Velar por la verdad de los sacramentos: El Bautismo

Los sacramentos son “sacramentos de la fe”. El primero de ellos es el Bautismo. No tendría sentido bautizar a un previsible futuro apóstata. Como no lo tendría el procurar la gestación y el nacimiento de un niño para matarlo apenas naciese o, incluso, antes de nacer.

El Bautismo marca el inicio de la vida de fe. Si se trata de un niño, es bautizado en la fe de la Iglesia; es decir, es incorporado al pueblo de los creyentes. Con la esperanza de que esa semilla que se planta en él – la fe – se desarrolle y dé buenos frutos.

De que la semilla de la fe fructifique, responde – además de la gracia de Dios, que es el factor esencial, aunque la gracia supone la naturaleza – la fe de los padres. O, al menos, el compromiso de los padres a la hora de favorecer la educación cristiana de sus hijos.

Es, justamente en esta tarea, la educación cristiana de los que se van a bautizar, donde se sitúa la responsabilidad de los padrinos. Los padrinos no son, ni pueden serlo, los sustitutos de los padres. No se comprometen a hacer de padres, si estos faltasen. Se comprometen, eso sí, a colaborar a que el bautizado complete su iniciación cristiana. Y esa iniciación comprende el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.

El dicho popular de que “el que no tiene padrinos, no se bautiza” es, a día de hoy, una leyenda urbana. No es verdad. No es imprescindible tener padrinos para bautizarse. Lo que sí es importante es que, si hay padrinos, sean personas adecuadas para acompañar el itinerario de fe del que va a ser bautizado.

No existe un derecho a ser padrino de Bautismo. La Iglesia tendrá que discernir, en cada caso, si el candidato a padrino – o madrina - cumple o no lo que exige en Código de Derecho Canónico.

Sí existe la figura del testigo del Bautismo. Una figura por explorar en la práctica, pero que resulta muy interesante, es esa del testigo del Bautismo; de un cristiano que da fe de que el Bautismo ha tenido lugar. Sin la implicación de ser  “guía” que tiene el padrino. Es algo similar a los usualmente llamados “padrinos” en una Boda. Que son, en realidad, testigos.

La sociedad cambia continuamente. La Iglesia ha de ser fiel a sus principios. Y ha de adaptarse a los cambios en todo lo que sea posible. Jamás podrá, la Iglesia, so pretexto de adaptarse a la sociedad, renegar del Evangelio.

Esa falsa adaptación, el renegar del Evangelio, sería una traición. Y esa traición llevaría a la Iglesia a ser socialmente irrelevante, innecesaria. La Iglesia aporta a la sociedad, ante todo, la Buena Nueva. Y ya se sabe, ya lo advirtió Jesús, que una sal que se vuelve sosa no vale para nada.

La Iglesia no tiene voluntad de ser una secta. La Iglesia se sabe destinada a toda la humanidad, pero sin dejar de ser Iglesia; es decir, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo.

El respeto a la verdad de los sacramentos nos llevará, no a negarlos, en una actitud intransigente, sino a esperar el tiempo necesario para que los sacramentos sean, sin engaño, lo que son: sacramentos de la fe.

Otra actitud equivaldría a una devaluación, a una traición, de la seriedad de los sacramentos.

 

Guillermo Juan Morado.

PS: Muy de acuerdo con lo que ha escrito D. Jorge.

Y que no difiere mucho de lo que yo mismo he sostenido hace un tiempo.

Los comentarios están cerrados para esta publicación.