24.05.08

Corpus Christi, el Día del Señor. Por monseñor Sánchez

Queridos diocesanos:

Trasladado del anterior jueves a este domingo, 25 de Mayo, celebramos en nuestra Iglesia la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Corpus Christi. Celebramos la Eucaristía en catedrales, parroquias y demás templos, como los demás domingos y grandes fiestas, y salimos a la calle en procesión con Jesucristo Sacramentado para proclamarlo como Señor no sólo de cada uno de sus discípulos y de su Iglesia, sino de la sociedad y de sus ciudades y pueblos…

Confesamos su señorío y su soberanía de amor. Nadie ama tanto a la humanidad y al mundo como el que ha dado la vida por todos y sigue ofreciéndose en alimento para el camino. Esta es nuestra fe, que en este día confesamos y proclamamos, también fuera de los templos, y la ofrecemos y proponemos a cuantos nos ven y quieran escucharnos como camino de salvación para todos.

Proclamar y ofrecer la fe en Jesucristo Sacramentado como el reconocimiento y la aceptación del amor infinito de Dios contiene una exigencia personal previa y lleva consigo un compromiso.

La exigencia previa es que nuestra proclamación y celebración del Misterio de la Eucaristía en calles y plazas han de ir precedidas de la acogida del amor de Dios, manifestado en la entrega incondicional del Señor, y de nuestra respuesta a Dios con el mismo amor. Si proclamamos a Jesucristo en la Eucaristía como el Dios del amor, es porque hemos experimentado ese amor dejándonos amar, perdonar y llenar de su gracia y de sus dones.

Por otra parte, el compromiso que se deriva de la fe, de la proclamación y de la celebración del Misterio de la Eucaristía en la calle es que el mismo amor de Cristo, que hemos acogido, celebrado y proclamado, ha de proyectarse en amor a los demás, con palabras y obras, en nuestra vida y, si es preciso, por nuestra muerte, a la medida del amor de Cristo, que dio su vida por nosotros.

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16.05.08

Homilía de Monseñor Dorado en el funeral de Juan Manuel Piñuel

ENSANCHA MI CORAZÓN OPRIMIDO
1ª Lt. Lament. 3, 17-26 (Ritual 211); Sal 24 (Rit. 233); Ev. Lc 23, 33.39-43 (Rit 259)

1.- “Me han arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha” (Lamentaciones, 3,17). El profeta pone estas graves palabras en los labios de Jesús, cuando va camino del Calvario. Y pienso que expresan los profundos sentimientos que seguramente os embargan también a vosotros, los familiares y amigos ante el féretro de Juan Manuel. Son sentimientos que, en alguna medida, compartimos con vosotros todos los presentes. Cuando acababa de estar con vosotros, sus seres queridos, y de ver sus sueños al alcance de la mano, unas manos crueles y una ideología asesina le han quitado la vida y os han quitado la paz y la alegría. Por eso, en las palabras que envié al Sr. Obispo de Vitoria, para que las leyera en el funeral de esta mañana, expresaba mi “firme condena del terrorismo, que es intrínsecamente perverso, porque conculca grave y sistemáticamente el derecho a la vida y es muestra de la más dura intolerancia y totalitarismo”; y añadía, con la Conferencia Episcopal, que “el terrorismo de ETA se ha convertido desde hace años en la más grave amenaza contra la paz, porque atenta cruelmente contra la vida humana, coarta la libertad de las personas y ciega el conocimiento de la verdad, de los hechos y de nuestra historia”.

En mi condición de Obispo, vuestro Obispo, he querido estar a vuestro lado en estos momentos dolorosos para unirme a vuestro dolor, para rezar con vosotros y para pronunciar una palabra de esperanza. Como nos ha dicho la primera lectura, “fíjate en mi aflicción y en mi amargura; en la hiel que me envenena. No hago más que pensar en ellos y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: Que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión” (Lm 3, 19-22).

2.- Es lo que nos enseña la fe, que “la misericordia de Dios no termina”. En medio del dolor y de la indignación os invito a levantar la mirada a Jesucristo crucificado y a repetir con el autor del Salmo que se ha leído: “Ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones” (Sal 24, 17). En situaciones como ésta, Dios es el Padre que nos sostiene y derrama sobre nosotros el bálsamo de la fe y de la esperanza.

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12.05.08

Homilía de Monseñor Cañizares en la Solemnidad de Pentecostés

Queridos hermanos y hermanas, a todos gracia y paz, dones del Espíritu Santo, en esta gran fiesta de Pentecostés. Saludo de manera especial, lleno de alegría y afecto, a nuestro Seminario Menor: hoy vive un día muy importante dentro de su vida, porque varios de los seminaristas van a ser confirmados, van a recibir el don del Espíritu Santo, que los confirmará en la fe y en el seguimiento de Jesús; felicidades porque en el interior de vuestra gran familia que es el Seminario Menor vivís hoy un nuevo Pentecostés, una nueva efusión del Espíritu Santo. Vuestra vocación, además, queridos seminaristas, es don y obra del mismo Espíritu Santo; que os conceda a todos la gracia de la perseverancia, y un día no lejano podáis ser ungidos por el Espíritu Santo como sacerdotes. ¡Hacen tanta falta sacerdotes! Tengo también un recuerdo lleno de cariño y gratitud, queridos seminaristas, para vuestras familias, algunas aquí presentes. Y, desde aquí, quiero saludar, así mismo, a las familias de los seminaristas del Seminario Mayor, que hoy se reúnen en la casa del Seminario.

En este día, en que la liturgia nos hace revivir el nacimiento de la Iglesia, tal y como lo relata el Libro de los Hechos, desde esta catedral, quiero saludar a toda la Iglesia diocesana de Toledo y dar gracias a Dios por todos, los aquí presentes y los que están en cada una de las comunidades y parroquias que forman esta Iglesia que peregrina en estas tierras toledanas y extremeñas. Queridos hermanos doy gracias a Dios por vosotros: por vuestra fe y vuestra esperanza, por vuestra perseverancia y fidelidad, por vuestro testimonio de caridad fraterna y por vuestros esfuerzos y trabajos por el Evangelio, todo obra del Espíritu divino. Doy gracias de manera muy particular por cuantos, alentados por el mismo Espíritu, están comprometidos en el testimonio y misión de la Iglesia, como laicos, en la Acción Católica o en otras asociaciones de apostolado seglar; hoy es el día del Apostolado de los fieles cristianos laicos. Doy gracias también por todos los carismas, singularmente de vida consagrada, con que es enriquecido el Pueblo de Dios por la acción del Espíritu Santo. Me gozo en el Señor por reunimos en cada pueblo de la diócesis y de la Iglesia entera extendida por doquier en todos los lugares de la tierra, este día, en una verdadera unidad de Iglesia, de plegaria y de corazón. ¡Qué gozo tan grande celebrar el día aniversario en que la Iglesia tuvo su inicio solemne con la venida del Espíritu Santo!¡Qué gozo ser la Iglesia de Cristo, una, como la comunidad de Pentecostés, que estaba unida en oración y era concorde pues tenía un sólo corazón y una sola alma!¡Qué regalo nos concede el Señor al hacernos tomar parte de la Iglesia santa, santa no por sus méritos, sino porque, animada por el Espíritu Santo, mantiene fija su mirada en Cristo, para conformarse a Él y a su amor!¡Qué dicha tan grande formar parte de esta Iglesia católica, porque el Evangelio que la engendra y hace vivir está destinado a todos los pueblos y por eso, ya en el comienzo, el Espíritu Santo hace que hable todas las lenguas!¡Qué maravilla ser parte de esta querida Iglesia apostólica, porque edificada sobre el fundamento de los Apóstoles, custodia fielmente su enseñanza a través de la cadena ininterrumpida de la sucesión episcopal, y como ellos se siente y se vive a sí misma como misionera, desde el día de Pentecostés en que el Espíritu Santo no cesa de impulsarla por los caminos del mundo, hasta los últimos confines de la tierra y hasta el fin de los tiempos! Todo es obra del Espíritu Santo.

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10.05.08

En el sufrimiento, abiertos a la esperanza. Por Saiz Meneses

Estamos en pleno tiempo de Pascua, los cincuenta días en que celebramos la resurrección del Señor. Y hoy, este sexto domingo de Pascua, coincide con el Día del Enfermo, que entre nosotros tiene un nombre muy adecuado a este tiempo litúrgico: la Pascua del Enfermo. En este día recordamos a los enfermos y a los profesionales, los voluntarios y los familiares que tienen a su cargo la asistencia humana y también la atención pastoral que los enfermos merecen como miembros sufrientes de la comunidad cristina. El lema escogido para este año es muy explícito y claro: “En el duelo, abiertos a la esperanza”. De esto se trata sobre todo: que nuestros hermanos enfermos, en medio del sufrimiento, encuentren en Jesús resucitado su fortaleza. Jesucristo da sentido al sufrimiento humano. También en la experiencia del sufrimiento él es nuestro Señor y nuestro Buen Pastor.

La luz de la Pascua de Cristo ilumina los aspectos más oscuros de la condición humana, como el dolor y la muerte, porque Cristo nos dice que no nos encaminamos hacia la nada y la extinción definitiva sino hacia el encuentro con él, que es la resurrección y la vida.

El realismo cristiano no ha escondido nunca los aspectos más oscuros de la vida, pero les ha dado un sentido en Cristo. Por esto, me complace, en este día de la Pascua del Enfermo, dar las gracias e impulsar el trabajo de todos aquellos que están cerca de los miembros sufrientes de nuestras comunidades. Estas personas hacen que sea una realidad lo que nos hemos propuesto todos en el Plan Pastoral Diocesano para los años 2007-2010, en el que tiene un lugar muy propio lo que hoy llamamos la pastoral de la salud, que promueve la delegación diocesana encargada de este ámbito de la acción de la Iglesia.

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29.04.08

Pedro en el púlpito del mundo, por Sanz Montes

Queridos hermanos y amigos: paz y bien.

Hemos seguido el viaje del Papa a Estados Unidos de América y hemos pedido por fruto apostólico de este periplo del sucesor de Pedro. Por igual razón fueron Pedro y Pablo a Roma y Atenas para anunciar a Jesucristo.

En estos días se cumplen diversos recordatorios en torno al Santo Padre Benedicto XVI: el de su cumpleaños (16 abril), el de su elección a la Sede de Pedro (18 abril) y el del inicio de su pontificado (24 abril). Felicidades al Papa y gratitud al Señor que regala a su Iglesia pastores según su Corazón. Sin duda alguna, los Papas de los últimos pontificados son una providencial gracia que Dios ha regalado a su Iglesia, porque hemos tenido en ellos las personas que en cada momento hemos necesitado más.

Podemos levantar acta de lo que a lo largo de estos tres años primeros de su pontificado, Benedicto XVI nos ha mostrado con enormeprofundidad, belleza y sencillez, pero también podemos hacer una crónica del contrapunto amable o desairado que ha ido generando dentro y fuera de la comunidad católica. Pero mientras describimos los encuentros y desencuentros que suscita el actual Pontífice ante quienes le agradecen sus textos y sus gestos, o ante quienes le censuran hasta su libertad de expresión, debemos recordar siempre más en la hondura el significado que tiene Pedro en la Iglesia de Jesucristo en este tramo de nuestra historia, y cómo el actual Obispo de Roma conduce con sabiduría y pasión la barca eclesial remando mar adentro.

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