Fe e imaginación: “Sin confusión ni separación”

Siguiendo la lógica, la articulación formal ya mencionada, del concilio de Calcedonia, “fe e imaginación pueden y deben enlazarse sin confusión ni separación”.

Sin confusión, porque la fe – la respuesta del hombre a la revelación divina - no es la imaginación. Pero sin separación, porque la fe se despliega como visión y puesta en imágenes del mundo. La imaginación hace a la fe más real, en el sentido newmaniano de más vinculada con la experiencia concreta y personal, y la fe hace a la imaginación más realista, más fiel a la realidad de las cosas.

La imaginación puede paliar tres debilidades estructurales de la fe, fortaleciendo así su credibilidad, su aptitud para ser creída por el hombre de un modo libre y socialmente responsable.

La imaginación puede paliar una falta de persuasión de la fe en lo que concierne a su objeto, reforzando su credibilidad interna, al imaginar de modo persuasivo su contenido.

La imaginación puede también reforzar la credibilidad del testigo de la fe, percibiéndolo como más convincente.

Igualmente, la imaginación puede ayudar a la fe a descubrir lo real, a profundizar en la realidad para alcanzar su verdad, para vincular la fe con cosas y no meramente con nociones.

Pero la fe – o, más exactamente, la revelación - también ayuda y salva la imaginación. Le ayuda a caminar hacia la realidad humana total, hacia la humanidad tal cual es. La fe remite la imaginación a la memoria, recordándole la realidad ya salvada.

Guía a la imaginación, ayudándole a proyectar un futuro de salvación a la vez que le ayuda a moverse por la realidad concreta considerando pacientemente las etapas de la vida de Cristo.

Y la fe salva a la imaginación porque impide el menosprecio de lo singular, lo finito y lo pobre, ya que sabe atender a lo finito y a lo infinito, a lo particular y a lo universal.

No es extraño que, desde la Teología fundamental, se explore el posible cruce fecundo entre fe e imaginación para intentar la elaboración de una nueva apologética; una nueva explicación razonable de la credibilidad de la fe.

Establecer una analogía entre fe e imaginación permite, de cara al análisis del acto de fe, sortear los riesgos del intelectualismo, del voluntarismo y del sobrenaturalismo.

La estructura sacramental de la fe se comprende mejor desde esta analogía entre fe e imaginación, ya que permite captar de modo más adecuado la singularidad de creer, la síntesis concreta en la que consiste la fe.

En el ámbito litúrgico y sacramental, la imaginación litúrgica ayuda a la fe a llegar a ser más real, porque la vincula a tres dimensiones corporales: A la dimensión eclesial, cuya fe imaginativa precede la imaginación de cada fiel; a la dimensión sensorial, como hemos ya apuntado al ocuparnos de los sentidos y de la fe, destacando la importancia de la catequesis sobre los ritos; y a la dimensión sacramental que llega a su culminación en la recepción de la Eucaristía: “Tocando el cuerpo, lo finito y la materia, los sacramentos hacen acceder al Dios encarnado, al Espíritu infinito que se revela en lo finito, por un acto de fe que reimagina el mundo como exceso de Su bondad” (N. Steeves).

La Eucaristía puede ser vista así como una puesta en acto, orientada al cumplimiento del mandato de Jesús: “Haced esto en memoria de mí”.

Guillermo Juan Morado.

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