InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Diciembre 2008

25.12.08

Navidad: La humildad de Dios

La solemnidad de la Natividad del Señor nos permite contemplar la humildad de nuestro Dios. El esperado de Israel, el esperado de las naciones, el esperado de toda la humanidad no irrumpe en nuestra historia con la pompa y el boato de un emperador. Aparece, se manifiesta, en la conmovedora simplicidad de un Niño recién nacido.

Nace en un establo, porque no había sitio en la posada. Podemos imaginar que la posada estaría ocupada por aquellos que, en Belén, resolvían sus negocios. Las compras y las ventas, las gestiones administrativas, el quehacer cotidiano que no deja espacio a lo nuevo, a la sorprendente entrada de Dios en lo prosaico de nuestras vidas.

La aceptación y el rechazo caracterizan el Nacimiento de Jesús. Y esta polaridad acompaña, a lo largo de los siglos, el anuncio del Evangelio. No siempre Jesús es excluido por maldad, sino, tantas veces, por inconsciencia. Lo inmediato nos absorbe; lo segundo pasa a ser primero en nuestra escala de valores; nuestras pequeñas cosas nos ocupan de tal modo que nos volvemos insensibles hacia las grandes cosas.

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23.12.08

La fiesta y la alegría

En el Discurso dirigido a la Curia Romana, con ocasión de la felicitación navideña, el Papa Benedicto XVI ha hecho balance de los acontecimientos eclesiales más destacados de 2008: la Jornada Mundial de la Juventud, los viajes apostólicos a EEUU y a Francia, y el Sínodo de Obispos dedicado a la Palabra de Dios.

Una cita de Nietzsche sirve a Benedicto XVI para resaltar el hilo conductor que une estos acontecimientos. Decía el filósofo alemán: “La habilidad no está en organizar una fiesta, sino en encontrar a las personas capaces de aportar alegría”.

La Jornada Mundial de la Juventud no ha sido, reflexiona el Papa, una simple fiesta, como si se tratase de un festival de rock; ha sido una “fiesta de la alegría”. Y la alegría es fruto del Espíritu Santo. La acción del Espíritu Santo proporciona unidad a los acontecimientos eclesiales y explica el motivo profundo de la alegría cristiana.

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21.12.08

María, la Expectación del Adviento

La expectación es la espera de un acontecimiento que interesa o importa. El Adviento nos sumerge en la expectación, en la tensión dinámica de la espera “de un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos”: la venida de Cristo (cf Catecismo 522). En la liturgia de este tiempo la Iglesia actualiza la espera del Mesías, compartiendo así la espera de Israel y, de algún modo, la espera confusa de todo hombre; el anhelo de salvación, de redención, de justicia, de felicidad. Al disponernos a celebrar la venida del Salvador en la humildad de nuestra carne, los fieles renovamos el ardiente deseo de su segunda venida en la majestad de su gloria.

Expectación es también un nombre de María, la Hija de Sión, la Virgen que está encinta y que dará a luz un hijo, al que le pondrán por nombre “Dios-con-nosotros” (cf Isaías 7,14). María ejemplifica de un modo singular el Adviento, esperando “con inefable amor de Madre” a quien todos los profetas anunciaron y a quien Juan proclamó ya próximo. Con Ella, “después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación” (Lumen gentium 55). Ella es hija de Adán por su condición humana y descendiente de Abraham por su fe. Ella es “la vara de Jesé” que ha florecido en Jesucristo, nuestro Señor.

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13.12.08

Dar testimonio de la Luz (D. III Adv.)

Tercer Domingo de Adviento ( B )

Is 61,1-2a.10-11; 1 Tes 5,16-24; Jn 1,6-8.19-28.

Dar testimonio de la Luz

“Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz” (Jn 1,6-7). Juan el Bautista no aparece para hablar de sí mismo, para referirse a sí mismo, sino únicamente para anunciar a Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, Aquel que es “Luz de Luz”. Cuando le preguntan sobre su identidad, Juan contesta negativamente tres veces: “Yo no soy el Cristo”; ni Elías; ni el Profeta semejante a Moisés que Dios había prometido en el Deuteronomio (Dt 34,10).

La actitud de Juan el Bautista resulta paradigmática para la Iglesia y, en la Iglesia, para cada uno de los cristianos. La salvación no es obra nuestra, no depende de nuestras capacidades para dar una última respuesta a los problemas o preocupaciones que nos acucian. La salvación es un don de Dios o, mejor dicho, la salvación es el mismo Dios que viene a nuestra vida para hacernos partícipes de la suya. La Iglesia, que es sacramento universal de salvación, se sabe continuamente referida a Cristo, su Señor. No existe “para buscar la gloria de este mundo, sino para predicar, también con su ejemplo, la humildad y la renuncia”, “anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva” (Lumen gentium, 8).

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12.12.08

Elogio de la castidad

“Apenas he aparecido yo, habéis mudado el gesto”, dice la Estulticia al comienzo del “Elogio de la locura” de Erasmo de Rotterdam. Sin duda, hoy, con sólo pronunciar la palabra “castidad”, se muda el gesto y el semblante puede reflejar, casi automáticamente, burla, enfado, acritud o esa postura indulgente de quien perdona la vida al necio. El que sale de lo comúnmente aceptado, el que no comulga con la opinión dominante, es visto como un tonto. Se practica, con excesiva frecuencia, una especie de inquisición que no conduce a las hogueras, después del auto de fe, pero sí orilla al discrepante a la cuneta de la irracionalidad, a la acera de los pobres orates que han perdido el juicio y hasta la noción de la época en la que viven.

Pues bien, la castidad, como todas las demás virtudes, es admirable. Podemos ser ruines y mezquinos, pero no dejaremos de reconocer la grandeza del magnánimo. Podemos tender a la maledicencia, pero nos inclinamos ante aquel que, si no puede hablar bien de otro, enmudece voluntariamente. Por análogos motivos, se hace digno de admiración el ser humano que es capaz de integrar su sexualidad en la globalidad de lo que es como persona. Y esta integración comporta el aprendizaje del autodominio.

Comer, por ejemplo, no sólo es necesario, sino bueno. Y si una persona es refinada aprende a comer refinadamente. No se limita a saciar su apetito de alimento, sino que enriquece la ingesta de nutrientes con elementos que provienen de su bagaje personal: la calidad de los alimentos, la preparación de los mismos, el equilibrio de cara a una dieta sana. Comer hasta hartarse, comer cualquier cosa, comer por comer no es propio de un hombre. El hombre come “razonablemente”; es decir, dejándose guiar por su razón.

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