InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Marzo 2011

30.03.11

María, síntesis de valores

He adquirido - y leído en parte - un libro de esos que creo que pasarán a ser “clásicos”. Porque libros se publican cada año a montones, pero “clásicos”, obras de referencia que van más allá de la ocasión del momento, son ya muchos menos. Me refiero a la publicación de Stefano de Fiores, “María, síntesis de valores. Historia cultural de la mariología”, San Pablo, Madrid 2011, 765 páginas, ISBN 978842853718-6, 34 euros.

Stefano de Fiores es, en la actualidad, posiblemente el más experto mariólogo del mundo. Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, con una tesis sobre el itinerario espiritual de san Luis María Grignion de Monfort, es profesor de Mariología en la Gregoriana y autor de numerosas obras sobre esta especialidad.

La “presentación” del libro la hace Angelo Amato, actual Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Voy a seguir, en esta breve reseña, muy de cerca el texto del Cardenal Amato, un texto muy preciso y ponderado.

La originalidad de esta obra de Stefano de Fiores radica en el enfoque cultural, un enfoque que constata que “María ha venido constituyendo durante los dos milenios pasados […] un ‘sistema de valores’, que merece constituir el centro de la verdad cristiana y que se revela como sumamente constructivo en el ámbito eclesial y cultural” (“Presentación”, pág. 7). María es “la encrucijada de la fe católica” (L. Scheffczyk), una afirmación válida para todas las épocas.

La obra se halla articulada atendiendo a dos categorías: “Cultura” y “modelos”. El aspecto cultural expone las diversas etapas históricas de la Mariología. Los “modelos” especifican los múltiples enfoques que se han hecho de la figura de María en el transcurso de los diversos períodos históricos.

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28.03.11

La concepción virginal de Jesús

Hace pocos días – el 25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad -celebrábamos la solemnidad de la Anunciación del Señor. En la antigüedad cristiana se creía que el Verbo se encarnó en el equinoccio de primavera, el mismo día en que fue creado Adán.

Adán fue creado de la nada y Jesucristo, el último Adán, fue “engendrado, no creado” y “concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen”. La gratuidad de la creación se refleja en la gratuidad de la Encarnación. En ambos acontecimientos resplandece la maravillosa soberanía de Dios.

En la generación de Jesús no intervino ningún varón, sino el poder trascendente del Espíritu Santo, Señor y Dador de vida. No se trata de que Dios “supliese” el papel que le correspondería a un varón. La intervención del Espíritu Santo es divina. Dios actúa como Dios, no como hombre.

Un teólogo reformado, Karl Barth, supo expresarlo de un modo muy acertado: “El hombre Jesucristo no tiene padre. Su concepción no se deriva de la ley común. Su existencia comienza con la libre decisión de Dios mismo, procede de la libertad que caracteriza a la unidad del Padre y del Hijo unidos por el amor, es decir, por el Espíritu Santo… Es éste el campo inmenso de la libertad de Dios, y de esta libertad es de donde procede la existencia del hombre Jesús”.

Los textos bíblicos son bien elocuentes. San Mateo presenta a María que ha concebido por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18-25). Parte de esta concepción virginal para señalar la presencia en la Escritura (Is 7,14) de un pálido reflejo de la misma: la señal dada por Dios a Acaz; es decir, el anuncio del nacimiento del Emmanuel de una virgen. Mateo es muy cuidadoso y, al narrar la huida a Egipto – recordando así la historia de Moisés - , escribe: “Toma al niño y a su madre”.

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26.03.11

El agua y la sed

Homilía para el Domingo III de Cuaresma (Ciclo A)

Sin la necesaria aportación de agua nuestro organismo no puede sobrevivir. Pero la sed del hombre va más allá de la necesidad física de evitar la deshidratación. La sed simboliza el deseo profundo de nuestra alma. Aspiramos no solamente a mantenernos con vida, sino que queremos que nuestra vida merezca la pena ser vivida. Tenemos sed de algo más que de agua. Tenemos sed de justicia, de amor y de sentido.

Jesucristo, Dios y hombre verdadero, expresa en su petición a la samaritana: “Dame de beber” (Jn 4, 7), un doble anhelo. El Señor, consustancial con nosotros por su humanidad, experimenta el cansancio y el calor, solidarizándose así con todos los sedientos. También, poco antes de su muerte, dirá desde la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28). Pero su sed manifiesta, a un nivel más profundo, el deseo que Dios tiene de nuestra fe y de nuestro amor: “La sed de Cristo es una puerta de entrada al misterio de Dios, que se hizo sediento para saciarnos, como se hizo pobre para enriquecernos (2 Co 8,9)”, comenta Benedicto XVI.

Dios tiene sed de nosotros y suscita en nosotros la sed de Él. Así como el agua no es un lujo, Dios tampoco es para el hombre un complemento superfluo, sino Alguien de “primera necesidad” para nuestras vidas.

A la mujer samaritana no le faltaba el agua. Tenía cerca el pozo, un manantial con el que el patriarca Jacob había asegurado la vida de su pueblo. Pero el agua de ese pozo sólo podía saciar parcialmente su sed. Jesús, en el diálogo con esta mujer, le promete un agua “que salta hasta la vida eterna”, un agua que sacia de modo definitivo la sed.

Esta agua es símbolo del Espíritu Santo, “de la verdadera fuerza vital que apaga la sed más profunda del hombre y le da la vida plena, que él espera aun sin conocerla”. “¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín” (Benedicto XVI).

Ya no es el pozo de Jacob, sino Cristo mismo el verdadero manantial del que brota la salvación para todos. Con la fuerza del Espíritu Santo, nuestra existencia se hace fecunda, dotada de la capacidad de amar de un modo leal y generoso, de amar como Dios ama, y de este modo se convierte en vida definitiva.

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19.03.11

Una recensión doble.

Mañana me tomaré vacaciones de blog y, probablemente, el resto de la semana, hasta el domingo, también.

Ofrezco ahora una recensión, sobre dos recientes publicaciones mías, que puede interesar a los lectores habituales del blog.

GUILLERMO JUAN MORADO, La humanidad de Dios. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, Cobel Ediciones, Alicante 2011, 100 páginas, ISBN 9788415024255, 3.5 euros y GUILLERMO JUAN MORADO, El camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, Cobel Ediciones, Alicante 2011, 108 páginas, 3.5 euros.

Dentro de su colección “Enséñanos a orar", la editorial Cobel publica El Camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, de Guillermo Juan Morado, segunda parte del también muy recientemente publicado en esta colección La Humanidad de Dios, de igual subtítulo. Ambos volúmenes forman una unidad; pero si La humanidad de Dios es, sobre todo, un texto centrado en la contemplación de Cristo, este segundo libro mira, sin perder la referencia cristológica, a las características del discipulado cristiano.

Uno y otro se estructuran en torno a las lecturas dominicales. Se trata de una lectura orante en la que el rasgo distintivo aportado por el autor es la oración que, ante todo, brota como actitud de vida, como un modo particular de presentarse ante Jesús, el Señor.

Cada tomo se divide en seis secciones, cuyos títulos ya invitan a la contemplación, la meditación y la incorporación a la vida del orante. Son: “La cercanía de Dios”, “Las palabras y los signos”, “El Siervo doliente”, “Muerte y vida”, “Testigos de su amor” y “Uno de la Trinidad” en el primer volumen; y “La forma del Amor”, “Exigencias del camino”, “Via Crucis”, “Fidelidad y agradecimiento”, “Oración y paciencia” y “La verdadera realeza”, en el segundo.

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La Transfiguración

Homilía para el Domingo II de Cuaresma (Ciclo A)

En el “Mensaje para la Cuaresma” de 2011, Benedicto XVI sintetiza el significado del Evangelio de la Transfiguración: “El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor”.

Detengámonos en la contemplación de este pasaje evangélico (cf Mt 17, 1-9), considerando tres aspectos: La Transfiguración como manifestación de la gloria de Cristo, como anuncio de la divinización del hombre y como invitación a sumergirse en la presencia de Dios.

1. La Transfiguración muestra a Jesús en su figura celestial: Su rostro “resplandecía como el sol” y sus vestidos “se volvieron blancos como la luz”. Moisés y Elías, precursores del Mesías, conversaban con Jesús.

La voz que procede de la nube confirma la enseñanza de Jesús: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Es preciso escuchar a Jesús y cumplir así la voluntad de Dios. San Juan de la Cruz comenta al respecto que sería agraviar a Dios pedir una nueva revelación en lugar de poner los ojos totalmente en Cristo, “sin querer otra cosa alguna o novedad”: “Pon los ojos sólo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en Él aun más de lo que pides y deseas”.

La aparición de la gloria de Cristo está relacionada con su Pasión: “La divinidad de Jesús va unida a la cruz; sólo en esa interrelación reconocemos a Jesús correctamente” (Benedicto XVI).

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