Aprendió, sufriendo, a obedecer
La celebración del Viernes Santo, primer día del Triduo Sacro, está enteramente centrada en la muerte de Cristo en la Cruz. “¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto!”.
La Carta a los Hebreos nos ayuda a profundizar en el sentido de esta muerte: Cristo, “a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna” (cf Hb 5,7-9).
El sufrimiento, la obediencia, la salvación. Tres palabras esenciales para comprender el carácter sacrificial de la muerte del Señor. Cristo es el Sumo Sacerdote, el mediador entre Dios y el pueblo, que ofrece a Dios el sacrificio perfecto de sí mismo, el homenaje filial de su obediencia.
En la Pasión según San Juan, Pilato presenta a Jesús a la muchedumbre con esta expresión: “Aquí tenéis al hombre”. Ese hombre desfigurado, torturado, es el hombre ideal, el hombre perfecto, el segundo Adán. El sufrimiento de Jesús es, en cierto sentido, la consecuencia de su obediencia. En un mundo marcado por el pecado, por el rechazo de Dios, por la rebelión frente a Él, la obediencia de Cristo aparece como una provocación insoportable, merecedora de la muerte. El Señor carga sobre sí, en forma de sufrimiento, todos nuestros pecados, los hace suyos para transformarlos con el poder de su docilidad al Padre.