Navidad: La humildad de Dios
La solemnidad de la Natividad del Señor nos permite contemplar la humildad de nuestro Dios. El esperado de Israel, el esperado de las naciones, el esperado de toda la humanidad no irrumpe en nuestra historia con la pompa y el boato de un emperador. Aparece, se manifiesta, en la conmovedora simplicidad de un Niño recién nacido.
Nace en un establo, porque no había sitio en la posada. Podemos imaginar que la posada estaría ocupada por aquellos que, en Belén, resolvían sus negocios. Las compras y las ventas, las gestiones administrativas, el quehacer cotidiano que no deja espacio a lo nuevo, a la sorprendente entrada de Dios en lo prosaico de nuestras vidas.
La aceptación y el rechazo caracterizan el Nacimiento de Jesús. Y esta polaridad acompaña, a lo largo de los siglos, el anuncio del Evangelio. No siempre Jesús es excluido por maldad, sino, tantas veces, por inconsciencia. Lo inmediato nos absorbe; lo segundo pasa a ser primero en nuestra escala de valores; nuestras pequeñas cosas nos ocupan de tal modo que nos volvemos insensibles hacia las grandes cosas.