Ya no se respeta nada: asalto a pequeñas capillas aisladas

Ayer me comunicaban dos nuevos “robos”, más que “robos”, yo diría “asaltos”. Robar, lo que se dice “robar”, no van a robar nada. Mucha gente parece no saberlo, pero en las iglesias y capillas no hay dinero; podrán encontrar unos pocos euros, en el mejor de los casos. Pero, el dinero, está en otros sitios; no en las iglesias y capillas.

En la Galicia rural, y en otras zonas de España, las pequeñas iglesitas y capillas, que no son la sede de la Parroquia a la que pertenecen, se sostienen casi de milagro. Quizá, a lo largo del año, se celebrará en estos lugares sagrados una novena y la fiesta. Y poco más.

Es absurdo pensar que en estos recintos sagrados, testimonios de la fe de quienes nos han precedido, se puedan encontrar ingentes cantidades de dinero. En realidad, no solo en las capillas, sino también en las iglesias parroquiales, no hay dinero. Es bueno que se sepa: no hay dinero.

Todo lo que se ingresa en una iglesia parroquial se lleva al banco, y no se ingresa mucho. Más bien, mucho menos de lo que algunos creen. Más bien, muy poco. Que en las parroquias se haga lo posible por ayudar a las personas necesitadas, no quiere decir, en modo alguno, que las parroquias cuenten con un fondo inagotable de financiación. No es así, en absoluto.

El ideal proclamado por el Papa Francisco: “Una Iglesia pobre y para los pobres”, no es un ideal. Es una realidad. Las parroquias dan, muchas veces, lo que no tienen. Y, aunque se quisiese, una parroquia no es un cajero automático. Se da lo que se puede, y normalmente, más de lo que se puede. Pero no se puede dar lo que no se tiene.

Las parroquias no nadan en el dinero. Sería emitir un mensaje muy equivocado confundir la capacidad de misericordia con la idea de un pozo sin fondo. Sería un error que los fieles cristianos, tratando de ahorrarse una limosna, remitieran a los que piden a la Parroquia. No. Si no puede usted dar una limosna, no la dé. Pero no remita a la Parroquia, que tampoco puede darla.

Normalmente, en las parroquias, se ayuda con alimentos. Para quienes los necesiten. Pero es una ayuda subsidiaria. No por nada, sino porque no llega para más. La ayuda de las parroquias ni puede, ni pretende, sustituir al Estado, a las Comunidades Autónomas o a los Ayuntamientos.

Damos lo que podemos – y hasta un poco más de lo que podemos - , pero no tenemos una fábrica de dinero. Es muy peligroso, y muy falso, que cualquiera remita a alguien con necesidad – real o ficticia – a la parroquia de turno. Si usted, lector, puede ayudar, ayude, pero no crea que la parroquia es una fuente inagotable.

Este sistema de caridad es insostenible. La Iglesia ha de ser caritativa, sí. Empezando por los de la familia de la fe. Y, luego, hasta donde se pueda, con los demás.

Pero la Iglesia no puede ser el único sistema nacional de atención a los más vulnerables. Ojalá pudiese serlo, pero, en realidad, aunque quiera, no puede serlo.

Y ya lo de asaltar capillas y ermitas aisladas, causando enormes daños, reventando incluso parte de los tejados, no es de recibo. Es vandalismo.

Hay que denunciar estos asaltos. Necesitamos protección. No vale acostumbrarse a estos atentados contra el patrimonio espiritual, religioso y artístico de las gentes. Los que asaltan, no conseguirán más de cinco o diez euros – en el mejor de los casos - . Pero los destrozos serán de miles de euros, como poco.

¿Qué resonancia tienen estos asaltos en la prensa? ¿Se consideran normales? ¿Qué protección tenemos, los que no podemos pagar una seguridad privada, por parte de los cuerpos de seguridad del Estado?

Realmente, hay una alarma social. Y, si no la hay, peor.

 

Guillermo Juan Morado.

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