Fiesta de besos y abrazos

Los medios de comunicación nos informan de que se ha promocionado alguna “fiesta de besos y abrazos”, despreciando las restricciones destinadas a evitar la propagación de la infección por el coronavirus.

El promotor de la fiesta parece que es, eso dicen los medios, un conocido cantamañanas, un notorio irresponsable, que defiende, frente a las terapias y a las medidas adoptadas por todo el mundo, “terapias naturales”, cuya eficacia y rigor no le consta a nadie, más que a quien las promueve.

La vida es así. Hasta la historia de la ciencia lo es, aunque este episodio concreto no tenga nada que ver con la ciencia. No se puede, no obstante, idolatrar la ciencia, cayendo en el cientificismo, en la reducción de todo el saber humano al saber matemática y experimentalmente respaldado.

Todo reduccionismo es parcial, es rebajar el alcance del saber. Pero tampoco se puede despreciar el saber científico, que es muy limitado y muy preciso. Si me hablan de “virus”, yo me confío a lo poco que, en cada momento, me diga la ciencia.

No va a ser la panacea. Es más, los científicos pueden decirnos hoy una cosa y mañana otra. No pretenden dar una explicación global, sino una respuesta muy contextualizada y respaldada por razones que se puedan contrastar, en teoría, universalmente aquí y ahora.

Valorar la ciencia, que es uno de los modos de ejercitar la razón humana, no equivale a convertirse en positivista o en cientificista. El mundo es mucho más que peso y medida, más que física y matemáticas, más que todo eso. Pero el mundo no es sin todo eso.

Queda un camino abierto, y necesario, para la filosofía, para la metafísica y para la teología. No se trata de acortar nada, sino de agrandar, de ver las cosas con mayor distancia y profundidad.

La comedia de la “fiesta de besos y abrazos” me recuerda posturas incomprensibles en el ámbito católico - muy minoritarias, gracias a Dios – que parecen querer contraponer lo que no puede ser contrapuesto: Ciencia y fe, cuidado de la salud y participación en la santa Misa.

Las “normas sanitarias”, que no son reveladas y que no deben de ser absolutizadas – el mundo no puede ser Corea del Norte, digamos - , no son la causa de la pérdida de la fe. Sería jugar sucio apuntar en el debe del coronavirus lo que ya sabíamos todos no solo que venía, sino que estaba plenamente instalado entre nosotros: el secularismo y la indiferencia religiosa.

Algún “iluminado” cree que un virus se reduce a cero con no sé que sustancia. Algún “iluminado” pastoralista, se ve, cree que con decir lo que está mal, ya se justifica su posicionamiento, que nada dice hacia dónde ir y por qué.

Se limitan, algunos cantamañanas y algún pastoralista, a apelar a los mundos de la imaginación sin contraste con lo real.

Yo no deseo estar en una Iglesia de iluminados; sí en una Iglesia de creyentes responsables. Igual, eso espero, alguien más se apunta a este deseo. Con virus o sin él.

 

Guillermo Juan Morado

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