Domingo I de Adviento: El centinela y la "UVI"

Domingo I de Adviento: El centinela y la “UVI”

El Adviento es tiempo de espera, de conversión y de esperanza, que recuerda la venida del Señor en la carne y que aguarda su venida como Juez universal. Podemos destacar como imágenes adecuadas para este tiempo litúrgico la del centinela y la de la “UVI” – unidad de vigilancia intensiva - ; aunque hoy se emplea comúnmente la expresión “UCI”, unidad de cuidados intensivos.

I. ¿Quién es el centinela? Es el soldado que está de guardia durante la noche y que desea, más que ninguna otra cosa, que amanezca. El Salmo 130 testimonia esta actitud al decir: “Mi alma espera en el Señor,/ espera en su palabra/; mi alma aguarda al Señor/, más que el centinela la aurora”.

El que vela atisba el nacimiento de la aurora, el comienzo del amanecer que precede la salida del Sol, la venida del Señor, cuyo resplandor ilumina toda la tierra. Para nosotros esa aurora es María. Su presencia alivia y llena de optimismo al centinela que cumple el mandato de Jesús: “Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento” (Mc 13,33).

II. Vigilar, hacer vela, es estar pendiente de todo, de lo grande y de lo pequeño, de cualquier signo. En los hospitales existe la mencionada unidad de cuidados intensivos  - antes llamada  “unidad de vigilancia intensiva” - , en la que se está atento a cualquier síntoma del paciente. Y nosotros, sin Dios, somos los más enfermos de los enfermos.

Se trata de vigilar a fin de que nada se escape, “intensivamente”, con más dedicación que de costumbre, manteniéndose bien despiertos para que no pase inadvertido lo más importante: La presencia de Dios, su llegada, es una visita que, si no estamos atentos a descubrirla, podríamos hasta ignorarla.

Dios es, por así decirlo, extremadamente sutil y delicado. Prefiere, quizá, pasar de largo antes de forzarnos a admitir su presencia, como un amigo que se retira sin correr el riesgo de resultar cansino y causar rechazo.

El peor sueño es el de la rutina y el de la mediocridad; el de la tristeza y el del desaliento. Despertar es huir de ese señuelo y esperar en lo nuevo y en lo grande, en lo alegre y animoso. Y será “animoso”, dotado de ánimo, lo que proceda de Dios: “Los que esperan en ti no quedan defraudados” (Sal 24,3). Todo lo demás, a la larga, en el mejor de los supuestos, es ambiguo y aburrido.

III. El Adviento conmina a actuar; compele a buscar la compañía de “las buenas obras”. Despertar es ya una buena obra, así como lo es creer. La fe es acción y somos, en gran parte, lo que hacemos.

San Juan Pablo II, en el año 2000, animaba a los jóvenes a ser “centinelas de la mañana": “Queridos amigos, en vosotros veo a los `centinelas de la mañana´ (cf. Is 21,11-12) en este amanecer del tercer milenio”, les decía el Pontífice en la Vigilia de Tor Vergata.

Es una petición que vale para todos nosotros, jóvenes o no: Convertirnos en centinelas que se mantienen despiertos, acompañados de buenas obras, para descubrir la llegada del Señor a nuestras vidas, conscientes de que, como dice el profeta Isaías, “jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él” (Is 64,3). 

Guillermo Juan Morado.

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