseña que Cristo es, a la vez, “mediador y plenitud de toda la Revelación” (Dei Verbum 3); es decir, Dios se manifiesta y se comunica a sí mismo a los hombres por medio de Jesucristo y en la misma persona de Jesucristo, el Verbo encarnado.

Si queremos saber cómo es Dios debemos escuchar lo que Dios nos dice a través de su Hijo; más aún, debemos contemplar a su Hijo, a Jesucristo. Él es la Verdad, la Verdad completa, que se ha aproximado a cada uno de nosotros para que, por la gracia, cada uno de nosotros participe del diálogo que, en la intimidad divina, sostienen, en el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo. En la celebración de la Iglesia ese diálogo, que es alabanza y acción de gracias, se hace presente y actual. Junto a Cristo, toda la Iglesia, especialmente en la Santa Misa, se dirige al Padre para darle gracias “porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”.

¿Quiénes son “los sencillos”? Son aquellos que no ponen su confianza en sí mismos, o en sus saberes, sino en Dios. Los sencillos son los creyentes, aquellos que con docilidad a la gracia escuchan y se someten libremente a la revelación. Sin la humildad la fe resulta imposible. María, que “realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe” (Catecismo 148), se presenta, acogiendo el anuncio del ángel, como “la esclava del Señor”, dispuesta a que en ella se cumpla lo que la palabra del ángel manifiesta (cf Lc 1,38).

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